El Desierto

(Viernes 23-abr-04)

El silencio exterior es relativamente fácil, el silencio interior es más difícil, porque las imágenes y recuerdos de nuestro interior afloran. Y no podemos parar en seco.

Vamos a hablar de Nuestro Señor, con un tono de esperanza.

Reavivar en nosotros el don de Dios.

6 Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. (2 Tim 1,6)

Dios no solamente nos llama  al Bautismo, al Matrimonio, al Sacerdocio, sino en nuestro Bautismo en nuestro Matrimonio, nuestro Sacerdocio. Que la llamada de Dios no es puntual, que de esa misma llamada, de ese recuerdo de la experiencia de la misericordia de Dios en mi vida, como de una brasa que parece está apagada, Dios sopla y renace el fuego. Dios no nos indica el camino y nos deja solos para ahondarlo, sino que nos da su Espíritu, para que andemos aquél camino. Sería bueno que mañana reavivara en nosotros aquello que Dios quiera ofrecernos, quiera darnos. Pedirle al Señor capacidad de silencio interior, de ponernos a la escucha de lo que Él quiera decirnos. Con todas nuestras fuerzas, con sinceridad, sin angustias.

¿Qué es lo que Dios espera del desierto?

El desierto no es solamente un sitio sino una situación que ha sido usada por Dios. Jesús se retira cuarenta días, el pueblo de Dios pasa cuarenta años en él, Jesús va a menudo a rezar en él. Y usamos esa expresión para momentos fuertes de conversión, oración o penitencia.

De entrada es un sitio horrible:

21 Allí tendrán aprisco bestias del desierto y se llenarán sus casas de mochuelos.

Allí morarán los avestruces y los sátiros brincarán allí.

22 Se responderán las hienas en sus alcázares y los chacales en sus palacios de recreo. (Is 13, 21-22)

No está invitando el Señor a su pueblo a salir a un sitio agradable. Y le dice que es una tierra de espanto, cuando le manda a Moisés a sacar a su pueblo de Egipto.

En el desierto encontramos la voluntad de Dios. Cada vez que hemos retrasado nuestro encuentro con el Señor, es porque no nos resulta agradable ver lo que no queremos ver de nosotros: cosas que podemos mejorar, perdones que no se han acabado de dar, oración pobre…

Dios nos invita al desierto para encontrar la voluntad de Dios.

¡Señor! Que descubra con gozo lo que quieres de mí en este momento de mi vida.

En este momento de desánimo, de cansancio, de pecado, o de ilusión. No siempre somos iguales. Cambiamos. Y el Espíritu Santo nos acompaña desde nuestro bautismo en cada momento. Y la respuesta que espera de nosotros no es siempre la misma. Dios hace nacer al pueblo de Dios en esta situación de alianza, de amistad, de intimidad con Dios.

También encontramos en el desierto nuestra infidelidad. En el desierto, eso que aflora, eso que no nos gusta, es la persona que no quisiéramos ser y somos. Esa que nos recuerda la conciencia: nuestro hombre viejo.

Dios quiso sacar al desierto a su pueblo y ellos se rebelaban:

11 Y dijeron a Moisés: «¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? 12 ¿No te dijimos en Egipto: Déjanos en paz, serviremos a los egipcios, pues más nos vale servir a los egipcios que morir en el desierto?»(Ex 14, 11-12)

Cuando empieza a encontrarse a gusto siendo esclavo es porque le gusta más esa esclavitud dulce que no la dureza y la libertad que Dios da sólo en el desierto.

Ese camino es duro de recorrer. Y Moisés contesta al pueblo:

13 Moisés respondió al pueblo: «No temáis; estad firmes, y veréis la salvación que Yahvé os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca jamás. 14 Yahvé peleará por vosotros; vosotros no os preocupéis.» (Ex 14, 13-14)

Lo primero que hay que pedirle a Dios es que nos quite el miedo. El miedo a encontrarle. No somos nosotros que le buscamos a Él. Es Él que está deseando encontrarse con nosotros. Nos escapamos de su mirada porque nos es duro. Porque esa libertad que nos ofrece, a veces implica una confianza, una fortaleza, implica dejar aflorar contenidos de conciencia. Así que lo segundo que encontramos en el desierto es nuestra infidelidad, nuestra vida de esclavos. Nuestro deseo de comer el maná…

Cuando el pueblo recuerda la etapa del desierto, no recuerda su pecado, sino que recuerda el triunfo de la misericordia.

El recuerdo del desierto es el recuerdo de lo grande que Dios fue conmigo.

Si es cierta nuestra limitación, nuestro pecado, más cierto tiene que ser que nos encontremos con el amor de Dios, con la mirada amorosa de Jesús. Que nos sigue llamando por nuestro nombre. Que nuestro pecado no le echa atrás ni un milímetro. Y esto nos asusta un poco, porque nos atrae, nos seduce, y no sabemos cómo responder a ese amor.

