Vamos a celebrar el
adviento litúrgico. Podemos celebrarlo con la ayuda de las oraciones que la
Iglesia nos ofrece. Y lo podemos celebrar con devoción como una noticia, como
un recuerdo de algo que pasó hace 2000 años.
Pero hay otra manera de
celebrarlo, que es celebrarlo de veras (como decía San Juan de la Cruz
). ¿Cómo? Esperando realmente su venida. Como le esperaban los profetas en el
Antiguo Testamento. Con gemidos, con lágrimas, con suspiros. Esperarle como le
esperaba el pueblo de Dios, o esperarle como María le esperó. O como Juan le
esperó en Duruelo, le esperó en Úbeda, o le esperó en Toledo. Este Adviento
del 2001 puede ser nuevo, real si le esperamos porque nos sentimos necesitados.
Pero si Dios ha venido ya, ¿esto es ficción, o es real?
Esperemos de veras al Señor.
La esperanza es la virtud
del camino.
a)
Dios toma la iniciativa
Si el hombre espera es
porque Dios ha hecho una promesa.
b)
Jesucristo: el adviento mayor de Dios
La mayor promesa de Dios,
es Jesús, es el Hijo.
porque en todo semejante
él a ellos se haría
y se vendría con ellos,
y con ellos moraría;
y que Dios sería hombre,
y que el hombre Dios sería,
y trataría con ellos,
comería y bebería;
y que con ellos contino
él mismo se quedaría,
hasta que se consumase
este siglo que corría,
cuando se gozaran juntos
en eterna melodía;
c)
Los retrasos de Dios
Dios a veces promete y
parece que luego desaparece o se retrasa. Los israelitas esperaron siglos la
llegada del Mesías. Nosotros también decimos 'Ven Señor no tardes'. Es también
nuestro lenguaje.
San Juan de la Cruz en
los dichos de luz y amor dice:
¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué te tardas?
Y esos 'retrasos' se
dejan sentir en la Iglesia de Dios y en nuestra historia particular. Pero también
parece que hablamos de retrasos de Dios para lo que nos conviene. Porque también
nos parece muy precipitado cuando el Señor se lleva a ciertas personas. Y
pensamos que se ha anticipado.
¿por qué se retrasa
Dios? Deberíamos preguntarle a Él.
Dice el Santo que lo que
Dios pretende con sus retrasos, es poner a prueba y consolidar la fidelidad del
hombre. Dios lo que quiere es que nuestro amor madure. En la espera se ensancha
el corazón, se dilata el alma. Así vemos en el CE ausencias y presencias. Dios
no se olvida. Lo que pretende es despertar ansias.
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
Dios nos hiere, nos
provoca, y luego desaparece. Quiere que sintamos hambre de él. Que sintamos el
vacío para que el pueda llenarlo.
Lo que ocurre es que no
siempre llega Dios en el tiempo en que nosotros pensamos que ha de llegar. O no
hace lo que nosotros pensamos que tendría que hacer.
El Señor llega a tiempo,
de la forma más inesperada. Con su estilo, con su pedagogía. Y aunque nosotros
no entendamos lo que pasa es todo para nuestro bien.
Hemos de saber descubrir
a Dios a través de las mediaciones.
d)
Su venida es don y exigencia
Siempre que viene a
nuestra vida, nos da pero nos exige. Siempre nos deje alguna tarea.
e)
El Señor está esperando
Parece que el que de
verdad espera es el Señor.
Espera que le
reconozcamos, que le acojamos que le demos la oportunidad de demostrar que es
Dios que nos ama. Espera que nos abramos. Que nos abramos tal como somos. Que le
miremos, que le escuchemos. Nos está continuamente mandando mensajes, escribiéndonos
cartas. (Los evangelios). Que nos pongamos a la escucha. Espera que nos sintamos
criaturas, que nos sintamos hijos. Que aprendamos a ser sencillos de corazón. A
veces andamos ocupados en tantas tareas, que ni nos damos cuenta de que está
viniendo. Que le hagamos un hueco en nuestra casa. Juan de la Cruz dice que hay
muchas diferencias entre moradas. Que en algunas personas Dios puede hacer y
deshacer y en otras está como un puro huésped, callado.
También espera nuestro sí
desde nuestra libertad. Nos da un tiempo para dar el sí. Dios está esperando
una respuesta: que nos demos cuenta de que nos ama, que nos ha dado el mundo por
amor, y que nos lancemos a sus brazos.
Esperanzas de la
humanidad
¿Qué espera la
humanidad de hoy? Que acaben los conflictos, se acabe el terror, se respeten los
derechos humanos de verdad. Al hombre de aquí, también podemos decir que
espera un sentido que llene nuestras vidas.
Signos de esperanza:
voluntariado, el papel de la mujer, globalidad, ecumenismo.
