Sentido y valor del silencio

(Viernes 26-abr-02)

El silencio exterior nos ayuda al recogimiento interior, pero el recogimiento interior no sólo lo hemos de conseguir de tanto en tanto, una vez al año cuando vamos a un retiro, o vamos a celebrar un sacramento o la Eucaristía, sino que ha de ser una actitud permanente. Y para conseguir eso hacen falta momentos expresos de recogimiento exterior y de silencio, como son estos días de retiro. El silencio exterior se refiere también al silencio de los sentidos. Puede ser que alguno de vosotros haya venido al retiro a ver si me dicen lo que quiero que me digan. O a ver si el que predica lo hace como a mi me gusta. O a ver si en estos días de retiro puedo solucionar este problema que tengo con mi familia o con mi trabajo. Esto es poner tantas condiciones, que es una forma de hacer ruido. Y será muy difícil que Dios nos pueda hablar interiormente si entramos ya con nuestros planes preconcebidos. Hay que hacer silencio de los sentidos. Hay que dejar el gusto en la puerta, el gusto más exterior.

Y no solamente el silencio de los sentidos sino el de las potencias: imaginación, memoria, la inteligencia, la voluntad. Hay que hacer silencio también de esos ‘sentidos ‘ más internos. Dejemos lo que hay fuera, fuera. Busquemos, pidamos el don del silencio para encontrarnos con Aquél que nos ha traído aquí, que es Dios nuestro Señor. Que nos ha movido a venir aquí a hacer este retiro.

Podemos decir que el silencio es el lenguaje vivo de Dios. Hay personas que ponen en cuestión si Dios habla o no habla en la oración. Dios es muy educado. Así cuando hablo yo, el se calla: eso es de buena educación. Si hacemos silencio Dios podrá hablar.

§       ¿Para qué sirve el silencio?

El silencio por el silencio es un absurdo.

Hemos sido creados por Dios como seres relacionales, personales, Necesitamos entrar en comunicación con el otro. ¡Ay del solo! El silencio por sí mismo no sirve para nada. El silencio es un instrumento para escuchar.

Para escuchar, en primer lugar, la Palabra de Dios. Y después para escuchar la palabra de los hombres. Los casados  habréis tenido posiblemente algún problema para el diálogo El problema no está en el diálogo. El problema está en que no sabemos escuchar. No vivimos el silencio. El silencio nos da la capacidad de escuchar al otro. También fuera del matrimonio. Si mientras estoy hablando con otro, no hago más que pensar en lo que voy a contestar, si lo que estoy haciendo es un juicio interior de lo que me está diciendo, es imposible que entre en un diálogo con esta persona. Para poder dialogar hace falta escuchar y recibir gratuitamente la palabra que se nos da. Eso a nivel psicológico. Y también a nivel espiritual. El que sabe escuchar la Palabra de Dios, sabe escuchar la palabra de los hombres. El hombre y la mujer de oración, saben escuchar.

Dice San Juan de la Cruz:

“Hemos de entrar en el silencio sagrado de Dios haciendo silencio en el corazón”.

El corazón es lo más profundo que hay en nosotros. Es el ámbito donde no entra cualquiera. ¡Ojalá que Dios pueda entrar! El silencio es una actitud del corazón. Que hace posible el diálogo. Saber escuchar, saber hablar. Nos ayuda a dejarnos mover por la razón y la fe, y no por las impresiones, y los sentimientos.

San Juan de Ávila en la carta 155:

El camino de la oración consiste en aprender la secreta habla con el Señor que pide silencio con las criaturas. Porque hablar a ellas y a Él es imposible. Aún a san Agustín parece que para la perfecta oración debe el alma callar aun a sí misma.

‘Es que voy a la oración, y no siento nada. Voy a la oración y no veo nada. Voy a la oración y no entiendo nada. Voy a la oración y me aburro.’

Esto le pasa a uno cuando está más pendiente de sí mismo que no del encuentro con el Señor que actúa en nosotros. En el cristiano, el silencio se convierte en oración cuando nos lleva al diálogo con Dios. Es escuchar y responder a este habla de Dios.

El silencio nos lleva a la oración, y la oración al silencio. Para poder contemplar los misterios. Sobre todo el misterio de la inhabitación de la Santísima Trinidad. Cada uno de nosotros, por el bautismo estamos inhabitados por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Viven dentro de nosotros: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tres Personas divinas que están en diálogo eterno, y que me quieren hacer participar en este diálogo eterno. Silencio para escuchar este diálogo intratrinitario.

Dios ha querido confiarnos sus confidencias, su intimidad, en el silencio.