Dios deja morir a algunos en el desierto, pero a otros les ofrece como salvación el estandarte de la serpiente de bronce, figura del futuro Redentor. Dios hace resplandecer siempre la salvación.

El caso del profeta Oseas que aplica a la palabra de Dios a su experiencia matrimonial y además su experiencia matrimonial fracasada. Oseas lo pasaba mal. Y Dios interviene en su vida para recordarle que igual que el amor hacia su esposa es el amor de Dios hacia su pueblo, hacia nosotros. Que igual que de traicionado se sentía él, así se siente Él de celoso por su pueblo.

16 Por eso voy a seducirla; voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón.

17 Allí le daré sus viñas, convertiré el valle de Acor en puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los días de su juventud,

Para que recuerdes el tiempo en que estabas enamorado. Aquel tiempo en que era más fácil seguir al Señor, quizá porque había mucho más de ilusión y mucho menos de amor. Ese amor que ha pasado por la desilusión, el perdón. Amor maduro.

También es Oseas el que dice:

Cuando Israel era niño, lo amé,  y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: ofrecían sacrificios a los Baales, e incienso a los ídolos.

Yo enseñé a caminar a Efraín, tomándole por los brazos, pero ellos no sabían que yo los cuidaba.

Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor; yo era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer.

Empezamos un retiro. Dios nos quiere hablar para que reconozcamos su voluntad, nos sinceremos en el reconocimiento de nuestro pecado. Y para que nos alegremos de que triunfa su misericordia. Y ese es el motivo por el que no hay que huir del Señor. Por eso debemos en estos días mantener el silencio interior para que el Señor pueda hablar bajito, como Él habla, pero muy claro. Para que podamos revitalizar nuestro Bautismo.

Y Jesús en el desierto encuentra a su Padre, pero también encuentra al maligno. Encuentra la tentación directa, que no volverá a aparecer hasta el momento de la pasión. Es llevado por el Espíritu para ser tentado.

-        Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en panes: materialismo, sensualidad,

-        Si eres Hijo de Dios, tírate abajo: haz una señal, que creerán.

-        Todo esto te daré si me adoras: más directa.

Pasa hambre en el desierto. Pero en los momentos más decisivos de su vida se retirará de nuevo. También encontraremos nosotros tentaciones: la tentación de replegarnos, ‘ya lo he probado muchas veces, ¿porqué probarlo otra vez?’ La tentación de no hacer caso de eso que el Señor me está pidiendo. Jesús nos ha dejado signos fruto de esa experiencia en el desierto: el Pan de vida, la Roca de agua viva, la serpiente que salva en el estandarte, y muchos otros signos que fue acumulando en el tiempo de desierto.

En Hb 4

Temamos, pues, no sea que, permaneciendo aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de  vosotros resulte que llegue rezagado.También nosotros hemos recibido la buena nueva, lo mismo que ellos. Pero la palabra que oyeron no les aprovechó, pues no se compenetraron con la fe de los que la escucharon. De hecho, hemos entrado en el descanso los que hemos creído,…

12 Pues, viva es la palabra de Dios y eficaz, y más cortante  que espada alguna de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón.

Con el paso del tiempo, una de las realidades psicológicas que ocurren con las personas, es que aumentan los filtros, como las capas de las cebollas. Los niños no tienen callo: lo que hay, esto hay. La inocencia de los niños no es la que Dios quiere de nosotros. Jesús dijo ‘bienaventurados los que se hacen como niños’. No los que son niños. No hay ni un solo texto en los Evangelios donde se hable de los cristianos adultos. Es la experiencia del desierto: cómo hacer de la experiencia desagradable del pecado la experiencia gozosa del perdón por la misericordia de Dios. Cómo hacer realidad la fe de que es el Espíritu Santo el que me sigue acompañando. Cómo hacer que mis filtros, mis capas se vayan transparentando y vayan dejando ver aquél otro yo más profundo. Donde ciertamente está presente el Espíritu Santo, y donde existe la verdad más auténtica de nosotros mismos. La que solo Dios conoce. Qué malo cuando piensas que ya conoces a la otra persona: decirle ‘ya te conozco’ es como matarlo. Es hacerlo ‘cosa’. La persona que Jesús ve no es la que vemos nosotros. Los fariseos y la mujer pecadora. Jesús sabe de aquella persona algo que no saben los fariseos: sabe lo que aquella persona puede llegar a ser. Esa es la mirada con la que Jesús, con su mirada realista, nos mira. Y hemos de pedirle que nos diga eso que sabe de nosotros: aquél que puedo llegar a ser. Porque confía Él  en mí. Y eso sin duda reaviva en nosotros la esperanza.

Vayamos a la oración pensando que no es un ejercicio sicológico, sino un diálogo vivo en donde la otra parte también está viva, también es libre. Así que es un don que hay que pedir. Que empieza en Dios, pasa por mí y vuelve a Dios.

Que la Palabra sea esa espada de dos filos que dice san Pablo. Que volvemos a la infancia espiritual. ‘Venid al desierto para estar conmigo’ les dice a los discípulos Jesús.