1ª Med. La Encarnación.

El Cristianismo, es la única religión en la que el acceso a Dios es Dios mismo.

Se dice que Judaísmo, Cristianismo e Islam son las tres religiones del libro, pero eso no es exacto. Nosotros no nos hemos enamorado de un libro, aunque sea un libro sagrado para nosotros. Nosotros nos hemos enamorado de una persona: Cristo.

Dice un cartujo:

‘El hombre no ha de imitar más que a Dios, pero no tenía fuerzas más que para imitar al hombre. Entonces el hombre fue asumida a fin de que imitando lo que podía, buscara al que tenía que imitar: a Dios. A él mismo no era útil conformarse sino con Dios. Pero la persona creada no podía conformarse sino con algún hombre. Por eso se hace hombre Dios, porque de esta manera, conformándose el hombre a otro hombre, cosa que podía hacer, se conformara también con Dios, que era lo que necesitaba.’ (1136)

Es evidente que el encuentro con Dios no nos viene por el esfuerzo de la inteligencia especulativa, sino por un acto sencillo de acogimiento y de encuentro con Cristo. Dios se ha hecho encontradizo, cercano, al hacerse hombre. Por eso estamos haciendo Ejercicios, porque creemos en él, estamos de camino. No estamos exactamente donde Él nos está esperando. No hemos llegado a donde habíamos de llegar: Simón había de llegar a ser Pedro, la Piedra. Y Jesús ama a Simón. Eso nos pasa a todos. Ahora somos un nombre concreto pero Dios sabe que podemos llegar a ser más. En cuanto hijos, en cuanto a amor, en cuanto a gozo. En cuanto a servirle, o en cuanto a inquietud ante los que no le sirven como hijos… Entonces el Simón ha de llegar a ser Pedro siempre. Hemos de ir creciendo siempre.

El conocimiento y el encuentro con Dios, no es un problema intelectual, sino el resultado de un suceso, de un hecho. El pueblo escogido, antes de tener fe en el Dios creador, era el Dios que les había salvado de la esclavitud de Egipto. Un Dios concreto, el Dios por antonomasia, tal como ellos lo entendían. Y así era. El pueblo vive unos sucesos que vienen de Dios. Y uno de los grandes problemas de nuestra cultura, es haber perdido la capacidad de ver cuántas cosas (todas) vienen de Dios. Las relaciones humanas, no las podemos inventar al margen de Dios, que había pensado lo que teníamos que ser. ‘No ha existido nunca una persona humana que no fuera pensada por Dios para que llegara a conocerle y amarle’ decía un papa. Que muchos no puedan o no sepan, es otra cosa. Pero Dios no ha pensado un ser inteligente y allá él; no. Ha pensado un ser inteligente, y ahí la Encarnación. Y ahí tantos otros caminos, pero este el más claro.

El hombre de la Biblia, no se plantea si Dios existe. Lo encuentra en los sucesos, en la propia biografía. El hombre de la Biblia cree en la existencia de un Dios que crea a l hombre y que le asiste siempre. Por eso más que un conocimiento de Dios, se trata de un reconocimiento de Él, por parte de quien ha salido de Él –que es el hombre—el Dios que lleva dentro de su conciencia, del Dios al que ama profundamente y al que ora cada día.

No es cuestión de inteligencia, es cuestión de abrirse a Dios. Por el amor sí, pero por el conocimiento no alcanzamos a Dios.

