La felicidad del hombre

(Sábado 27-abr-02 Mare de Déu de Montserrat)

¿Es posible que el hombre sea feliz?

Partimos de la realidad.

La realidad es lo que difícilmente se controla.

Todo aquello que se controla fácilmente es lo menos real.

Decimos que hay que tocar con los pies en el suelo. Parece que lo real es lo que puedo tocar. Que existe lo que puedo tocar. Lo real para nosotros es lo mensurable, lo palpable. Pues esta es la realidad más caduca. Esta mesa hace cien años no existía, y es posible que de aquí a cien tampoco exista. La auténtica realidad es Dios. No tiene ni principio ni fin. Lo es todo, lo abarca todo, lo llena todo. Es el que da sentido a todo. Dios es bueno y nos quiere: esta es la realidad. Dios mismo en su bondad y en su amor. Nos ha creado porque antes ya nos ha querido. Nos ha querido desde toda la eternidad. Existimos en Dios desde siempre. Siempre nos ha querido. Y un día por medio de causas segundas, (el amor de nuestros padres), llegamos a la existencia. Pero antes Dios ya nos había querido. Así nos lo dice la Carta a los Efesios:

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; 4 por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, 6 para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.

En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia 8 que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, 9 dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, 10 para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.

11 A él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, 12 para ser nosotros alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo.

13 En él también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa,14 que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria. (Ef 1, 3-14)

Esta es la realidad. Todo lo demás pueden ser apariencias.

Ya ha pensado en nosotros desde antes de la creación. Hay que aparcar la imaginación para entender estos conceptos teológicos.

¿Para qué nos ha creado?

Para que seamos felices. Inmensamente felices.

La felicidad plena no se consigue aquí en la tierra, sino en el cielo, cuando podamos conocer y amar perfectamente a Dios, sin ningún obstáculo. Pero eso no quiere decir que no podemos ser felices aquí ya en la tierra. Algunos se piensan  que ser felices es hacer lo que nos de la gana, no tener dificultades y problemas. Que ser felices es que mis planes se lleven a cabo. Si pensamos esto pasados los 30, esto es de un infantilismo, que no por donde se aguante,

La facilidad nunca produce la felicidad, sino más bien al contrario, cuando se produce la dificultad es cuando uno crece. Cuando crece nuestra fe? Cuando nos toca la lotería?

No esto puede hasta llegar a destruirnos.

Dios que nos quiere, nos pone a prueba. No para fastidiar.

Nos pone a prueba porque nos quiere.

Somos más felices en la medida que amamos a Dios sobre todas las cosas: fiarse de Dios sobre todas las cosas: más que la televisión más que los diarios, más que mis impresiones, más que mis criterios. O los criterios de la moda. Fiarse de Dios sobre todas las cosas. Creer en Dios es fiarse de Dios. Cuando nos parece que nuestra vida no es del todo feliz, las cosas no van bien, o no van todo lo bien que yo querría. O que hay cosas que no nos gustan, no echemos las culpas a Dios. Sino reconozcamos que la causa de estos males es porque hemos buscado el camino de la felicidad por el camino del pecado y no por el camino que Él nos propone. Así en el pasaje del joven rico:

16 En esto se le acercó uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?»

17 El le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.»

18 «¿Cuáles?» - le dice él. Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, 19 honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.»

20 Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?»

21 Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en  los cielos; luego ven, y sígueme.»

22 Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. (Mt 19, 16-22)

Es como preguntar: ¿qué he de hacer para ser feliz?

Era muy rico.

Fiarse de Dios. Cuando no nos fiamos de Dios estamos tristes. No estamos dispuestos a venderlo todo. Si no ponemos a Dios por encima de todo, no podemos ser felices, porque hemos sido creados por amor y por el Amor. Dios nos ha creado para nuestra felicidad. El problema de que no seamos felices es que no le hacemos demasiado caso. No le hacemos demasiado caso. Y esto nos lleva a pasarlo mal. Y cuando lo pasamos mal. Nosotros que somos muy listos, llegamos a la conclusión de que Dios no me ama.

