Reconocer al Señor

Jesús quiere después de la Resurrección aparecerse a los apóstoles durante cincuenta días. Y que en esas apariciones tuvieran un contacto muy íntimo con Él, en donde lo más importante es la promesa del Espíritu Santo: ‘Vendrá uno que os recordará todo lo que os he dicho, que estará con vosotros’.

El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor».Cuando Simón Pedro oyó «es el Señor», se puso el vestido -pues estaba desnudo- y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. 10 Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.» 11 Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. 12 Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. 13 Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. 14 Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Eso de que les invitara a desayunar, es nuevo. No sabemos el diálogo o el silencio que hay entre Pedro y Jesús en ese momento. Pedro ayuda a sus compañeros. No se atreven a preguntar.

15 Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» 16 Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» 17 Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.

Y se lo dice delante de los otros. Le confía el mismo ministerio, después de la traición. Ya no dice como en el Jueves Santo que le ama ‘más que éstos’. Pero Pedro está seguro de que le ama.

Es en la Pascua cuando le devuelve su ministerio pastoral, y cuando quiere que quede claro entre sus discípulos que el amor es la causa de ese encargo, y no la fidelidad. Por importante que sea.

Después de esto, y de estas apariciones, hemos de preguntarnos qué es lo que el Espíritu Santo quiere hacer en cada uno de nosotros. Jesús se va despidiendo de sus discípulos. Ellos esperarán con María en el cenáculo a ese defensor, que tendrá por misión. Lo mismo que tiene por misión en nuestro corazón. El Espíritu Santo quiere:

preocuparnos por toda la Iglesia, sentir nuestro las alegrías, y el pecado de toda la Iglesia. Cuando vemos un cristiano con un corazón demasiado pequeño, pensamos que el Espíritu Santo no lo ha hecho grande como el de Jesús.

Cuando uno intenta ser creativo, vencer al tristeza, el desánimo, la rutina, etc. No es solamente un esfuerzo pedagógico o humano, sino que es fruto del impulso del Espíritu Santo.

Por eso la lectura de la Palabra de Dios no es la lectura de una palabra muerta, porque esa palabra de Dios no tiene tiempo. Y cuando la lees, aquello que estás leyendo, tiene la fuerza de crear en ti lo que está prometiendo.

Aquella palabra, no me anuncia un don, sino que realiza en mí ese don que promete. San Agustín dice que quien se encarga de eso es el Espíritu Santo. Que desde nuestro interior hace resonar, hacer interior aquello que Jesús dijo. El ‘os recordará’ es ‘me doy cuenta de que me lo está diciendo’ más que un puro efecto de memorizar. En la oración, en la entrega del apostolado, el Espíritu Santo intenta en nosotros esa triple acción.

Eso significa cosas, y todo un programa que se manifiesta sobre todo en la vida de los santos, no sólo en la liturgia. Aquellos programas vivos de lo que Jesús quiere de nosotros, pues son aquellos hombres y mujeres que lo han vivido. Y de ahí aprendemos el modo de colaborar en esta obra del Espíritu Santo en nosotros.

Ideas

Dominio de los sentidos. El Espíritu Santo nos lleva a una especie de disciplina interior auténtica y perseverante para que no vivamos sumergidos en una perpetua adolescencia espiritual. Cuantas veces se nos ha dicho que la fe cristiana es una fe de Mandamientos, de prohibiciones. Hoy se nos está recordando constantemente. Eso es el comienzo. Quien se quede ahí se pierde lo mejor. Si Jesucristo se deja matar solo para que no nos matemos y no nos robemos… mal aguanyat… Eso lo sabíamos antes. Esa adolescencia del espíritu, significa depender excesivamente del gusto. Del gusto sensible o de lo que me parece. De lo que me gusta y de lo que no me gusta. De las fobias, de las filias. De me cae bien o no me cae bien, de tengo ganas o no tengo ganas. Incluso en el trato con Dios. Qué fácil es la oración cuando me encuentro a gusto. Qué fácil es dejarla cuando no siento nada, y da la sensación de pérdida de tiempo. Una persona que no controle su sensibilidad en el mundo de hoy, llega a estar tan disperso… Al cabo del día oímos tantas noticias, tantas voces que no son las del Señor… tantas, que perdemos la paz.