Sucede que no siempre se tiene conciencia del encuentro con Dios en el momento del encuentro. Sino a veces mucho después. Incluso en los fallos, en el pecado. Pero la omnipotencia y la bondad de Dios es capaz de convertir en bendición algo que fue muy mal. Esto es lo que les pasó por ejemplo a los hermanos de José. Que quisieron matarlo, por fin lo vendieron como esclavo, llegó a ser el más poderoso después del Faraón, y cuando en otra época de hambre fueron sus hermanos a buscar comida, acabaron encontrándoselo. Y al ver que era como el Faraón, se espantaron. Qué les dijo José: que no tuvieran miedo (Gen 45, 5 y ss.) y que todo fue hecho para vuestro bien. Lo que hicieron era para mal de José, pero ese pecado, Dios lo convierte en bendición para aquella familia. Por eso no nos hemos de preocupar cuando no vemos la mano de Dios en una situación que nos desconcierta, que nos humilla que parece que está poniendo dificultades a nuestra acción apostólica o a nuestro crecimiento interior. No perdamos la calma. Y descubriremos que Dios estaba allí. Hemos de esta intentando ver la providencia, y se ve en el momento. ¡Cuántas veces no habrá pasado, el ver que algo que no era correcto, o nos hizo daño, luego resultó que era providencial! No siempre se ve, pero muchas veces sí. Cuando algo os cuesta, os molesta, cuando algo os disgusta, dejad que pase el tiempo y puede ser que encontréis que Dios estaba allí. Porque hay cosas que no se entienden. Como aquel antiguo alumno de bachiller, cuyos padres eran pobres, y que acabando los estudios se puso enfermó mortalmente, y él lo sabía, y decía: ‘yo no entiendo por qué el Señor, después de los esfuerzos que han hecho mis padres para darme una carrera, permite que ahora me muera. No lo entiendo, pero sé que cuando vea a Dios lo entenderé en seguida’. Eso es tener fe. Con veintipocos años.

La iniciativa, evidentemente viene de Dios. En nuestras relaciones con Dios, Él siempre tiene la iniciativa. Fruto de la benevolencia y del amor de un padre. Después del primer pecado, es Dios quien se acerca a Adán, y le pregunta ‘¿Dónde estás?’ No es Adán el que toma la iniciativa. Y después del primer crimen, cuando Caín mata a Abel, es Dios quien se acerca y le pregunta: ‘¿Caín, dónde está tu hermano?’. Es siempre iniciativa de Dios. Y cuando reconocemos la presencia de Dios en nuestra vida, hacemos como una proyección hacia la voluntad de Dios. Como un salto hacia la historia eterna, hacia la voluntad que Dios tiene sobre todos nosotros. Y por fortuna esta voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros, es inconmovible. Podemos responder nosotros con amor con desamor, con olvido, con ingratitud, podemos cambiar, pero Dios es inconmovible en acoger, en perdonar, en amar, en esperar. Siempre. Por fortuna es así. Por fortuna, porque nuestra voluntad en aquello que hace referencia a Dios y a los hermanos, no siempre es inconmovible. Sino que es muy variable. Podemos pasar del amor al olvido, del amor a la ofensa, de la admiración al menosprecio,… Tenemos suerte de que la actitud de Dios hacia nosotros sea inconmovible de acogimiento, de amor, de perdón, de comprensión. Se realiza aquello que dice Olegario González de Cardedal, en ‘las entrañas del cristianismo’: para Dios, como para los padres y las madres, el hijo es más amable que miserable, y que Dios tiene el amor, la añoranza del hijo ausente. El ‘ansión’ del hijo o de la hija descarriada.

La encarnación y la proximidad de Dios.

En una excursión a Sierra Nevada, se añadió un muchacho de Roma, judío. Que después de asistir a varias eucaristías, decía: “unas cuantas eucaristías más, y me hago católico”. Después decía en la última noche: “Ahora iremos los dos a la tienda y rezaremos, y pienso que cuando tú reces, te encontrarás más cerca de Dios que yo.” Eso era la añoranza de la Encarnación. El Mesías, que aún no ha llegado para ellos, y que no es un gran conquistador, es el Hijo de Dios. Por eso podemos estar más cerca, porque creemos en Jesucristo, el Mesías del que ellos están a la espera todavía. No pienso que después de la Encarnación el amor de los hombres sea distinto pero quizás eso que Gianfranco intuía no sea realidad en nuestras comunidades cristianas, y no seamos capaces de agradecer y de amar después de la Encarnación. Como esa chica judía, a la que le pide un especialista en Sagrada Escritura, que le grabe en un casette el profeta Amós en hebreo. Y la chica le grabó el libro, pero cuando llegaba el nombre de Yahvé, la chica decía Ha Shem (el Nombre). Qué respeto tan grande, de una muchacha que aún no acababa de tenerlo claro, pero respetaba el nombre de Dios. Y aquí en nuestra tierra hay gente que blasfema como quien no hace nada, y una joven judía que no tiene fe, no quiere ni nombrar la palabra Dios, porque le parece una falta de respeto.