Queremos ser felices y le preguntamos ¿cómo puedo ser feliz? Él nos lo explica, nosotros vamos por otro camino, y entonces no somos felices, y decimos ‘no me quiere, Dios no me quiere’.

Otro ejemplo, las bienaventuranzas. Que algunos traducen por felices:

Felices...

20 Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.

21 Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.      Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis.

22 Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre.

23 Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.

24 «Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo.

25 ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. (Lc 6)

Nosotros, ¿queremos ser pobres? ¿tener menos cosas?

Este es el camino de la felicidad, y nosotros no nos lo creemos. O no nos lo creemos suficientemente. Y este es el testimonio de los santos. Se lo creyeron y fueron felices en la tierra y ahora plenamente en el cielo.

La felicidad consiste en la participación de la vida de Dios. En el conocimiento de que Dios me ama. Dicen los sicólogos que no es posible que un niño llegue a la madurez sicológica si no ha tenido la experiencia de pequeño de haber sido querido gratuitamente por alguien. Normalmente los padres. Así pueden ser ellos capaces luego de amar gratuitamente a otros.

Dios me quiere. Contemplemos el amor de Dios. En este amor consiste nuestra felicidad.

Dice san Juan en la 1ª carta

16 Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (Jn 4, 16)

Dios nos quiere tanto que nos lo ha dado todo: en primer lugar su vida. Nos la ha dado y nos la está dando continuamente. (No hay nadie que nos lo haya dado todo).

Esta vida que nos da, nos hace capaces de conocer y de amar como Él conoce y ama.

El cristiano es el hombre nuevo, la mujer nueva. Es capaz de conocer a Dios, de conocerse a sí mismo, y de conocer al prójimo como Dios lo conoce. El mismo conocimiento de Dios. De amar a los otros como Dios les ama. Por medio del Evangelio, el mismo Dios que es padre, nos da la capacidad de verlo todo y juzgarlo según su mirada y sus criterios. El Evangelio son para nosotros dentro de la Biblia los libros fundamentales.

¿Cómo conoce Dios al hombre? ¿cómo interpreta Jesucristo el mundo, el sentido de la existencia, el sentido de la vida, de la muerte? Lo encontramos en el Evangelio. Dios nos quiere tanto que nos hace participar de su intimidad trinitaria. Estamos en convivencia con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No hay nada más alto para un ser humano que poder participar de la divinidad. Esto es la realidad.

La sustancia de nuestra vida, es la relación que tenemos con Dios. En la medida que crece esta relación, somos más felices. Es bueno que busquemos nuestra felicidad. Es bueno que la busquemos. Porque Dios nos la quiere dar. ¿En qué consiste esta felicidad? En procurar la unión con Dios. Cada momento de prueba que pone Dios en nuestra vida es una nueva ocasión de unirnos más a Él. Preguntémonos si lo vivimos así, o si lo vemos como una dificultad. Delante de las pruebas que Dios nos pone, quizá lo vemos como una dificultad, como un obstáculo, cuando contamos con nuestras fuerzas. Si Dios nos prueba, es porque quiere que contemos con sus fuerzas. Entonces es cuando podemos crecer en el amor.

Buscar la propia felicidad es buscar la gloria de Dios. Glorificar a Dios es buscar la felicidad por el camino que Él nos propone. Dios me ama a mí. Os ama a cada uno de vosotros. Este es el punto más importante de este retiro y de toda la vida cristiana. Dios me ama. Nos ama personalmente. Me ama tal como soy. Tal como soy. Nada de lo que haya podido hacer en esta vida por malo que sea me aparta del amor de Dios. Por el pecado nos alejamos de Dios, pero el Padre nos sigue amando tanto o más, no por el hecho de haber pecado, sino porque se compadece de los débiles y Jesucristo ha venido a buscar a los pecadores. Me ama por encima de mis faltas y mis limitaciones y pecados.

