Amistad con Cristo resucitado

(Domingo 28/04/02 V de Pascua)

 

La vida cristiana consiste en participar de la vida de Cristo. Es, por tanto, una vida de amistad con Jesucristo. Jesucristo es hombre verdadero, por tanto es posible la amistad con Jesucristo. Hombre verdadero que nos ama y nos invita a esta relación, a esta comunicación con él.

Veamos en qué consiste la amistad.

Notas esenciales de la amistad.

Supone un trato íntimo. Que exige frecuencia en el trato.

La amistad pide esa frecuencia y esa intimidad.

Se dice que los amigos íntimos son inseparables. Siempre se les ve juntos.

La amistad lleva a la comunicación de bienes. De ideas, dinero, libros, de vivienda. De lo que sea.

Lo propio de la amistad es dar incluso a riesgo de quedarse uno sin.

También la comunicación de bienes espirituales. Y a lo que se llega a es a la unión de las personas. Si alguno se reserva algo para él y no está dispuesto a compartirlo, podemos deducir que no hay una auténtica amistad. O que falla.

La amistad supone interés por las cosas del amigo. Por lo que dice. Por lo que le pasa. Deseo de agradarlo. Nos gusta que nos hablen de él. Nos entristecen las cosas que a él le entristecen. Procuramos saber dónde está, como le va. Nos interesamos por él. Le seguimos sus pasos.

Evitar disgustar al amigo. Hablar de cosas que le disgustan. Si me dejo llevar por el gusto de decir cosas que le ofenden, pues se puede romper la amistad.

A veces en la amistad puede haber pequeños fallos. Que no rompen la amistad, sino que más bien ayudan a la reconciliación. A demostrar que me ha sabido mal fallarte en esto. Pero como te quiero y tú eres importante para mí, pues te pido perdón. Y entonces la amistad puede crecer.

Esto lo podemos aplicar a nuestra relación con Jesucristo. Nuestra relación de amistad con Cristo resucitado.

El cristiano es un hombre que procura el trato íntimo y frecuente con Cristo.

Puede ser que en momentos puntuales uno no encuentre momentos para estar a solas con el amigo, con Jesucristo en este trato íntimo. Si esto pasa de tanto en tanto, la amistad no se rompe. Pero si es lo habitual. Porque tenemos tantas obligaciones que nos llevan a romper, a no frecuentar este trato con Jesucristo, hemos de deducir que de amistad con Jesucristo, nada.

Las amistades entre los hombres se rompen precisamente porque se rompe el trato.

Cuando dos amigos se aman de verdad, las dificultades no les separan. Sino que las dificultades hacen que uno se esfuerce o que mutuamente se esfuercen para mantener esta relación.

Cuando uno ama a otra persona, hace mil cosas para poderla ver. Si en una relación de enamoramiento el hombre o la mujer son capaces de hacer mil filigranas para verse, preguntémonos nosotros si somos capaces de hacer mil filigranas para buscar un rato de trato íntimo y frecuente con Jesucristo. Los enamorados siempre tienen tiempo de verse, aunque tengan muchas obligaciones. No pueden pasar sin verse, o hablándose por teléfono o chateando.

Hay muchos cristianos que no rezan, que no comulgan ni visitan las iglesias. Que solo se confiesan de tanto en tanto y si la cosa se pone fácil. ¿podemos decir que ahí hay una verdadera amistad con Jesucristo? Lógicamente no. El que no busca al amigo, es que no lo tiene como amigo.

Tampoco vive como cristiano el que no comunica con Cristo sus bienes espirituales y materiales. El que no se interesa por las cosas del amigo. El que no se alegra de su resurrección. Jesucristo ha resucitado. Pues yo debiera estar alegre. En este tiempo de pascua estamos contentos porque Jesucristo ha resucitado. Esto nos llena de alegría. De una alegría que supera cualquier otra alegría. ¿Nos preocupamos de saber si Jesús —ahora— sufre o se alegra? ¿Qué es lo que le gusta y que es lo que le disgusta?

Cuando uno recibe una carta de la persona querida, no la deja encima de la mesa y la abre al cabo de cuatro días. Jesucristo nos escribe cartas a menudo. Los documentos del magisterio de la Iglesia, son cartas que dirige a los fieles. Y no solo van dirigidas a las jerarquías.

