6ª Med. “El regalo de cada mañana”.

(Domingo, 2-abril-06)

Esta mañana, al levantarme me he encontrado con tres regalitos. Y estaban envueltos. Con mucho amor. Ponía: ¡Frágil! ¡Abrir con cuidado! ¡Abrir con amor! Porque amor con amor se paga. Y qué sorpresa la mía: He abierto el primer regalo, y me ha sido dado el Hijo, con un cartelito que ponía: ‘De parte del Padre’. He abierto el segundo y me ha sido dado el Padre, con un cartelito que decía ‘De parte del Hijo’. Y he abierto el tercero y me ha sido dado el Espíritu Santo con un cartelito que decía: ‘De parte del Padre y del Hijo’.

Son tres regalos maravillosos. Tres dones que no se pueden recibir separados, no se puede recibir uno sin recibir los otros dos, porque los tres están siempre unidos. Tan unidos, que son uno sólo. Son una comunión perfecta de amor. Y estos tres regalos maravillosos tienen una peculiaridad. No son como los otros regalos. Los regalos que nos hacemos nosotros son ajenos a nosotros. Pero en cambio con estos regalos no es así, porque el Padre me ha dado a su Hijo, pero no de cualquier manera. Sino metiéndome en el Hijo. Así que me he visto metido dentro del regalo, participando de la generación eterna del Hijo. El Padre me hace partícipe de la vida de su Hijo amado. Me da a participar la generación eterna por la que el Hijo es engendrado. Y lo mismo al recibir el segundo regalo, el Hijo me ha llevado al seno del Padre, donde mora el Hijo. Así que me he visto dentro del seno del Padre. ¡Menudos regalos… que hasta entras dentro de ellos! Y al recibir el tercero, he sido introducido en la corriente de amor eterno que es el Espíritu Santo. He sido hecho partícipe de esa aspiración eterna que es el Espíritu Santo. Ese lazo, ese abrazo, ese don de amor del Padre y del Hijo. Y así, al recibir estos regalos, me he encontrado sin más, viviendo en Dios. Que eso es el cristiano: el que vive en Dios. El que vive en la comunión de las Personas Divinas. Y por mi parte, yo no he hecho ningún esfuerzo: yo estaba bien dormidito. Es el Señor que se me regala, que se me da. El Padre que me regala al Hijo, el Hijo que me regala al Padre, y el Padre y el Hijo, que me regalan al Espíritu Santo. Y me he encontrado viviendo en Dios sin esfuerzo. Porque todo es un don que se me da. Dios es un don que se me da. Como una esponja. Si metéis una esponja dentro del mar, pues esa esponja está rodeada de agua por fuera y llena de agua por dentro: eso es el cristiano. El que está todo él sumergido en Dios. Así es como vive la Iglesia: sumergida en la comunión de amor de las Personas Divinas.

Supongo que todos vosotros habréis contemplado alguna vez un paisaje, y habréis admirado la belleza de ese paisaje. Tú miras el paisaje y eres espectador. Con Dios no pasa así. Dios es un paisaje tan y tan hermoso, que ese paisaje está dentro de ti, porque Dios mora dentro de ti. Y tú moras dentro de Dios. Porque Dios se te ha dado. Sin ningún esfuerzo por tu parte: sencillamente porque se te da. Y esa es la locura del amor de Dios. Que te lleva a vivir en Él: ‘En él vivimos, nos movemos y somos.’ 

Dios es amor, y el amor hace locuras. Y la locura del amor de Dios es que soy divinizado. Que participo de la comunión de las Personas Divinas. Que soy engendrado en el Hijo, por participación, porque moro en el seno del Padre, porque el Hijo ahí es donde me lleva. Y participo del don del Espíritu Santo que se dan el Padre y el Hijo. Y eso me lo han dado. Yo por mi parte no he hecho nada. Así que la vida cristiana es sencilla. Y además hermosa. Porque no hay nada tan hermoso como Dios mismo.

Y ahí vemos la locura del amor de Dios. Dios se hace hombre para que el hombre pueda ser hecho Dios por participación. El Creador se hace criatura para que la criatura participe del ser del Creador. Dios se acostumbra a caminar al paso del hombre para que el hombre pueda caminar al paso de Dios. Y la Iglesia lo que hace es morar en Dios, vivir en Dios, descansar en Dios, en este misterio de amor que es la Trinidad. El amor de Dios que busca hacer semejantes, la amada al amado.