Esperanzas de la
Iglesia
Las esperanzas del mundo
son también las esperanzas de la Iglesia:
El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad que ellos forman se halla integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinación hacia el Reino del Padre, y han recibido un mensaje de salvación que deben proponer a todos. Por ello, la Iglesia se siente, en verdad, íntimamente solidaria con el género humano y con su historia. (GS 1)
a)
entre Ascensión y Parusía. La Iglesia espera al Señor
Estamos propiamente en el
tiempo de la esperanza. Vendrá cuando menos lo esperemos. Se queda velado, vivo
y real en los sacramentos.
b)
la Iglesia, además, espera...
Además espera que la
evangelización sea una realidad en todo el mundo. El número de no creyentes
crece muy deprisa.
Y que la nueva
evangelización sea realidad también. Que los que ya creemos nos abramos más
al evangelio.
Otra gran esperanza de la
Iglesia es el ecumenismo. Que seamos un solo rebaño y un solo pastor.
c)
La Iglesia quiere ser para el mundo signo de esperanza
Y quiere ser signo de
esperanza para el mundo. ¿Cómo? Pues si tú y yo que somos Iglesia, amamos,
servimos y estamos unidos, seremos motivos de esperanza.
a)
Nuestra gran esperanza
Nuestra gran esperanza es
Jesucristo. Ya le hemos conocido, pero necesitamos un mayor grado de intimidad
con Él. Y pedirle más a Él que a sus dones.
San Juan de la Cruz dice
en los dichos de Luz y Amor
No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.
En Jesús me ha dado todo
lo que quiero. Sólo Dios basta. En Jesús lo tenemos todo.
Como la Samaritana hemos
de saber que el Mesías nos enseñará todas las cosas. Nos enseñará a orar a
pedir a amar. Por eso Jesús es nuestra gran esperanza.
b)
Nuestras esperancillas
Pequeñas esperanzas que
son pequeñas metas, ilusiones, que son un poco las que nos ponen en movimiento.
El Adviento es un tiempo apropiado para fomentar estas esperancillas.
Por ejemplo que el Señor
nos de un mayor grado de intimidad con Él: la oración es un don.
En lo apostólico, más
compromiso, o bien otros compromisos.
Una mejora en las
relaciones en la vida de familia.
c)
Los retrasos del hombre
Nosotros también nos
retrasamos.
Esperar no es solo cosa
del Adviento. Y hemos de esperar siempre. Y esperar es acoger a Dios. Es hacerse
cargo de sus dones, de sus intenciones, de sus exigencias. Es colaborar en su
programa y en su misión. Acelerar su venida. La esperanza tiene siempre ese
matiz de dinamismo, de actividad. Es vigilancia, es tensión. Para Juan de la
Cruz, esperar es salir al encuentro. Para él es salir de uno mismo. Salir también
de las cosas. Cuanto más desposeído de las cosas, más fácilmente vas a
encontrar al Señor. Pero para eso hay que sentirse herido de amor. En la medida
que nos sintamos amados por Dios nos resultará fácil desprendernos de las
cosas, y no nos entretendremos por el camino cogiendo flores, temiendo fieras.
Hay que intentar ir más allá de las mediaciones. Las mediaciones son como
alguien que señala hacia el objetivo, pero no podemos quedarnos mirando el
brazo que señala, sino aquello a lo que señala el brazo. Hay que sentirse
queridos por Dios, para que nuestro corazón arda para buscar más el encuentro.
d)
Rasgos complementarios de la esperanza
La persona que espera es
paciente. Es alegre, aunque de vez en cuando gima y llore porque desea la venida
del Señor. Y dinámica. Se entrega, colabora. Hay que salir al encuentro. Y es
persona agradecida, porque el que espera ya ha recibido. La persona que espera
es una persona realista, no pesimista u optimista.
La persona que espera es
también libre. Porque la esperanza libera. San Juan de la Cruz dice que la
esperanza es enemiga de toda posesión. Es contraria a apegos y dominios. San
Juan de la Cruz dice que mientras más tiene de posesión, tanto menos tiene de
esperanza.
Hay teólogos que no
esperan a Dios porque lo 'poseen' en sus construcciones doctrinales. O aquellos
estudiantes de teología que no esperan en Dios porque ya lo poseen en sus
manuales. O esos hombres de Iglesia que no esperan en Dios porque ya lo poseen
encerrado en sus propias instituciones. O en muchos creyentes que no esperan a
Dios porque lo poseen en su experiencia. Muchas veces no es fácil soportar el
no tener a Dios y tener que esperarle. Parece que estamos más seguros cuando
pensamos que poseemos a Dios. Y los cristianos hemos de tener la certeza de que
a Dios no le poseemos totalmente. La esperanza es pues contraria a toda posesión.
