7 ª Med. El amor es el que cambia el mundo

Podéis tomar el cap. 8 de la Carta a los Romanos en este rato posterior a la meditación para rezarlo.

La vida en el Espíritu.

Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte.Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu.

Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio de Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece; 10 mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.

12 Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, 13 pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis.

Hijos de Dios gracias al Espíritu.

14 En efecto, todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. 15 Y vosotros no habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! 16 El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.17 Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con él glorificados.

Destinados a la gloria.

18 Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. 19 Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. 20 La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza 21 de ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 22 Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. 23 Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. 24 Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia.

26 Y de igual manera, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, 27 y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios.

El plan de la salvación.

28 Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. 29 Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; 30 y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó.

Conclusión: Himno al amor de Dios.

31 Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? 32 El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica.34 ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, e intercede por nosotros?

35 ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, 36 como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. 37 Pero en todo esto salimos más que vencedores  gracias a aquel que nos amó.

38 Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades 39 ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.

Vemos que Cristo nos ha vencido. Esa es la realidad que hemos ido contemplando. Cuando vemos que Él nos ha vencido, más vemos nosotros que vencemos con Cristo. Nos ha derrotado y no somos capaces de nada. No somos capaces de resistir a su amor. Y hemos visto cómo esa abnegación es tierna, delicada, que va trabajando poco a poco, que ese amor que va entrando. Que no podemos resistirnos a eso. Y después participamos de esa victoria. Podemos amar porque Cristo ha puesto esa fuente de agua viva en nosotros. Ha puesto esa fuente de agua viva que está en mí, y que brota, y que estoy inmerso en ese mar que rebosa por todas partes.

Y cómo nada nos puede separar del amor de Cristo.

Siempre hay la tentación de los propósitos: qué fruto tenemos que dar. El único fruto del que yo os he hablado, es cuando Cristo os crucifica. Ahí estáis dando fruto. Pero hasta eso es Cristo el que os está envolviendo en su amor. Qué propósitos tenéis que hacer: ninguno. Mirad un poquito cómo hemos ido entrando. Y viendo cómo el Señor ha ido dándonos todo. Cómo hemos visto que no somos nada. Después de ver todo esto no es que tenga que hacer, sino que has de aprender que todo te viene dado. Eso es importante, hay que dejar que fluya lo que el Señor nos ha dado. Si no me acuerdo, el Espíritu Santo nos lo recordará cuando él quiera. Él es nuestra memoria: memoria privilegiada. El Señor nos irá poniendo en la memoria las palabras del Señor. Cuando convenga, y nos actualizará cosas. Y eso es la experiencia. Por eso, propósitos ninguno: dejar que fluya. La gracia de Dios es como un río. Cuando intentamos atraparla, con un dique, esa agua estancada acaba pudriéndose. Hemos de dejar que fluya. Y entonces, siempre está corriendo el agua. Es que la experiencia es una mala experiencia: yo me saco mis propósitos: me hago mi lista, y qué pasa: que voy repasando, y veo que fallo y fallo y fallo. De vez en cuando alguna no falla por casualidad. Y entonces eso desanima. Y entonces decimos: esto de la vida cristiana es imposible. Pues nada. Dejad que el Señor haga. Eso quizá nos dará un cierto vértigo. Eso es porque te hace estar ahí, en la fe. Lo que nos sustenta, es la fe. En el momento en que nos salimos…

Dónde nos quedamos: en la contemplación de Señor: de dónde venimos, a dónde vamos. Pues estamos en eso. El Señor nos ha desbordado: estamos ahí metidos. Estamos en el Señor, nuestra vida está en Él, y todo depende de Él. Y que nosotros no podemos hacer nadad. Nos da todo en todo momento, y va negando con dulzura y nos v sacando todos los estorbos para que nosotros podamos estar cada vez más en Él. Con dulzura y con firmeza. Cuando nos coge, no nos deja. Para que esté en nosotros esa fuente de agua viva que brote y nos desborde.

Eso es lo que ha de quedar de estos días.

Del monte Tabor hay que bajar. Pero bajas con todo lo que has recibido. Pero engolfado en Cristo, en la santísima Trinidad. La experiencia que hemos sacado es que nos está dando vida. El Padre nos pide que entremos cada vez más en esa vida de Cristo, y que en esa vida lo estemos todo devolviendo al Padre. Y de ahí no nos aparatará nadie (¿quién nos apartará?). Se simplifica mucho la vida. Porque vuelves con mirada de fe. Una mirada simplicísima, ocupados de lo que es verdaderamente importante. ¡Ah! ¿Pero si ud. supiera los problemas que tengo? ¿Es que Cristo no los sabe? Pues mientras no llueva, ves al pozo, pero ves pidiendo que llueva, porque eso es una promesa de fe, que Jesús ha puesto en nosotros esa fuente. Lo que quiere es que brote. Fíjate que si tienes esa certeza que te da la fe, estás en todo momento rezando. Porque tengo la conciencia de la presencia de Cristo, del Padre y del Espíritu Santo que están en mí constantemente. No es que yo esté todo el día pensando. No estamos todo el día pensando que tenemos dos manos, pero sí somos conscientes de que las tenemos. Lo mismo, yo soy consciente de que Cristo está conmigo constantemente. Y por ello estás implícitamente en oración constante. Eso es lo que ha de quedar. No se trata de hacer muchas cosas, sino de amar. Y amar como Cristo nos ama.

Lo primero es estar bien fuerte en el amor. Las cosas ya vendrán. Y es cuando das fruto.

Sentaos en la hierba para ver lo que el Padre hace, y confiad. Para eso ha tenido que haber un camino de abnegación muy grande.

El amor es el que cambia el mundo. La Iglesia no se edifica por lo mucho que hacemos nosotros, sino por la santidad de los miembros.