¿Qué interés tenemos en leer lo que nos dice Jesús en esas cartas? ¿Estamos preocupados por saber lo que piensa, qué le gusta, qué le disgusta?

Interés por sus cosas. ¿Qué es lo que más le importa a Jesucristo? Su Iglesia: La esposa por la que ha muerto y ha resucitado. Se ha dado totalmente a su esposa la Iglesia. Para nosotros, la parroquia, el movimiento, la familia, otras actividades apostólicas...

¿Lo vemos como simpatizantes de las cosas cristianas, o somos amigos de Jesucristo?

¿Me siento incorporado a la Iglesia, amando a la Iglesia como Cristo le ama?

¿O lo veo como espectador o como simpatizante?

Las cosas que le duelen a Jesucristo, ¿me duelen a mí también?

¿Me preocupa más mi dolor de hígado que la muerte de unos misioneros o la expulsión de tantos países?

Que yo esté bien o enfermo, no impide mi trato con Jesucristo, pero que los misioneros no estén donde han de estar, impide a muchos conocer a Jesucristo.

Lo bien o mal que nos vayan las cosas no nos ha de afectar demasiado, porque todo eso no impide el trato frecuente e íntimo con Jesucristo. Si a Jesucristo le hacen falta nuestros bienes para ayudar a un pobre, pues se los damos. Porque Jesucristo los necesita, y nosotros estamos dispuestos a compartir nuestros bienes con Jesucristo. Si le hace falta nuestro tiempo para visitar a un enfermo, porque Jesucristo quiere visitarlo a través de mí. Se quiere hacer presente a través de mí. O si quiere un poco de nuestros sufrimientos, porque necesita de nosotros sufrimientos, para aliviar los sufrimientos de otros, pues se los ofrecemos. Con agrado, contentos. Aceptamos también esas pequeñas mortificaciones. Todo para poder manifestar nuestra amistad. Nos lo pide: dinero, tiempo, paciencia. Lo necesito para aquél hermano mío. El signo de amistad es decir: cuenta conmigo para lo que haga falta. ¿Podemos decirle a Jesús cuenta conmigo para todo lo que haga falta?

Estar dispuestos a darlo todo.

La amistad con Jesucristo tiene unas características especiales: la primera, es que no le vemos. Nuestra amistad con Jesucristo se apoya en la fe. Eso hace que al principio nuestra sensibilidad se aburra un poco. Voy a la oración, al encuentro de Jesús resucitado, y no lo veo.

Y como no lo veo, me puedo sentir un poco perdido. Desde la sensibilidad.

Pero si uno es fiel a este trato íntimo con Él, uno va descubriendo que la amistad con Jesucristo es incluso humanamente mucho más gratificante que cualquier amistad humana.

Cuando tenemos un problema y se lo explicamos a un amigo, ¿qué pasa? El amigo me aconseja, me escucha, o calla. Pero no puede hacer más. En cambio, le explico a Jesucristo lo que me pasa, y me entiende perfectamente. Él sabe perfectamente lo que me pasa. Incluso aquello que a mí me parece que me pasa. Él sabe si me pasa de verdad o no. Me da la alegría de saber que me quiere y que me quiere del todo. Y que me entiende del todo.

La amistad de Cristo no es de afuera a afuera.

Va de dentro a dentro. Somos miembros de un cuerpo, que es el de Cristo. Él es la cabeza. Es el principio. Por tanto no se trata de que yo quiera imitar a Jesucristo. No se trata de hacer lo que haría Jesús si estuviera aquí. Se trata de hacer lo que Jesús quiere hacer ahora que está en ti y quiere actuar a través de ti. Aquí se nos desmontan los esquemas. Porque ¿qué quiere hacer Jesús a través de mí? Y ¿cómo se lo que quiere hacer a través de mí?

Pues en la medida que la amistad es madura, es profunda y lo conozco, cada vez más espontáneamente voy viendo lo que Jesús quiere que haga.

Voy dejando que la iniciativa la lleve Él. Porque si no, no hay verdadera amistad. Si no se deja llevar la iniciativa al otro, acaba habiendo peleas.