La esperanza tiene también
según San Juan de la Cruz un papel
de purificación de nuestra memoria. La memoria es como un archivo donde tenemos
datos positivos o negativos. A los que acudimos a veces para aferrarnos al
pasado. La esperanza nos hace vivir el presente y mirando hacia el futuro.
La persona que espera es
también fuerte, fiel y confía en medio de las penas. Nos ayuda a sufrir con
paciencia y fidelidad. A doña Juana de Pedraza, le hace en una carta una
especie de resumen de lo que es la noche oscura, y al final le dice:
¿Qué quiere? ¿Qué vida o modo de proceder se pinta ella en esta vida? ¿Qué piensa que es servir a Dios, sino no hacer males, guardando sus mandamientos, y andar en sus cosas como pudiéremos? Como esto haya, ¿qué necesidad hay de otras aprehensiones ni otras luces ni jugos de acá o de allá, en que ordinariamente nunca faltan tropiezos y peligros al alma, que con sus entenderes y apetitos se engaña y se embelesa y sus (mismas potencias la hacen errar. Y) así es gran merced de Dios cuando las oscurece, y empobrece al alma de manera que no pueda errar con ellas; y como no se yerre, ¿qué hay que acertar sino ir por el camino llano de la ley de Dios y de la Iglesia, y sólo vivir en fe oscura y verdadera, (y esperanza cierta y caridad entera, y esperar) allá nuestros bienes, viviendo acá como peregrinos, pobres, desterrados, huérfanos, secos, sin camino y sin nada, esperándolo allá todo?
El santo vincula también
la fortaleza a la esperanza. Escribiendo desde La Peñuela, dice:
... Ya sabe, hija, los trabajos que ahora se padecen. Dios lo permite para prueba de sus escogidos. En silencio y esperanza será nuestra fortaleza.
e)
Sentido escatológico de la esperanza. Esperanza de gloria
La esperanza en la
gloria.
La esperanza sabe que la
posesión total de Dios sólo se dará en la vida eterna. Nos ayuda a tener los
pies en la tierra y los ojos en el cielo. El gemido de la esperanza, es el deseo
del encuentro definitivo. Todo el que espera de verdad, siente dentro de sí
cierto gemido, cierta nostalgia por el cielo.
El gemido es propio de la
esperanza.
Hay que pensar en ese
otro nacimiento que es el morir. Juan de la Cruz, veía el morir como un paso más.
No le puede ser al alma que ama amarga la muerte, pues en ella halla todas sus dulzuras y deleites de amor. No le puede ser triste su memoria, pues en ella halla junta la alegría; ni le puede ser pesada y penosa, pues es el remate de todas sus pesadumbres y penas y principio de todo su bien. Tiénela por amiga y esposa, y con su memoria se goza como en el día de su desposorio y bodas, y más desea aquel día y aquella hora en que ha de venir su muerte que los reyes de la tierra desearon los reinos y principados.
La muerte se acaba. La
muerte es el paso de un lado al otro de la única vida.
Es un paso más. Es el
paso a vida glorificada.
Y la mejor preparación
para una buena muerte es una buena vida. Y no hemos de dejarlo todo para el
final. Nos invita a morir al pecado, al hombre viejo, a ir rompiendo poco a poco
las telas que nos impiden ver a Dios.
Morir para encontrar la
vida eterna. Aunque el momento final puede ser duro y trágico o dramático.
Pero es posible
compaginarla con cierta esperanza, porque la muerte para el que ama, no es el
final.
Cultivemos la esperanza y
las esperancillas en este Adviento.
Tu venida entre
nosotros
Cristo Jesús, tu venida en el mundo es fuente de verdadera y gran alegría.
La felicidad, la plenitud de vida, la certeza de la verdad, la revelación de la bondad y del amor, la esperanza que no defrauda, la salvación a la que aspiran todos los hombres, se nos ha ofrecido, está a nuestra disposición, y tiene un nombre, un nombre sólo: el tuyo, Jesucristo.
Tú eres el profeta de las Bienaventuranzas, el consolador de toda aflicción humana; tú eres nuestra paz, porque tú, tú sólo eres el camino, la verdad y la vida.
Proclamamos que tu adviento entre nosotros, oh Cristo, es nuestra dicha, es nuestra felicidad. Sólo tu nacimiento puede hacer feliz al mundo. Quien te sigue a ti, oh Cristo, como tú mismo nos aseguras, no camina entre tinieblas.
Tú eres la luz del mundo. Y quien te mira, ve iluminarse los senderos de la vida; son senderos estrechos y difíciles, a veces, pero son senderos seguros que no nos apartan de la meta, de la verdadera felicidad. Tú eres, oh Cristo, nuestra felicidad y nuestra paz, porque tú eres nuestro Salvador. Amén.