Quien ama, suscita amor. Y Dios que es comunidad de amor, Trinidad, crea participantes de esta comunidad originaria. Y en nuestra Iglesia. Lo que es propio de Dios, que es una comunidad de personas. Hace que el cree una comunidad de hermanos que nada más podrán vivir en paz y con alegría cuando se unifiquen fraternalmente. “Hablar del hombre humanamente es hablar rasamente de lo humano” (Olegario González de Cardedal). Esa no es la persona humana auténtica. No. Es bastante más. Por eso nos hemos de sentir inquietos de aquellos que no tienen fe. Creemos en el poder de Dios para llegar a todas partes.

No ha existido un hombre que no fuera el creado por Dios según su imagen y semejanza y que no le amara con un corazón que vuelve a su origen en el recuerdo agradecido de Aquél que le sustenta en el ser y al cual retorna el hombre. Esa era la idea de Dios, y lo sigue siendo.

Y quien no llega a saber o a creer y entender en cierta manera eso, ha de llevar a la fuerza una vida humana muy débil y muchas veces muy equivocada.

Hemos de ser files a nuestra auténtica verdad para vivir nuestro auténtico ser que es el ser hijos. Y no lo que ahora somos, sino aquello que en el futuro podemos llegar a ser, estemos en la edad que estemos. Por eso el esfuerzo místico de la oración. Por eso el esfuerzo ascético del cumplimiento de los deberes de cada día, de dominio de uno mismo, etc. No acabamos de ser aquello que Dios nos pide, aquello que espera de nosotros y eso no nos tiene que inquietar negativamente, sino decir ‘pues un poco más, un poco más porque Dios lo quiere’. Recordemos aquella frase en Ef 2, 10:

pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.

No ha sido una idea mía, y leemos en Ef 1:

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
 que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo;
 
4 por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo,
para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor;

Antes de la creación, pensó en nosotros y nos escogió en Jesucristo como hijos, es decir nos amó cuando no existíamos, no nos ama por lo buenos que somos. Antes de que nada existiera, éramos un pensamiento ilusionado de Dios. Eso sólo bastaría para amar a Dios, y para convertirse. No cuando nosotros no éramos, sino cuando nada era nada, y Dios ya pensaba en nosotros.

Algunos pensadores hablan del mundo primero la interioridad, el ser del hombre—, mundo segundo —la creación— y mundo tercero que es la obra del hombre en la creación. Ese mundo tercero es la cultura y es la industria, la vida de ahora, la historia concreta. Pero si el mundo primero que es el hombre, no es como Dios lo había pensado, va a crear un mundo y una cultura que no tiene nada que ver con lo que Dios pensaba que había de ser una sociedad humana. No rasamente humana, sino humana en el sentido profundo del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.

Los cristianos podemos decir que no hay otro Dios que el que ha creado al hombre a su imagen y semejanza. Y desde la antropología podemos decir que no hay otro hombre que aquél que es fruto personal del amor de Dios y que está destinado a vivir el amor de Dios. Y es triste que muchos eso no lo crean o no lo sepan: que están en el mundo para ser destinados desde el amor y desde la amistad de Dios al amor y a la amistad de Dios. Y que lo demás es importante, pero hay que hacerlo según Dios, porque de hecho es secundario. Hay que hacer familia, profesión, política, lo que sea, pero es secundario ante el hecho de que venimos de Dios y volvemos a Dios.

Por lo tanto, si venimos de Dios, es un ser que tiene un destino. No un ser lanzado en medio de las cosas. En la medida en que a través de otro miramos a Cristo, en el prójimo, el prójimo corre menos riesgo de que lo consideremos una cosa y no lo consideremos una persona.