Hemos de descubrir cada vez más, que no se trata de mirar a Jesucristo y después reproducir por nuestras propias fuerzas, y nuestra propia iniciativa, aquello que nos parece que está bien. Sino que Él que obra en nosotros (de dentro a dentro), y nuestra imitación de Cristo, consiste en ser dóciles a esta acción de Cristo en nosotros. La amistad con Cristo es fundamentalmente pasiva. Y como consecuencia de esta pasividad, viene la actividad. Yo no puedo hacer nada, si no lo recibo antes de Cristo. Mi mano no hace nada si no llega a ella el impulso que viene del cerebro. Actúa secundando lo que yo quiero hacer. No va por su cuenta. Eso es lo que hace el cristiano, que es un amigo de Jesucristo. Recibe un impulso de Jesucristo, y él dócilmente se deja mover por Jesucristo. Esa es la auténtica amistad. Eso que hace que algunos santos (San Francisco Javier, San Juan María Vianney) sean capaces de esa gran actividad. Pero esa actividad no salía de su propia iniciativa, sino de su amistad con Jesucristo. Movidos por la gracia de Dios. Otros en cambio se han santificado en un monasterio con mucha menos actividad. La santidad consiste en dejarse mover por la gracia de Dios. Si el Señor te lleva a hacer muchas cosas, pues estupendo, pero si te lleva a estar parapléjico en una cama, pues estupendo.

La amistad con Cristo nos lleva a una transformación progresiva del hombre en Él. Cuando uno vive esta amistad con Jesucristo, esto le lleva a pensar, a sentir como Jesucristo. Identificación con el amado. Esto es lo más importante en el cristiano.

De ser como Cristo, pasamos a actuar como Cristo.

y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Gal 2, 20)

Por eso, cuando los propósitos (de Ejercicios, por ejemplo), vienen de mi propia iniciativa, es imposible que puedan resultar. Los propósitos suelen fallar, porque pretendemos cambiar el orden natural de las cosas, porque normalmente el obrar sigue al ser, y no al revés. No podemos decidir sin más ser buenos haciendo esto o lo otro.

No podemos decidir. El que decide es Nuestro Señor. Por tanto, los propósitos pueden tener su valor, en la medida en que vamos descubriendo que nos mueve Jesucristo a proponérnoslos. Por eso, más que propósitos, sería bueno hacer propuestas: el Señor me invita a insistir en este aspecto de la vida cristiana. Lo pruebo. ¿Cómo puedo saber que eso viene de Dios? Pues porque me da paz. Me da serenidad. Más ganas de vivir la amistad con Jesucristo. De amar a los otros. No me separa de los otros. No me lleva a criticar a los demás porque no hacen lo que yo hago. Si lo planteo como una cosa mía, fallaré. Si es el Señor el que me mueve, funcionará.

Si lo pruebo desde la humildad: ‘Señor si quieres concederme esto, y ha de ser un bien para mis hermanos, pues concédemelo.’ Yo no soy capaz de hacerlo por mí mismo. Entonces es cuando no cuesta nada.

Cuando uno dice: ‘yo haré tal cosa, y haré todos los esfuerzos’...

Aquello que se decía: ‘lo que cuesta es lo que vale’. Es absurdo. Según eso, el amor de un padre a un hijo, que no cuesta, no valdría nada. Una madre que ama no registra ni nota el sufrimiento cuando hace algo por su hijo. O lo nota muy poco.

Hemos de hacer una cambio de criterio. Los propósitos que no provienen de la gracia de Dios, fallan. Y los propósitos que nosotros hacemos, por buenos que sean, y que somos capaces de cumplirlos, pero no son los que Dios quería, no sirven para nada. Todo lo que viene de mi iniciativa y no me para a preguntar si viene de la iniciativa de Dios, no sirve de nada.

Lo dice san Pablo:

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo  que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. (I Cor 13, 1-3)

Si lo que hago no es movido por la gracia de Dios, no sirve de nada.

Lo importante no es lo que yo hago, sino lo que Cristo quiere hacer a través de mí.

Yo, lógicamente colaboro, acepto esta acción de Jesucristo.