Por eso le hemos de pedir al Señor que a la hora de mirarnos a nosotros mismos, no nos miremos desde nuestros propios pecados. Eso es relativamente habitual. Porque entonces vemos que el Evangelio es una utopía, que no se puede realizar, que todo esto es muy bonito pero que nosotros ‘somos humanos’. ¿Jesucristo era un astronauta o un marciano? Más humano que Jesucristo no ha habido nadie. No es que seamos humanos, sino que es que somos pecadores. El hecho de ser humanos no nos aparta de Dios, al contrario, nos une  más a Dios porque nos ha creado como hombres. Nos hemos de ver desde la fe. Dios nos hace participar de su vida divina y de su mismo conocimiento de su mismo amor. Si yo se me mirar como Dios me mira, no puedo desanimarme nunca, no puedo desesperar nunca. Al contrario, mi esperanza crece, porque se que Dios me ama. Me perdona, me disculpa, me ayuda.

Nosotros somos limitados y por eso a veces, al pensar en Él, trasladamos a Él nuestra limitaciones. Por ejemplo, decimos que Jesucristo ha muerto por todos los hombres. Pero como nosotros no podemos estar por todo el mundo a la vez, si estoy por uno, no puedo estar por el otro, porque esto es una limitación humana, lo trasladamos a Jesucristo y decimos que ha muerto por todos quiere decir que no ha muerto por cada uno. No. Jesucristo ha muerto por todos y cada uno de nosotros. Esto se expresa de una manera extraordinaria en la Resurrección. Jesús dice ‘conviene que yo me vaya’ (Jn 16, 7)

Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy,  os lo enviaré:

Jesucristo se va de la condición terrena y humana que tenía. Antes de morir y resucitar, no podía estar en dos lugares a la vez. Una vez resucitado, desaparece de nuestra vista y ahora sí que puede estar presente en todas partes y en cada uno de nosotros. Está al lado de cada uno de los hombres, y viviendo en cada uno de nosotros. Por eso lo comulgamos. En cada forma consagrada está realmente Jesucristo. Esto expresa que Jesucristo ha muerto por todos y cada uno de nosotros.

¿Cómo responde el mundo a este amor de Dios?

Cuando decimos que Dios nos ama la gente se queda con una cara de sorpresa, de admiración de extrañeza. La gente no lo entiende. Dios te ama. Esta es la misión que tenemos nosotros cada uno en su vocación: comunicar a los demás el amor que Dios les tiene.

Nuestra alegría se ha de apoyar en el conocimiento de que Dios me ama. No puedo decirle a una persona que Dios le ama si no tengo experiencia de que Dios me ama y que ama al otro. En el momento en que creo que Dios me ama y ama a los demás, desaparecen muchas dificultades en las relaciones humanas. En la vida matrimonial, en la relación entre los esposos, en la relación padres-hijos, todas aquellas cosas que eran inconvenientes, no desaparecen pero dejan de ser un inconveniente para poder descubrir el amor de Dios y poder aceptar a los otros como son. El que no sabe que Dios le ama, el que no conoce el amor de Dios el que no sabe ver en las cosas y los acontecimientos el amor de Dios a los hombres, es un ciego, un sordo. No entiende nada, no sabe nada de las cosas. El sabio es el que conoce el amor que Dios le tiene y sabe interpretar todas las cosas desde el amor de Dios. Entre los no creyentes, este amor no es sólo olvidado, sino negado muchas veces. Esta es la ofensa más grande que podemos hacer a Dios: negar en Dios lo que Él es más profundamente: Dios es amor, según san Juan.