Hay dos cosas contra las que hay que luchar para no perder la paz: el deseo de noticias, y la crítica.

Si tenemos la cabeza y el corazón llenos, el Espíritu Santo no puede entrar. Ese es un campo de lucha: mantener esa unión espiritual con el Espíritu Santo en este silencio de nuestro corazón, para que resuene la palabra de Jesús.

Controlar los sentidos fue uno de los objetivos de algunas escuelas no demasiado católicas. Las escuelas del ‘agere contra’. Es decir: ‘¿te gusta tomar café?, pues no tomes café. Todo lo que te guste, pues di que no. Y así te acercarás más a Dios.’ Pues no. Eso no es el planteamiento radicalmente cristiano. La conversión del cristiano no es el dominio del cuerpo por el espíritu. Eso es lo que hacían los estoicos. Controlar perfectamente la sensibilidad puede ser un ejercicio técnico de autocontrol. Pero no nos acerca ni un milímetro a las promesas del Espíritu Santo. Otra cosa es que algo de esto habrá que hacer. Como propedéutica, pero a donde apunta el Espíritu Santo es a la conversión del entendimiento. Es la conversión del espíritu a Dios lo que es auténticamente cristiano. Es la metanoia, el cambio de todo mi mundo interior. Que pongo a disposición de Jesús y de su Espíritu. Y que incluirá, cómo no, el control de la sensibilidad y del gusto y del cuerpo, claro que sí. Pero no únicamente, ni preferentemente, ni esencialmente. No sea caso que nos vendan unos santos que consistan en esa especie de estoicismo cristiano, hoy en el New Age muy extendido y que no nos deje como fruto esa libertad interior que Jesús quería para sus discípulos y que es fruto de la conversión del espíritu. En las tres grandes facultades que Dios nos ha dado: en el entendimiento, en la memoria, y en la voluntad. Ese es el esfuerzo mayor de la madurez cristiana. Que el entendimiento repose en la fe, que los criterios con los cuales pienso el mundo, el dinero, la salud, mi familia,… que lo que decido lo decida según el pensamiento y la voluntad de Dios. Esa conversión del entendimiento, ¡cómo cuesta! Y esa sí que es esencial.

Que la memoria repose en la esperanza. Aquello de lo cual yo me acuerdo, y Dios ya no se acuerda. Porque lo ha perdonado, es una ofensa. Es una ofensa al Señor, a su amor. A veces nosotros tenemos más memoria que Dios.

Y que la voluntad repose en la caridad.

Es todo un programa que quizá nos dure toda la vida.

Por ejemplo, en el entendimiento, normalmente funcionamos con criterios. Tenemos criterios. Por ejemplo preguntas típicas después de revisar, por ejemplo cómo ha ido la Semana Santa:

1ª ¿Había mucha gente? 2ª ¿Se fueron contentos?

¿Os imagináis a Jesús haciendo esas dos preguntas a sus discípulos después del sermón de la montaña?

Ocurre que cogemos criterios del mundo, y sin pasarlos por el discernimiento espiritual, los aplicamos. Sin más. Eso nos puede ir despistando. Porque puede llegar un punto que guiados por criterios del mundo podamos llegar a ser personas muy responsables, muy racionales, pero muy del mundo. Que apliquemos el marketing y la venta del producto ahí donde es toda otra realidad.

Criterios a la hora de educar, en la pedagogía familiar, en el cuidado de nuestra salud, en el gasto de nuestro dinero. ¿Con qué criterios decidimos las cosas?

Porque puede haber cosas buenas que impidan otras mejores.

Uno puede ser amante del orden y que ese orden sea mortificante para el otro. Puede ser una cosa terrible. Puede que tenga buenos criterios, pero mal integrados. Así, deberemos priorizar, por ejemplo la caridad deberá estar por encima del orden.