Muchas personas se cansan en la vida espiritual, queriendo hacer lo que ellas quieren hacer. Si se preocupasen más de ser dóciles a la gracia de Jesucristo, con humildad, con abandono, el yugo de Cristo sería fácil, y su carga ligera. La vida cristiana, no ha de ser pesada. No ha de ser dura. Sino que la vida cristiana es dejarse mover por Jesucristo, por la fuerza de su Espíritu y responder: Responder con las fuerzas que Jesucristo me dé. No forzando la máquina, porque eso nos hace daño. Nos destruye interiormente. Y nos desanima.

Cuidado con el orgullo que nos quiere llevar a demostrarnos a nosotros mismos o a los otros lo que somos. Nuestras obras valen en la medida en que es Jesucristo el que ha hecho aquello. Y nosotros hemos de estar dispuestos por la auténtica amistad con Jesucristo, a quedar mal, con tal de que Él quede bien.

Si no es así, es que nuestra amistad es muy flojita.

Y no hay que desanimarse si vemos que nuestra amistad con Jesucristo es muy flojita. Y si vemos que aún estamos en los primeros pasos.

Precisamente porque somos ‘niños’, esperamos ser algún día adultos. Y vemos que la misericordia de Dios no se retira de nosotros. A pesar de que reconozcamos que estamos muy verdes. Que nuestro yo está todavía muy vivo.

Que me crea que sólo Él tiene palabras de vida eterna, y que sólo Él sabe lo que necesito.

¿Veo mi relación con los demás desde la perspectiva de esta amistad con Jesucristo?

Por ejemplo, el Señor nos ha llamado a los casados a vivir la relación con Él a través de la relación matrimonial.

Y se hace presente Cristo resucitado a través de la Iglesia, y del marido, y de la iglesia doméstica. (Naturalmente aparte de la Eucaristía).

No podemos llegar a Jesucristo resucitado saltándose la relación con el esposo y con la esposa.

No puedo amar a Jesucristo si no amo a aquella persona que Jesucristo a puesto en mi vida como signo de su presencia y de su amor.

En la medida en que hay más unión con el esposo a la esposa hay más unión con Jesucristo.

Lo mismo en relación a los hijos. Y en el trabajo. ¿Lo tengo orientado desde la amistad a Jesucristo? ¿Y mi tiempo libre, y mis amistades?

Quizá me preocupan demasiado mis bienes materiales, o mi fama. O quizá me da vergüenza que se sepa que Jesucristo es mi amigo. Cuando uno ama mucho a otro, habla de Él sin darse cuenta. Sale en la conversación.

Nadie se avergüenza de la persona a la que ama. Y nosotros nos avergonzamos de Cristo. Y nos da miedo hablar de Jesucristo. ‘Es que no me van a entender...’

Si crees que no te van a entender, seguro que no te van a entender. La esperanza es fundamental. Cristo hablaba del Padre con total libertad, y los que escuchaban, no entendían nada. De forma que al final se queda más solo que la una. Recordemos después de la multiplicación de los panes.

Vivir la amistad de Jesucristo resucitado es estar dispuesto a quedarse más solo que la una. No amargado, sino alegremente en el misterio de la cruz: ‘mi yugo es suave, y mis carga es ligera’.

Si queremos amar a Cristo porque el nos ama totalmente, hemos de estar dispuestos a dejarlo todo. A perderlo todo. Todo. Y cuando uno lo pierde todo, es cuando lo gana todo. Y el último paso para vivir la pobreza evangélica, es ceder la propia voluntad. Los bienes materiales aún es sencillo prescindir de ellos. Pero ceder la propia voluntad, entregar la propia voluntad, para que no sea yo quien actúa, sino que es Cristo el que actúa en mí, este es el último extremo, y esto es lo que hemos de pedir. Para poder vivir la santa indiferencia.

Para ser dócil a sus sugerencias, a sus insinuaciones. Porque mi alegría no está en las cosas que hago, sino en dejarme mover por el amor de Jesucristo. Él se dejó hacer de todo, hasta dejarse clavar en la cruz. Querer identificarse con Él, es seguir sus huellas. Eso es una gracia de Dios. Un regalo. Por eso si lo esperamos y Dios nos lo da, esto no cuesta nada.

Lo que cuesta es querer hacerlo si Dios no nos lo concede. Pero si nos lo concede, no cuesta nada.

La amistad ha de crecer cada día. No tiene fin. Aún no hemos llegado al final.