¿Qué es lo primero que la Iglesia nos enseña?

Algo tan sencillo como santiguarse. Así es como la Iglesia nos enseña cuál es la verdad esencial y sustanciosa de nuestra fe.

Trazamos la señal de la Cruz invocando al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. Y acabamos con el ‘amén’ porque es un acto de fe.

Dios que es amor, comunión de amor de las Tres Personas Divinas, se ha manifestado a nosotros por el misterio de la Cruz. Así que la Trinidad y la Cruz son la esencia de la vida cristiana.

Ahora hablaremos un poco de las Personas Divinas, de ese misterio de comunión de amor que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la siguiente meditación hablaremos de la Cruz, donde hemos conocido el amor del Dios comunión personal de amor.

Dios-Trinidad es el misterio central de nuestra fe cristiana. Y es curioso, porque cuando se menciona a la Trinidad, nos asustamos. ‘Eso es para teólogos…, es muy elevado…’ No. Es sencillo. Tan sencillo como hacer la señal de la Cruz. El misterio de la Trinidad es el más sencillo de todos. Nosotros sí que somos complicados. Pero Dios es sencillísimo. Y es el misterio que está más cercano a nosotros. La dificultad viene en que planteamos mal las cosas. Y hay que corregir los planteamientos. Parece que para acercarse a la Santísima Trinidad haya que hacer una especulación difícil o complicada. Cuando en realidad es vivir con sencillez la realidad más profunda de nuestra fe, que es la relación personal con cada una de las Personas Divinas. Con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo que se nos dan, y en quienes vivimos, nos movemos, somos, existimos.

Una imagen que nos puede ayudar a comprender que la Trinidad es la realidad más sencilla de todas. Nosotros, a lo largo de nuestra vida, establecemos relaciones personales con aquellas personas que están más cerca de nosotros: nuestros padres, nuestros hermanos. Y para conocer a nuestros padres, ninguno de nosotros ha hecho una investigación complicada ni ha leído una enciclopedia. Sencillamente nos hemos relacionado con ellos. ¿Por qué con Dios queremos hacerlo de manera diferente? A Dios no se llega porque uno estudia mucho, sino porque se relaciona con Él. Yo soy hijo de Dios porque me relaciono con el Padre, porque el Padre se relaciona conmigo. Vivo unido a Jesucristo porque Jesucristo se relaciona conmigo. Se me da. Y yo me doy a Él. Y con el Espíritu Santo igual. Ninguno de nosotros se ha dedicado a investigar en el laboratorio hasta llegar a conocer a sus padres. Convives con ellos y punto. Pues la vida cristiana es eso: convivir con las Personas Divinas, que son con las que menos convivimos. ¡Con las ganas que tienen ellos de convivir con nosotros! Es que a veces somos muy complicados. La Iglesia envuelve toda la vida del cristiano en este misterio. En esta comunicación íntima, amorosa de las Personas Divinas. Así es como los niños crecen, y así es como los cristianos crecen: relacionándose con las Personas Divinas.

Algunos ejemplos para entender la realidad primera: que vivimos en Dios.

La celebración de la Misa: ¿cómo empezamos la Misa? En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ¿cómo acabamos la Misa? La bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ya tenemos a las Personas Divinas.

En la consagración. Estamos invocando al Padre para que envíe al Espíritu Santo y el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre del Señor. Y entramos en comunión en la Eucaristía con la misma Trinidad.

O cuando escuchamos la Palabra de Dios. El Padre nos está hablando, con una Palabra inspirada por el Espíritu Santo y Jesucristo es esa Palabra eterna del Padre. El Verbo encarnado por nosotros.

O por ejemplo, cuando rezamos el Padrenuestro. Estamos invocando a Dios nuestro Padre, y lo hacemos porque Jesús es el que se une a nosotros: sólo Él puede llamar a Dios ‘Abbá, Padre’. Y nos introduce en la comunión con el Padre. Y es el Espíritu Santo el que nos hace gritar ‘Abba, Padre’.