Criterios mal entendidos y o mal integrados o que no son sobrenaturales. Hay personas que dan mucha importancia al cuidado de la salud. No hay, por ejemplo, ningún sitio en el evangelio donde se diga que hay que hacer footing. Puede haber formas muy racionales de agradar a Dios, y nada sobrenaturales. Lo más razonable es lo que más nos acerca a Dios. Pues no. Porque el martirio no tiene nada de razonable. El perdón de los enemigos, tampoco. La humildad es una virtud nada razonable. Nuestro techo no es nuestra razón, ni nuestra conciencia. Nuestro techo es el Espíritu Santo, que respeta todo lo que hay en esta naturaleza, pero nos eleva a otra manera de pensar. Y de vivir. Y por eso a vosotros en el mundo os da la sensación de estar con un pie dentro y otro fuera. Les ha ocurrido a los cristianos siempre. Vivimos en el mundo, pero no somos del mundo, como nos decía Jesús.

No hemos nacido ni de la carne ni de la sangre, y habrá criterios que no podremos compartir ni explicar a veces porque los habremos fundamentado en un modo de vivir según el Espíritu que se nos ha dado. Así puede pensar cada uno en su vida, qué criterios tengo bloqueados, o mal entendidos, que no están del todo bien armonizados. La verdad es que nos cuesta concretar, sobre todo cuando los criterios fundamentales no están de acuerdo con el Evangelio.

Una de las cosas que hace sufrir más es la relación entre acción y contemplación. Eso les pasaba a los discípulos de Jesús. Cuando les decía ‘vamos a predicar’ iban de mala gana. Pero se da la multiplicación de los panes, y se animan mucho. Entonces se los lleva a rezar y van de mala gana. Se van de mala gana a actuar, y se van de mala gana a rezar. Porque van a destiempo. Eso también pasa en las parejas. (Como en la historia de Tonet, el marino). Es la historia de dos personas que se quieren mucho, a rabiar, pero distinto. Que los ritmos no andan a la par. Algo semejante les pasaba a los discípulos de Jesús. Hemos de saber encontrar nuestros propios ritmos de relación con el Señor. Y entre nosotros. Puede ser un trabajo que directamente no sea proponer nada en concreto, pero sí que estar revisando los criterios de cómo hablamos, de cómo pensamos. Del dinero, de la televisión, del ocio. De la relación con los hijos. De tantas y tantas cosas. Y esos criterios los vamos llevando a la oración, para que sea el Espíritu Santo quien los vaya discerniendo. No al mundo. No preguntando qué piensa la gente o qué hace la gente. Sino, ‘Señor, ¿tú que piensas de esto?’ Ahí tenemos un gran programa: vivir de la fe. Ver el mundo con los ojos de Dios, amar al mundo con el corazón de Dios. Respecto a la memoria y a la voluntad, ojo a la moda. El Espíritu nos hace libres. A los discípulos les dio una gran libertad para salir al mundo entero. Y de hecho tampoco sabían tanto de cómo habían de hacerlo. Pablo pensaba que no había que poner demasiadas exigencias, luego dudó, luego fue a Jerusalén. Santiago –el más lúcido– dijo de ir a lo esencial. Quitar el peso de la ley judía que los discípulos de Jerusalén tenían como propia. Pero la verdad es que vivir en el mundo es vivir sujetos a la moda. Hay valores cristianos que según que época están de moda. Ahora, por ejemplo tenemos la paz. No tiene nada de extraño que haya valores cristianos que sean cotizados en este mundo, como no tiene nada de extraño que otros valores jamás sean cotizados, aceptados o recibidos en el mundo. Y vivimos en el mundo, y amamos al mundo, pero no somos del mundo. Hay una sensación de mareo, de cierta perplejidad. No nos es tan sencillo vivir de la fe, cuando hay criterios cambiantes constantemente. O generamos un recelo: de todo sospecho. O elijo al azar. O nuestro asentimiento del Evangelio es distanciado, o condicionado. Cada momento lleva nuevas corrientes de pensamiento, de sentimientos, de acciones. Por ejemplo, eso pasó con el autoritarismo y el liberalismo. Era/es una moda. Y llegó a nuestras casas religiosas. Hay que tener la cabeza encima de los hombros, para distinguir lo que es fruto del Evangelio, y lo que es fruto del mundo, de la moda, del momento. Así que eso de tener un pie en el mundo y otro pie en el Evangelio, pues es difícil. Significa ser fieles al Evangelio sabiendo que recibiremos criterios, modos, expresiones sujetas a la moda espiritual, a los valores cambiantes. A ese mundo fugaz que pasa y del cual no nos podemos aislar, ni queremos aislarnos. Porque el Señor nos dice que ‘sois levadura en la masa’. Pero tampoco debemos romper con el mundo. Eso es para el monje. Al hombre que vive inmerso en el mundo no le es posible una actitud de verdadera libertad porque se ve obligado a adaptar a veces algunas de estas actitudes.

