La oración

Hay una tendencia a decir que todo es oración. Hasta el punto de que esto lleva a la idea falsa de que como todo es oración, nada es oración y se niega el valor de la oración.

Hemos de aclarar que hay una actividad especial en el creyente, diferente a todas las demás.

Y esa actividad especial se denomina oración.

Cuando hablamos de la oración queremos expresar la comunicación especial con Dios.

Estamos unidos a Jesucristo, pero necesitamos momentos expresos para entrar en diálogo con las Personas divinas. Y me resulta más fácil hablar con quien conozco que no con quien no conozco. Para poder entrar en diálogo con una persona, hace falta tener un cierto conocimiento de esta persona. Para poder entrar en la oración hay que conocer a las Personas divinas. Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Que viven dentro de mí, y que me invitan a entrar en diálogo con ellas. No es igual hablar a las personas divinas que obedecer a las personas divinas. Pensar en Dios no es hacer oración. La oración cristiana es hablar con Dios.

La oración es el impacto recibido por la presencia divina. Cuando se da este impacto, es cuando se produce propiamente la oración. No estoy solo. El cristiano no está nunca solo. Cuando uno se deja impactar por esta presencia de las personas divinas en él, quiere decir que ha entrado en el camino de la oración. Ya no le resulta una cosa difícil. En el diálogo humano, nos hemos de esforzar para darnos a conocer. Y no se consigue nunca del todo. Yo no me conozco del todo, y menos conozco al que tengo delante. En Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo esto no se da. Ellos se conocen perfectamente y se dan a conocer perfectamente y me conocen a mí perfectamente. Por tanto, el diálogo está asegurado. La comunicación está asegurada.

Cuando uno empieza este camino de la oración, encuentra a veces las dificultades de la reflexión. El esfuerzo que he de hacer, y el poco fruto que saco. Hay gente que deja la oración porque ‘no saco nada’, ‘no veo nada’. A la oración uno no va a buscar nada. Cuando uno entra en diálogo con otra persona, no va a buscar nada. Cuando el diálogo es amoroso, no va a buscar nada. No voy a buscar al otro para mi provecho: eso es egoísmo. Eso no es amor. Voy a buscar a la persona, porque me gusta estar con esa persona. Me hace bien estar con aquella persona. Me hace bien y basta. No voy con interés egoísta.

 

La oración de Jesús:

Hay momentos explícitos de una actividad diferente: dedicado a la oración. En el Evangelio (de Lucas especialmente) se relatan estos momentos explícitos en los que Jesús se retira a orar.

La oración de Jesús es programática para nosotros.

Es nuestro modelo. El mismo Espíritu que mueve a Jesús es el mismo que nos mueve a nosotros a la oración. Por tanto, hemos de seguir el mismo camino. Jesús reza en cuanto hombre. La oración es propia del hombre. No necesita retirarse para tomar conciencia de la presencia de Dios en Él. Pero en cuanto hombre, necesita expansionarse con el Padre. Cuando estás con la persona que amas, necesitamos expansionarnos. Necesita decirle al Padre que le agradece todo aquello que ha recibido de Él. Como hombre es criatura, y tiene conciencia de que todo lo que es lo recibe del Padre. Y necesita decírselo al Padre. Para agradecerle todo lo que está recibiendo continuamente. Nosotros también lo necesitamos en la medida en que somos conscientes de que todo lo estamos recibiendo del Padre.

 

Se dan distracciones en nuestra oración. Y son consecuencia de nuestras limitaciones. La memoria, la imaginación nos hacen malas pasadas. Se nos va el hilo. Las distracciones son también consecuencia de nuestra desunión interior. Estamos muy rotos interiormente. Vivimos las cosas como muy separadas. No está todo armonizado, y esto nos lleva lógicamente a una distracción. O porque conocemos las cosas de arriba a abajo. Esto nos distrae. En Jesucristo y en María no había distracciones en la oración porque su unidad interior era perfecta.

Vemos como Jesús habla con el Padre sabiendo que habla con aquél que le quiere.