Los no creyentes no conocen el amor de Dios. ¿Y nosotros los creyentes? ¿Vivimos de acuerdo con este amor? ¿lo creemos de verdad? Pensamos quizás que amar a Dios es algo que más o menos podemos hacer todos, o que hemos de hacer todos. Como si amar a Dios dependiese de mí. Yo no puedo amar a Dios si Dios no me ama a mí primero. Porque yo he nacido en el egoísmo. Yo soy un egoísta total y absoluto. Y mis obras, mis planes, mis proyectos, cuando la iniciativa es mía, tienen una carga de egoísmo impresionante. Aunque a veces lo disimule. Si Dios no rompe mi egoísmo, me ilumina y me abre el corazón para que pueda recibir su amor, ninguna de mis obras tienen sentido. No valen para nada. Y esto produce desdicha, tristeza. Por eso hemos de pedir al Señor que nos ayude a poner siempre un interrogante a todos nuestros planes, nuestras ideas, a nuestros criterios. Puede ser que me de cuenta de que todo lo que pienso no sirve de nada, o está mal enfocado. Nosotros creemos en el amor de Dios. Mantengamos viva esta creencia, a pesar de las pruebas que Dios nos envía. Precisamente porque nos ama.

El apostolado de todo cristiano es anunciar el amor de Dios. Y anunciar el amor de Dios quiere decir al mismo tiempo anunciar la felicidad del hombre.

Hemos de revisar la confianza. Hemos de confiar en que Dios mismo nos llevará a crecer en esta confianza, dejémonos mover por Él que nos ha creado y nos santifica. Hemos de pedir al Señor que nos libre de caer en la tentación de intentar vivir nuestra vida cristiana de manera individual, separada de los demás. La hemos de vivir de forma personal, es decir en relación con los otros. Delante de las personas que conocemos, no desesperemos nunca. Confiemos en que Dios los quiere hacer felices. Seamos siempre positivos. No seamos pesimistas, a pesar de las circunstancias. No nos dejemos ahogar por la dificultad en nuestros ambientes: trabajos, ambientes diversos. No nos desanimemos nunca. El desánimo es una ofensa a Dios. Pensar que el mundo puede más que Dios es ofender al amor de Dios, es ofender a la omnipotencia de Dios. Confianza. Amar. Dejemos actuar a Dios en nosotros. Su acción es amor. Nuestra acción no empieza en nosotros mismos. Es aquella reacción de Saulo cuando se convierte: él, como buen judío, dice. ‘qué quieres que haga’. Nosotros también tenemos esta reacción muchas veces. Preguntarle a Jesucristo qué quieres que haga es una osadía. Es casi un insulto. Lo que hay que preguntar es qué es lo que quieres hacer Tú en mí. Porque si Él no lo hace en mí, yo ya puedo hacer mil cosas. Que es lo que quieres hacer Tú en mí.

Nuestra acción, nuestro esfuerzo, no comienza en nosotros mismos. Sino que empieza en Dios. Es como aquél que está en pecado mortal. Si Dios no le da la fuerza para acercarse a la confesión, no puede ir. Como si un muerto se levanta y se va a ver al médico a ver qué se puede hacer. Nosotros muchas veces pensamos que somos capaces de muchas cosas prescindiendo del amor de Dios. Es imposible. Como dice el salmo:

¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides? (Sal 8, 5)

Revisar los momentos en los que se ha manifestado el amor de Dios en nosotros. En nuestra vida. ¿cómo podemos interpretar el amor de Dios en las cosas que me pasan hoy? Dios me ama tanto que me

Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom 8, 31)

No le carguemos las culpas a Dios cuando las cosas nos van mal. Carguémoslo a nuestro egoísmo y nuestro pecado que son los que nos impiden ver este amor de Dios.

Dios nos ha creado y nos ha puesto en este mundo para que seamos felices. Él sabe en qué consiste y ha de consistir nuestra felicidad. No queramos enmendar la plana a Dios. No nos pongamos en lugar de Dios. Dejemos que Dios sea Dios. Que Dios nos ame. Y a partir de aquí nosotros podremos amar.