Por eso se le pide una profundidad mayor. Por eso hay que ir al desierto, para recordar, para revitalizar, para actualizar aquello de lo que queremos vivir. Sólo es libre aquél que no actúa por adhesión o por rechazo al medio social. Sólo es libre aquél que puede decir: el mundo no es mi referencia. Ni hago cosas por agradar al mundo, ni dejo de hacerlas por fastidiar al mundo. Sencillamente, no vivo para el mundo. El criterio de mi actuación, mi verdad auténtica, está en el Señor. Es libre el cristiano, porque cree en Cristo. Porque Cristo ha trascendido al mundo, porque lo ha vencido. Ha vencido a la muerte.

Y dice san Pablo

18 a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas. (2Cor 4)

Hay que hacer las cosas par agradar al Señor. Por lo necesitamos para crecer por dentro y agradar al Señor.

En Efesios 4,

22 despojaos, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, 23 renovad el espíritu de vuestra mente, 24 y revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad.

La conversión es iluminación de nuestro espíritu, de dentro afuera. Siempre ha sido así. No es que no haya que llegar afuera. Habrá que llegar al control de los sentidos, y a rechazar aquello que es pecado, y a poner un orden de vida que es adecuado para seguir al Señor, pero es desde dentro. Desde aquel contacto de la samaritana, del ciego de nacimiento, de Lázaro, que descubre en Jesús el modelo a seguir. Y eso significa relativizar la sociedad en la cual vivimos. No despreciarla, pero sí darse cuenta de que este mundo pasa. Que nosotros no tenemos morada aquí. Y que solo creyendo en el Señor, podemos vivir en el mundo, y a la vez vivir de Jesucristo, no del mundo. Nos recuerda el Vaticano II que es importante que los cristianos tengan la posibilidad de santificación sin salir de su vida ordinaria (encarnarse en un espacio y en un tiempo). Pero para eso hace falta dejarse llevar del Espíritu. Que es quien realmente configura la vida del cristiano con ese criterio de fe: el entendimiento en la fe, la memoria en la esperanza (deja el pasado en su misericordia, y deja el futuro en su providencia), la voluntad en la caridad: quiero amar según Jesucristo, es mi modelo. Cuantas veces hemos tenido que hacer cambios internos, adaptaciones espirituales, y habrá que seguir haciéndolo. Eso no es ninguna traición. Que lo que se rompe es lo rígido. Lo resistente es lo flexible. Lo flexible no tiene nada de persona que traiciona la verdad. Lo que he de hacer es coger del Evangelio y de la Iglesia aquello esencial y veo lo que había en el pasado de formulación legítima, pero según el tiempo y el espacio. El riesgo es que si cambio una cosa importante, puedo ser desleal con el Señor, y si dejo una cosa accidental, puede ocurrir que sea más inútil para el apostolado, o que pueda ejercer menos influencia en el mundo actual. Para hacerlo bien, revisar nuestros criterios a la luz de la fe. Los que tengo. Los que me faltan. Los que tengo mal asumidos. Los que hace mucho tiempo que no reviso. A la luz de la fe significa también a la luz del Evangelio, del Magisterio de la Iglesia, de la vida de los santos, en la vida litúrgica como fuente de inspiración, en el consejo espiritual.

Pidamos al Señor que nos ayude, ya que después de la Resurrección, el trabajo más claro que Jesús hará con sus discípulos es desearles que el Espíritu Santo les asista. Ellos tenían un fuerte deseo del Espíritu. Es en el cenáculo donde esperan al Defensor, que les recuerde, que les anime, que les revitalice en ese trabajo espiritual de parecerse cada día más a Jesús.