Dice un teólogo actual: ‘nos topamos con las cosas, pero nos encontramos con los hombres y con Dios.’ Y a veces lo que sucede es que el trato que hay entre personas no es de encuentro sino de tropiezo como si fuera una cosa. Una visita que no esperaba, un tropiezo que me ha puesto, una cosa pero no una persona. Y los demás no lo dicen pero se dan cuenta de que nos topamos con las cosas pero nos encontramos con los hombres y con Dios. Y a veces por nuestras limitaciones nos cuesta encontrarnos con nosotros. Y también a veces con Dios. Y es que el encuentro con el otro, no se puede imponer. La palabra que nos comunica, es gratuidad, en el que uno da si quiere recibir, si no, no hay comunicación. SI no se quiere recibir nada del otro, no hay comunicación, o si no tienen nada que darse el uno al otro. El amor que es la raíz de nuestra existencia –que viene de Dios—tiene que ser entregada. Y eso es lo que hace Dios. No le podemos arrancar ni el amor ni la palabra ni la aportación a nuestra vida, pero Él nos la ha dado gratuitamente. Fijaos: esa inversión que Dios ha hecho en ti y en mí, de lo que fuere, inteligencia, amistad, capacidad de conversión, no es para tu disfrute, es para hacer a los demás partícipes de eso. Que lo comuniques con los demás. Sea lo que fuere. Desde lo más espiritual hasta lo más material.

Estamos ante el Tú de Dios siempre. Hay que recordar que el rechazo de Dios proviene muchas veces de una incomprensión del Dios verdadero y que muchos entienden a Dios como a aquél que nos saca la libertad de obrar como queremos y no acaban de identificar a Dios con el Tú, sino como ‘otro’. Como otro que para algún pensador equivocado, nos quita la libertad, se nos impone, etc.

Y si Dios es otra cosa, si Dios es otro, por ahí no alcanzas a Dios. Si Dios es el , de tu yo, y de Él provienes y a Él vas, el Tú de referencia total, porque tenemos muchos tús, gracias a Dios como amigos, parientes, profesores,… Pero son otros. Dios es el irrepetible. Y que nos busca a nosotros. A veces podemos tener encuentros superficiales con los otros. Pero eso no nos llena. Es la constatación de san Agustín, la inquietud que mientras no se encuentra con Dios… Dios es el tú inapelable con que el hombre se encuentra como persona. “Estamos hechos para Ti, Señor, y nuestra alma está inquieta hasta que no descanse en Ti.”

No se trata pues de un camino de los hombres hacia Dios; es al revés. Es el camino de Dios entre los hombres. Es otro aspecto de la Encarnación. Y además un Dios que se ha hecho escuchar de los que no le querían escuchar. Se ha hecho un pueblo con aquellos que preferían la dispersión. Ha hecho una asamblea santa de los que preferían servir a los ídolos. Esa es la historia del pueblo escogido. Todo eso nos ha educado para que nos reconozcamos como pueblo escogido. No un pueblo que es mejor que los otros, sino un pueblo escogido. No tenemos conciencia de ser mejores. Pero sí de que hemos de ser mejores por haber sido escogidos. El ser hijos de Dios, el tener fe, eso no nos hace mejores, pero sí nosotros hace estar llamados a ser mejores. No es algo que nos ponga por encima de, sino que nos pone con necesidad de seguir creciendo.

Jesucristo es el rostro de Dios.

Alguno ha dicho que el cuerpo humano es la cara del alma que mira a las otras almas. Pues la cara de Dios que mira a todos nosotros, es Jesucristo. “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9)

Es la cara de Dios, que nos mira a nosotros. Nosotros a través del cuerpo nos expresamos y podemos comunicarnos con los otros. El cuerpo, con los ojos, con la palabra, con la expresión, es la cara del alma que nos permite comunicarnos. Por eso podemos decir que el Verbo encarnado hecho hombre, es el rostro de Dios en el que los hombres pueden contemplar al Padre. Por eso agradecemos la Encarnación. Y haciendo un salto atrás de muchos siglos, dice san Gregorio de Nisa:

‘Si interrogamos al misterio, nos dirá que la muerte de Cristo no fue una consecuencia de su nacimiento, sino que nació para poder morir.’

Tú y yo moriremos como consecuencia de que hemos nacido. Pero Cristo nació para poder morir. Una religión que cree en un Dios que es el único auténtico como nosotros creemos. Y en Col 1, 17

Y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten

Y en Flp 2, 5-8

5 Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: 6 El cual, siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios 7 sino que se despojó de sí mismo  tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, 8 se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

En este rato que buscamos conocer mejor a Cristo para —como decía san Ignacio— poder seguirle mejor, y para imitarle más. Este es el conocimiento en sentido bíblico. No un mero conocimiento intelectual. Sino seguimiento, imitación. Conformarnos con Él. Es el seguimiento de Cristo.