En la oración de Jesús destacan el conocimiento, el amor, la complacencia mutuas. ‘Así como el Padre me ama, así le amo yo’. ‘Así como el Padre me conoce, yo conozco al Padre’, ‘Así como el Padre me glorifica, yo glorifico al Padre’. Es mutua esta relación de amistad y de conocimiento perfecto.

Vemos como Cristo reza más en las dificultades especiales. En los momentos más difíciles de su misión, de su ministerio. Antes de empezar la vida pública, se retira cuarenta días al desierto en oración y ayuno. Antes de escoger a los doce, se pasa la noche rezando al Padre. Antes de las decisiones importantes. A veces tomamos decisiones importantes, y después le preguntamos a Dios si está bien o no.

A veces hacemos algo, y después nos preguntamos si se tenía que haber hecho o no. Jesucristo antes de hacer cualquier cosa, sobre todo si es importante, reza. La lleva a la oración. ¡Qué bien nos iría a nosotros si lo hiciéramos así!

Jesús en su oración nunca pide una conveniencia suya sino el cumplimiento de la voluntad del Padre.

Únicamente en Getsemaní, dice que si es posible, pase de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, si no la tuya.

Es el único caso en el que parece que pide una conveniencia suya.

La oración no es para ir a pedir cosas, sino que nos dispone a recibir el cumplimiento en nosotros y en nuestros hermanos de la voluntad de Dios.

Por eso Jesucristo dice que pidamos en su nombre. Todo lo que pidáis en mi nombre, creed que lo recibiréis y el Padre os lo dará. Es decir pedir movidos por su Espíritu. Delante de una situación o un problema, no es pedir que se solucione el problema, sino pedir que sepamos vivir ese problema según el plan de Dios. Según lo que Dios tiene previsto para que yo pueda aprovechar aquella situación. Enfermedades. Que yo sepa vivir esta enfermedad para el crecimiento espiritual y humano de todos nosotros.

 

La enseñanza de Jesús sobre la oración.

Hay diferentes maneras de rezar.

Oración de petición.

La oración de petición es importante. Es importante en cuanto busca el cumplimiento de la voluntad del Padre en nosotros.

Pero no está mal que pidamos como hace el niño. ¿Cómo hemos de pedir?

En primer lugar hay que tomar conciencia en primer lugar de la presencia de Dios.

Cuando voy a la oración actualicemos continuamente la presencia de Dios en nosotros, para eliminar esta falsa idea o esta falsa conciencia de que estamos solos. Que no sabemos que hacer. Es como si viene una visita a vernos a casa, y le decimos que estamos aburridos y no sabemos qué hacer. Muchas veces en la oración nos pasa esto: ‘Me aburro Señor, no sé qué hacer. No sé qué decirte.’

Si de verdad creemos que Dios está en nosotros, que está ‘de visita’ dentro de nosotros, la oración será bien fácil. Lo mismo, si tenemos una visita, no está bien que no le dejemos hablar. Así que tenemos que callar. Para eso es el silencio. Para saber escuchar. Ir a la oración si no soy consciente de esta presencia de Dios en mí, es un monólogo. Un monólogo lanzado al aire que no sirve para nada. Nada más hablo yo y ya está. Y no tengo presente al que está delante.

La oración es saber escuchar.

La primera condición para una auténtica oración, es la conciencia de la presencia amorosa personal y activa de las Personas divinas en mí.

 

En segundo lugar, la complacencia en el Padre.

Toda petición presupone la contemplación.

Contemplar a Dios en su amor.

Es triste cuando hay personas que no quieren saber nada de Dios porque le pidieron algo algún día y Dios no se lo concedió. Dios me ama, y me ama de verdad. ¿Cómo puedo pensar que Dios puede querer algo malo para mí? Si así pienso es que no creo que Dios me ama. O no creemos en su omnipotencia. O en su bondad. Cuando vayas a la oración no hay que ir a ‘recordarle a Dios lo que ha de hacer’. Como somos tantos en el mundo, tiene tanto trabajo, que voy a recordarle lo mío. Dios sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. Más aún, Dios es quien nos mueve a pedirle las cosas. No podríamos pedirle nada a Dios si Él no nos moviera a pedírselo. Dios nos desborda por toda partes. Complacerse en esto.