La motivación más positiva del silencio, es escuchar a las Personas divinas que están en mí todo el día. Nunca estoy solo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en mí. Y viven en mí no en plan de visita, sino que viven en mí actuando. Se me comunican constantemente y me  santifican. El silencio me ayuda pues a tomar conciencia de esta presencia de la acción divina en mí. El deseo de escuchar esta Palabra, me purifica. La contemplación es purificadora. Por eso en estos días se nos ofrece la oportunidad de escuchar la Palabra y  de poder tomar más conciencia de esta presencia de Dios en nosotros.

 

§       Dificultades para el silencio

¿Qué ruidos me molestan para poder conseguir el silencio?

No hablamos de ese camión que circula por la carretera, sino de esas cosas que me dificultan el silencio. Hay dificultades para encontrar espacios de silencio. Ocupaciones, preocupaciones, actividades. También los laicos han de saber esperar esta capacidad para el silencio.

¿Qué ruidos me molestan?

¿Es razonable que me molesten estos ruidos?

¿Se me imponen de tal forma las preocupaciones de cada día que me impiden hacer silencio?

No puedo hacer silencio porque tengo este tema, o el otro.

Los ruidos externos no los puedo evitar.

Seré capaz de hablar con la gente, en la medida en que soy capaz de hablar con Dios.

Consideramos una falta de educación pasar por la calle y no saludar a alguien. ¿pero no es mayor falta de educación hacer que una persona rompa el diálogo con Dios cuando está en silencio y tú pasas a su lado?

Hay personas a las que les molesta el silencio.

El silencio no es silencio sino encuentro con el Señor.

Procuremos en estos días no dejar de contemplar el amor de Dios y de Jesucristo que quieren unirse a mí a través de la oración y del silencio.

Es lo más importante de este retiro.

Lo más importante es que nos demos cuenta de que nuestra vida cristiana, nuestra vida de fe, consiste en dejarnos mover por el Espíritu Santo. El es el maestro de nuestras almas. Por eso, no le impongamos al Espíritu Santo nuestros planes y objetivos. Dejemos que Él actúe Hay que estar atento a este Espíritu para ver qué es lo que Él me quiere dar en cada momento.

Otra fuente de ruidos puede ser la curiosidad. Hay que abnegar la curiosidad.

De las cosas ajenas, buenas o malas, nunca tengas cuenta. Porque allende del peligro que hay de pecar, es causa de distracciones y poco espíritu. (SJX, Avisos)

No hablar ni bien ni mal de nadie. (SJX)

Y el mismo SJX

En ninguna manera quiera saber cosa, sino sólo cómo servirá más a Dios y guardará mejor las cosas de su instituto.

Ocúpate de lo tuyo. De cómo agradar a Dios. Olvídate de los demás.

La curiosidad es el vicio que nos lleva a querer conocer la verdad de manera agresiva. Es forzar.

Cuantas cosas hay que no hace falta que las sepamos.

El que quiere estar al día de todo, saberlo todo, es imposible que pueda vivir una actitud de silencio. No es que no haya que conocer, pero hay que leer las cosas desde esta visión cristiana diferente. Conocer por conocer no nos lleva a ninguna parte. Esta curiosidad más espontánea, de impresiones, más sensible, nos impide el conocimiento de la auténtica verdad que nos llega por la oración, por el estudio o la lectura reposada.

Por eso hemos de preguntarnos, ¿me meto allí donde no debo?

Porque si es así quiere decir que puede haber en nosotros una tendencia, o un vicio de querer juzgar de querer conocerlo todo.

Hacer un examen de las cosas que me pre-ocupan y me hacen perder la paz.

La pre-ocupación es una tendencia sicológica imperfecta inmadura que viene del pecado.

Nos hemos de ocupar de las cosas.

La ‘pre’ viene de mis miedos, de mi inseguridad. Pero si me preocupa no me ayuda al silencio. Me distrae. Me hace perder la paz. Aunque sea una cosa muy buena. Ejemplo: si la paz del mundo me preocupa tanto que no me deja cumplir con mis obligaciones, quiere decir que no es un sentimiento que venga precisamente de Dios.

Que no lo veamos como una mortificación. Lo que es una mortificación es matar nuestro egoísmo. Y eso hay que hacerlo. Estar con Aquél que me ama, no es una mortificación, Y si el silencio me ayuda a conocer más a aquél que me ama, y que me ama del todo, es un gozo.

En estos días hemos de contemplar el amor que Dios nos tiene. Es mucho más el amor que Dios nos tiene a nosotros que no el amor que nosotros le tenemos a Él.

Las ganas que tiene Dios de que le pueda conocer y disfrutar de Él, no tienen ni punto de comparación de las ganas que podamos tener nosotros de conocerlo a Él, y de disfrutar de Él.

Hemos de disfrutar con el Señor.

Nosotros tenemos dificultades, a veces, en poder transmitir lo que vivimos a otra persona. Eso a Dios no le pasa. Nosotros somos limitados. Él se da a conocer sin dificultad y sabe  perfectamente todo lo que a mí me pasa.