Contemplamos la Encarnación como el compromiso de Dios con cada ser humano. Y es triste que muchas personas no acepten que la Encarnación no haya existido como un compromiso de Dios con él o con ella. Pablo nos dirá que son de Dios estos que reconocen que Cristo viene en carne. Y quien no lo cree también es de Dios, aunque no se acabe de enterar.

María fue la que aceptó realizar la Encarnación.

El pueblo (de Dios) se había sentido siempre acunado por Dios. Desde siempre. Pero lo que no pensó jamás es que una hija del pueblo iba a acunar a Dios. Esto nos estremece. Y a ellos también. Y porque eso es tan grande, Gianfranco y otros judíos no quieren llegar a reconocerlo. Nosotros nos sentimos acunados por Dios, pero que una hija de nuestro pueblo acune a Dios, no. Hasta ahí no.

María está siempre con el pueblo, y en medio del pueblo. Desde el nacimiento hasta el pie de la Cruz, pasando por Caná. María es sencilla con el Jesús niño o adolescente que llamaba a Dios abbá, padre. Y claro, le debió parecer lógico, ella que sabía todo. Se escandalizaban los demás de que llamara a Dios padre. Ella no. Pero, ¿no se emocionaría María de que Jesús que le decía a Dios padre, le dijera a ella imma que es `madre’ en hebreo?

Y por eso queremos nosotros también sentirnos hijos de la Virgen.

María adora y acoge el misterio.

Hemos de acoger el misterio aunque no lo entendamos. Porque no podemos entender plenamente las cosas de Dios. La única manera de acoger las cosas de Dios plenamente, es adorar. María, conservaba todas las cosas en su corazón. María aceptaba para comprender. A nosotros nos pasa muchas veces que esperamos a comprender para aceptar. María no. María aceptaba para comprender. Que se haga en mí según tu palabra.

María era colaboradora de Dios.

Pidamos el don de la fe, como ella también lo necesitó.

El don de creer que aquella semilla iba a crecer día a día. San Ignacio le pide en los Ejercicios: ‘ponme con tu Hijo’. Y esta noche le pedimos lo mismo. Ella colaboró sin protagonismo, pero como dice Pablo, uno es el que siembra, otro el que riega pero el que da crecimiento es Dios.

En las relaciones de María con el misterio de la Encarnación, Juan Pablo II en la Redemptor Hominis:

Este misterio se ha formado, podemos decirlo, bajo el corazón de la Virgen de Nazaret, cuando pronunció su «fiat». Desde aquel momento este corazón virginal y materno al mismo tiempo, bajo la acción particular del Espíritu Santo, sigue siempre la obra de su Hijo y va hacia todos aquellos que Cristo ha abrazado y abraza continuamente en su amor inextinguible. Y por ello, este corazón debe ser también maternalmente inagotable. La característica de este amor materno que la Madre de Dios infunde en el misterio de la Redención y en la vida de la Iglesia, encuentra su expresión en su singular proximidad al hombre y a todas sus vicisitudes

Con la Encarnación, se ha demostrado que Dios no es un poder absoluto, sino un amor absoluto. Hasta llegar a hacerse hombre la segunda persona de la Trinidad. Hasta llegar a sufrir, a morir en cruz. De la manera más innoble que se podía morir. Alguien ha dicho que después de la Encarnación, si alguien ha podido pensar en que Dios es poder absoluto, sí, pero un poder que llega a la locura de hacerse hombre, es un amor absoluto.

Pidamos que nos ayude a comprender que el amor de Dios ha llegado hasta el extremo de hacerse una persona como nosotros. Eso es incomprensible, pero lo creemos y lo agradecemos. Y le pedimos luz y fuerza a fin de que eso nos haga acercarnos más a Él. Que podamos crecer en el amor. Y que el sentido de responsabilidad que tenemos ante Dios, de crecimiento, de fidelidad, lo tengamos también con el deseo de llevar esta buena noticia a nuestros hermanos y hermanas que no tienen un convencimiento claro de la fe o que no tienen fe. Damos gracias a Dios de lo que recibimos y no nos quedamos indiferentes ante aquellos que tienen el riesgo de pasar por la vida sin saber en manos de qué Padre han vivido y de que corazón de Padre han salido. Y volverán allá.