Por eso hay que hacerlo un poco sistemáticamente. Primero ponerse en presencia de Dios. Luego complacerse en todo lo Jesucristo ha hecho por mí, está haciendo por mí y me está dando. Contemplarlo. Poco a poco. Suavemente, dejar que el Espíritu Santo me ilumine.

 

Una vez actualizada esta presencia y nos complacemos en el Padre que nos lo da todo y que nos dará todo lo que necesitemos, entonces podemos pedir, en nombre de Cristo. Es decir, movidos por Jesucristo, impulsados por Él. Cada vez que pedimos una cosa al Padre, preguntémosle a Jesucristo si está de acuerdo o no está de acuerdo. No vale saltarse a Jesucristo. Nadie llega al Padre si no es a través del Hijo. El Padre no escucha a nadie salvo a su hijo Jesucristo y a aquellos que creen en Jesucristo. Por eso pido en nombre de Jesucristo. Y su Espíritu me mueve a pedir en nombre suyo. Es decir, en la persona de Cristo. Unido a Cristo. Cuando rezo, nunca rezo solo. Puedo estar cansado, o con dolor de cabeza. Pero es que no soy yo quien reza. Es Jesucristo que reza en mí. Yo puedo rezar mal, pero como Jesucristo reza bien, esa oración siempre es eficaz. No estoy solo rezando. No se trata del esfuerzo que yo pongo para rezar. En todo caso lo que cuenta es el esfuerzo que hizo Jesucristo para salvarme y para hacerme vivir esta comunión en Él.

La iniciativa es siempre de Él. Es Él quien actúa.

No se trata de recordarle nada o de convencerlo de nada. Si no que se trata de disponerse a recibir lo que Él nos quiere dar. Este es el objetivo de la oración de petición: disponernos a recibir lo que nos quiere dar. En la oración litúrgica, estamos pidiendo lo que Dios ha comunicado a la Iglesia que nos quiere dar. Seguro cuando lo pedimos con fe, el Señor nos lo concede. Es Cristo el que pide al Padre. La oración de petición es unirse a la petición de Jesucristo. A la petición que Jesús hace a favor nuestro. Esta es la auténtica oración de petición.

 

Otro aspecto es la perseverancia.

No para convencer a Dios. Si no para disponerme mejor. Es importante la perseverancia. Por eso nos tocará a veces vivir momentos de cierto ‘aburrimiento’. Porque se han de ir purificando muchas intenciones.

 

Otro aspecto es la confianza.

El deseo de recibir aquello que Dios me quiere dar. La seguridad absoluta de recibir aquello que Dios me quiere dar. Cuando pedimos en nombre de Cristo, no dudemos que nos dará aquello que le pedimos.

 

Y todo esto, estando dispuestos a hacer siempre su voluntad. Especialmente a vivir la caridad fraterna.

Por tanto para ir a la oración, antes de ir hay que revisar cómo van las relaciones con nuestros hermanos. ‘Si vas a ofrecer tu ofrenda al altar y tienes algo contra tu hermano...’

No podemos ir a la oración si en nuestro corazón no está el amor de Dios. Si hemos cerrado las entrañas de misericordia a un hermano necesitado, no hay en nosotros el amor de Dios. (según san Juan).

La oración no puede estar desvinculada del amor a Dios y al prójimo.

Reconocer nuestra propia indigencia y al mismo tiempo confianza en el poder de Cristo. Dios quiere darme algo porque me quiere y me quiere unir a Él. Todo don recibido es para ser más consciente de eso, y no lo puedo recibirlo al margen de Cristo y de los hermanos. No podemos pedir nada para nosotros saltándonos a los hermanos. Con la conciencia de estar al margen.