Si miramos la Eucaristía de arriba abajo, no hay ni una sola realidad que no esté penetrada por las Personas Divinas. Nosotros estaremos distraídos, pero las Personas Divinas no. Están ahí, dándose a nosotros. Ellos han tomado la iniciativa de relacionarse con nosotros. Es lo que hacen eternamente las Personas Divinas. Y nos llaman a vivir en esa comunión de las Personas Divinas. A veces pensamos que todo eso es muy teórico. Y no es verdad: es la realidad de nuestra fe. Eso no es teoría. Lo que es teoría, son las pajaradas que nos inventamos. Pero esto es la realidad. La realidad es Dios: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Además la Eucaristía de teórico no tiene nada. No hay nada más práctico que la misma Eucaristía. Por eso es el fundamento de la vida cristiana: fuente y culmen.

Otros ejemplos. Todos nosotros trabajamos todos los días: porque somos imagen de Dios. El primero que ha trabajado es Dios. Él ha hecho la creación en seis días, y al séptimo día descansó. Por eso nosotros trabajamos y descansamos: porque somos imagen de Dios. Y ¿cómo ha hecho el Padre la creación? El Padre creaba con sus dos manos: el Hijo y el Espíritu Santo. Porque Dios crea pronunciando su Palabra, que es su Hijo, y dando su aliento de vida, que es su Espíritu Santo, según expresiones de San Ireneo de Lyon. Así que en toda la realidad creada están las Tres Personas Divinas. ¿Cómo Dios crea al hombre? A su imagen y semejanza. Y la imagen perfecta del Padre es el Hijo, que se hará hombre por nosotros. Y ¿qué hace Dios sobre Adán? Sopla, insufla su aliento en sus narices y le da el espíritu de vida, imagen del Espíritu Santo. O también, nosotros trabajamos con nuestras manos físicas, pero también con otras dos manos: nuestra inteligencia y nuestra voluntad: porque somos imagen de Dios, del Padre que obra con sabiduría, que es su Hijo, y con amor, que es su Espíritu Santo.

Otra realidad. Hablamos y hablamos. Porque somos imagen de Dios. Del Padre que pronuncia su Verbo, soplando el Espíritu Santo. Que alguno intente pronunciar una palabra sin antes concebirla en su entendimiento, y una vez concebida, que la pronuncie sin sacar aliento. La Palabra que concibes en tu entendimiento, se pronuncia con el aire de los pulmones. Porque somos imagen de Dios. Cada palabra que decimos, lo sepamos o no estamos siendo manifestación de las Personas Divinas.

Otro ejemplo. Somos padres porque hay un Padre eterno que engendra eternamente a su Hijo. Toda paternidad viene de Dios.

Toda la realidad está llena de las Personas Divinas. Nos enteremos o no. Vale la pena enterarse, porque es maravilloso.

¿Cómo nos bautizaron? En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. No en el nombre de Pepito. En el nombre de la Trinidad. No hay nadie más íntimo a nosotros mismos que Dios mismo.

Cuando celebramos la Eucaristía, el sacerdote al dar la comunión, dice: el Cuerpo de Cristo. Así que ahí estáis entrando en comunión con Cristo. Entrar en comunión con Cristo es entrar en comunión con el Padre en el Espíritu Santo.

¿Quién nos une a nosotros en comunión? El Espíritu Santo, Él es el que hace posible la caridad fraterna. Con lo cual, toda nuestra vida, está llena de las Personas Divinas. Y si no nos enteramos es porque nos falta fe. Pidámosle al Señor que nos abra un poquito los ojos, para que seamos conscientes de la presencia de Dios, de la comunión con las Personas Divinas. La Trinidad no es complicada. Somos nosotros los complicados. Cambiemos nuestros planteamientos y vivamos en Dios, que es bien sencillo.

Conclusión. Dado que se nos ha regalado la Trinidad, hagamos lo que haría un niño pequeño con un regalo: jugar. Queda tan embelesado con el regalo, que se olvida de todo lo demás, y se queda ahí jugando, y es más feliz que un ocho. Así que ahora todos a jugar con la Trinidad. Eso es lo que hace el cristiano con las Personas Divinas: estar con ellas, vivir con ellas, jugar con ellas. Eso es la vida cristiana: vivir en Dios. Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos.