6ª Med. José de Arimatea

Vamos a tomar como meditación unos hechos posteriores a la Pasión.

Sucede que en el entorno de Jesús, después de su muerte, no hay más que cobardía, alejamiento, traición,… Pero también se descubren virtudes humanas y cristianas muy serias en los que vivieron cerca de la Pasión. Y esto es bueno porque nos da esperanza a los que hemos llegado tarde a la Pasión de Cristo, porque ya sucedió. Eso le pasó a José de Arimatea. Cuando se fue a Jerusalén, Jesús ya había muerto. Y entonces pensamos: ya no se puede hacer nada. Pues no, aún se podía hacer mucho. José de Arimatea es un ejemplo de lo que podemos hacer los que hemos llegado tarde a la Pasión de Jesús.

Es curioso que la figura de José de Arimatea la recoge Juan, pero también Lucas y Marcos.

Leemos el relato en el Evangelio de Juan:

38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. 39 Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. 40 Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. 41 En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. 42 Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. (Jn 19)

En el de Lucas:

50 Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo, 51 que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. 52 Se presentó a Pilato, le pidió el cuerpo de Jesús 53 y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. 54 Era el día de la Preparación y apuntaba el sábado.

55 Las mujeres que habían venido con él desde Galilea fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo.

56 Luego regresaron y prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron según el precepto. (Lc 23)

Y en el de Marcos:

42 Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, 43 vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. 44 Se extrañó Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. 45 Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, 46 quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. 47 María Magdalena y María la de José se fijaban dónde era puesto. (Mc 15)

José de Arimatea puede decirnos muchas cosas a los que hemos sabido de la Pasión del Señor siglos después. Y a los que hemos llegado tarde en nuestra vida interior, en nuestra vida apostólica, a situaciones de otros. Esas situaciones en que decimos: ‘ya no se puede hacer nada’. Sólo se puede orar y esperar la acción de Dios.

Fue una situación extrema. Y no lo resolvió sólo desde la paciencia y la plegaria, sino que lo resolvió actuando. Y es bonito pensar que si la salida de Jesús del mundo fue tan heroica y tan estremecedora, en su entorno no todo era cobardía y distanciamiento, sino que engendró como un estilo garboso, valiente y operativo. No se podía hacer nada, pensaban todos; se podía hacer, y él lo hizo.

Es decir, esa salida de Jesús del mundo tan briosa, hizo que alguno comenzara a responder desde el principio también briosamente.

José de Arimatea nos da ejemplo de amor, valentía y operatividad.

También es curioso que Lucas nos diga, cuando nos lo presenta, algo que no suele decirse de casi nadie: cuando raramente la Biblia alaba a un hombre, raramente dice que es un hombre justo. Y hasta eso mismo se dice de san José, el esposo de María. Y de otros prohombres del Antiguo Testamento. Por eso es curioso que Lucas diga de José que era un hombre justo y bueno. Eso no se suele decir nunca.

¿Por qué hablamos de José de Arimatea?

Porque según estudiosos actuales, cuando Marcos dice que al atardecer vino un hombre rico de Arimatea llamado José, parece que la traducción correcta sería decir que vino ‘desde Arimatea’, aunque era de Arimatea, pero vino desde Arimatea y por eso llegó tarde. Ese ‘desde’ cambia todo. Porque el miércoles por la noche, (o el jueves a primerísima hora), según los evangelios, en casa de Caifás hubo una reunión en la que estaba presente José de Arimatea porque era miembro del Sanedrín y, según el Evangelio, muy influyente. Un miembro del gobierno de Israel, muy influyente. En esta reunión acordaron que había que condenar a muerte a Jesús. Pero que no se haría durante la fiesta, por temor a que hubiera algún motín.

José, que no estaba de acuerdo con aquella decisión, y que lo había contradicho públicamente en aquella reunión, marchó a su pueblo, a unos cuarenta kilómetros, tranquilo, porque pensaba que, por lo menos, hasta después del sábado, el Maestro no corría peligro. Ahora no, después de Pascua. No habría reunión del gobierno hasta pasada la Pascua, y se marchó.

Se enteró, pero se enteró tarde. Por la manera que actúa José de Arimatea después de la muerte de Jesús, nos hace suponer que se enteró tarde de la muerte de Jesús. Porque no aparece en el Huerto, no aparece en casa de Anás, no aparece ante Caifás, luego no lo sabía. Siendo como era influyente en el gobierno, si lo llega a saber, allí hubiese estado. O sea que como era la fiesta se fue a su pueblo, a estar con su familia y, pocas horas después, se debió enterar de la condena a muerte, y aunque debió salir al galope, llegó al atardecer y ya era tarde. Se encuentra al Maestro colgado en la Cruz. ¿Qué sucede? Primero lo que dice el Cantar de los Cantares, que el amor es más fuerte que la muerte. Y en José lo fue. Y para otros también. Pero para ese hombre también. Pienso que en el momento de la muerte de Jesús, cuando dice ‘todo se ha consumado’, me atrevo a pensar que el Padre dice “¡Basta ya!” Pero para ese “¡Basta ya!” hizo falta José de Arimatea. Porque uno casi no se atreve a pensar lo que pudo suceder si no llega a estar José de Arimatea. A los condenados a muerte los descolgaban y los arrastraban con una soga y los tiraban en cualquier sitio. En una pedrera, en una cantera, donde fuera. No quiero ni pensarlo. Pero estaba José de Arimatea. Lo que leemos en el Evangelio no tiene nada que ver con lo que pudo suceder.

La primera de las virtudes es la valentía. Juan y Lucas dicen que pidió el cuerpo a Pilato. Marcos, más realista dice que tuvo la valentía de pedir a Pilato el cuerpo de Jesús. ¿Por qué valentía? Porque José era un miembro del Sanedrín, porque se trataba de un condenado a muerte. Es como si un hombre del gobierno fuera a pedir el cuerpo de un ahorcado. Valentía porque José se podía haber implicado frente al Sanedrín que había odiado a muerte a Jesús. Y ahora valentía ante Pilato, ante la ciudad, ante el Sanedrín. Se oponía rotundamente y se había opuesto en la última reunión del mismo. Pero ahora, puesto que no le habían hecho caso, se opone con sus obras. Y queda mal ante el Sanedrín y se pone ante Pilato y ante el pueblo que le podía haber desaprobado. Cuando hace el centurión aquella afirmación de ‘verdaderamente este era Hijo de Dios’ pienso que los que quedaban de los que habían ido a ver en qué quedaba aquello, cuando llegó José de Arimatea, debieron tener conciencia de pecado y de haberse equivocado. Porque era un hombre influyente, sabio, justo y bueno, estaba realizando lo que ninguno realizaba. Ya había desaprobado el acuerdo del Sanedrín y ahora, además descaradamente, lo reprobaba en público, reclamando el cuerpo de Jesús. Y eso es valentía. Cuando todo está en contra y nadie parece querer moverse para nada.

Nos podemos preguntar pues acerca de muchas de nuestras actitudes cuando tenemos que hacer algo acerca de una persona, de una comunidad, de una parroquia, de lo que queráis. La cosa no le fue fácil. Para él, que era un caballero judío, miembro del gobierno judío, un miembro muy respetado, dice el Evangelio, sufrió el bofetón moral de que Pilato no le creyera. Hacía falta mucho coraje para ir a pedir un favor al gobernador romano que solía ser muy odiado por todo el pueblo. Más en alguien como él que era considerado como cabeza del pueblo. Y lógicamente, como buen judío, no quiso contaminarse entrando en la casa de Pilato y le hizo salir afuera. Pilato, al saber de quién se trataba, salió. Pilato no hubiera salido por nadie. Y más porque estaba muy confuso: acordaos que, cuando está juzgando a Jesús, su esposa le manda un recado diciéndole ‘no te metas con ese hombre, que he tenido unos sueños muy extraños’. Pilato podía tener la conciencia poco tranquila, pero como aquél era un hombre influyente, no tuvo más remedio que salir.

Dice Marcos: ‘se extrañó Pilato de que Jesús ya estuviera muerto’ y llamando al centurión le preguntó si efectivamente ya había muerto. Y José de Arimatea soportando la vergüenza de que el gobernador no le creyera. Qué más quisiera yo, pensaría él, que no estuviera muerto.

Informado por el centurión, Pilato concedió el cadáver a José. En la Eucaristía decimos cada día de ese cuerpo ‘que fue entregado por nosotros y por todo los hombres’. Pero aquel hombre, Pilato, que al final de las muchas presiones se sintió culpable de haber actuado contra toda justicia, ese cuerpo se lo cedió sólo a José de Arimatea. Accedió a concederle el cuerpo a él. A él. Quizá cualquier otro apóstol ni se hubiera atrevido a ir, ni se lo hubiera concedido. Fue como un premio de Dios a su valentía. Y a nosotros nos concede cada día la Eucaristía en la que nos es entregado el cuerpo sacrificado, muerto y resucitado, porque no es el cuerpo del niño Jesús, ni del adolescente, ni del adulto, es el cuerpo entregado, muerto y resucitado. Ese es el que tenemos en la Eucaristía sobre el altar y en los sagrarios.

(Inciso: Alerta a los sagrarios. Que la fe en el Cristo Eucaristía no se ha perdido, pero ha descendido el respeto y el amor a Jesús en el Sagrario. A Juan Pablo II y al papa actual también, les preocupa que hay como un descenso del sentido de adoración a Jesucristo.)

Cuando uno está muy dolido en su amor no le importa nada. Y él (José) da la cara y se pone a hacer por su propia cuenta. Podía haber enviado a un criado a comprar el sudario. Me imagino que aquel hombre, rico y poderoso, jamás había ido a una tienda a comprar una sábana. Y en ese caso fue él personalmente a comprar un lienzo nuevo. Tuvo que molestar a alguna familia porque ya comenzaba la fiesta. Pero sucede que tiene tanta delicadeza y tanto amor a su buen maestro que no le basta con un lienzo limpio, quiere un lienzo nuevo. No quiere envolver el cuerpo de su maestro en un lienzo que ha podido estar en un lecho o donde fuere. Es un detalle de amor y de respeto, de veneración al maestro.

El Evangelio dice que fue él personalmente a comprar el lienzo. Y porque amaba mucho, no se le ocurrió envolver a su maestro en un lienzo limpio, sino que tenía que ser en un lienzo nuevo. Cuidemos los detalles en nuestro trato con el Señor, porque las personas que aman mucho, como José, cuidan los detalles.

Lucas y Marcos nos dicen que además José descolgó personalmente a Jesús de la Cruz.

Aún estaría allí el populacho para ver en qué acababa todo aquello. Sabemos en qué quedó. Pero justamente por la decisión de José de Arimatea. Pues con las prisas de quitar los cadáveres de la Cruz, porque comenzaba la Fiesta, el cadáver de Cristo lo hubieran desclavado los soldados, lo hubieran arrastrado, etcétera. Imaginemos cómo pudo ser aquello. Y no fue así. En segundo lugar, José hizo cuanto pudo por recuperar la honra de Jesús. Jesús no acabó como todos los condenados a muerte. Acabó en que un hombre de la nobleza judía, le descolgaba personalmente de la Cruz, lo limpiaba. Si habéis visto la película La Pasión ya se ve que limpiar el cuerpo de Jesús le ocuparía bastante, pues lo haría con cariño. Entre él y Nicodemo llevaban 100 libras de aromas, que era mucha cantidad, pero para un cuerpo destrozado hacía falta eso para que quedara dignamente como lo querían enterrar. Lo limpió, lo puso en una sábana y lo puso en un sepulcro. Un sepulcro nuevo. Y muchos desfilarían en silencio, como cuando el caso de la mujer adúltera, pensando que la actitud más noble era la de José de Arimatea. Muchos se debieron sentir equivocados, pecadores y desfilarían como arrepentidos, pero porque José hizo todo aquello. Y por eso aquel centurión hizo aquel bello comentario: ‘realmente este era Hijo de Dios’. Debía admirar la actitud de José, pero José se jugó el tipo. Repito, es como ir a un patíbulo, descolgar a un condenado y llevárselo. Un noble que se significa por querer dar un final noble al cadáver de Jesucristo.

Y entonces comenzó a rehacerse la sombra del Maestro que había sido siempre Señor delante de todos. Pensad que solo la ancianidad da un cierto señorío y respeto entre los judíos. Y que a un hombre de unos treinta años todo el mundo le llamara Señor, es excepcional. Señorío con cordialidad, con cariño, con misericordia, con toda humildad, pero eso hacía que lo que no se hacía con nadie de veintitantos años, lo hacían con Jesús. Le llamaban el Señor, el Maestro. ¿Qué sucede? Que lo descolgó. Y lo haría con la mejor túnica. Porque los judíos ya estaban preparando la Pascua. Y aquella túnica era la que llevaría ya puesta estando con su familia, pues estaban ya celebrando la Pascua. Y ni quiso cambiársela, y se fue a Jerusalén, y con esa túnica de fiesta descolgó el cuerpo de Jesús. Lógicamente, la primera tela que tocó la sangre de Jesús, —porque al desclavarlo, la mano de Jesús cayó sobre la espalda de José de Arimatea— y mancharía sus vestidos. También por supuesto, sobre María y sobre Juan. Pero si literalmente fue José quien descolgó a Jesús de la Cruz, lo dicen Lucas y Marcos, la primera sangre de Jesús empapó la túnica de José de Arimatea. Una hermosa reliquia que se nos ha perdido. En cambio, hay otra reliquia que parece con toda seguridad que es auténtica, es justamente el lienzo que aquella tarde del viernes, José fue a comprar personalmente. Aquel lienzo se ha convertido en una reliquia para toda la humanidad.

Cuando pienso en que José lo descolgó de la Cruz y que debió empaparse de sangre, pienso en aquella frase de Pablo que dice: ‘Cristo se entregó [a la muerte] por mí (Ga 2, 20)’. Quien lo vivió de una manera experiencial y de una manera irrepetible fue José de Arimatea. Porque era discípulo de Jesús. Durante más de un día lo habían maltratado. El primero que lo trata con cariño, que le arranca los clavos de sus manos —eso debió remover las entrañas a José— fue él. Era discípulo de Jesús, aunque oculto, dice Juan, por miedo al Sanedrín. Aunque hacía días que se había destapado ya y, claramente, se había enfrentado al gobierno oponiéndose a la condena a muerte. Quizás para poder defenderlo mejor, dice alguno, era discípulo oculto de Jesús. Para poder defender a aquél que había tomado por maestro, y que esperaba el Reino de Dios, como dice el Evangelio. Había descubierto el trasfondo sobrenatural del maestro. Lucas nos dice que José esperaba el Reino de Dios. Y Juan nos dice que era discípulo de Jesús. ¿Se había tomado en serio lo de la Resurrección? Yo estoy convencido de que sí. Porque ofrecía a Jesús un sepulcro que para él y su familia había hecho excavar. Había hecho excavar en roca, lo cual era carísimo. Lucas lo dice muy bien: ‘un sepulcro nuevo’. Y por eso quiso un sepulcro nuevo: un derroche para el Señor. Recordaba a aquella María, la pecadora, que rompe un frasco de alabastro de perfume para el Señor. José y Nicodemo llevaron 100 libras de perfume y un lienzo nuevo. Y José, además del lienzo, un sepulcro sin estrenar.

José de Arimatea creía en la Resurrección y no quería que Jesús resucitara entre otros muertos. No fue casualidad. Lo pensó todo. Lo había hecho excavar para él y para su familia, pero no se había enterrado a nadie. Y entonces él abre aquel sepulcro sin estrenar para poner el cadáver de Jesús. Es un detalle también de elegancia. Jesucristo no resucita donde hay otros cadáveres, resucita en un sepulcro nuevo donde no hay nadie.

Fue providencia de Dios que fuera de la mano de un hombre que amaba mucho y que era muy valiente y muy operativo. No como nosotros que, a veces, no hacemos más que lamentarnos. Que comenzó a actuar en cuanto pudo. José le hizo a Jesús el regalo de su cariño y de su sepulcro. El regalo de que aquel lugar fuera el de su gloriosa resurrección. Allí nació el hombre nuevo. En el sepulcro de José. Allí nació el primogénito de la nueva creación. El primogénito de entre los muertos. Y en este sepulcro, regalo de José, está anclada la fe de todos los cristianos por todos los siglos. Y donde, sin duda, ya jamás se enterró a nadie. ¿Podía haber resucitado el Señor en otras circunstancias? De hecho, el rasgo de José hizo que la Resurrección del Señor tuviera esa honorabilidad. Que podamos tener este recuerdo amable de la Resurrección nos parece natural. Todo podría haber sido mucho más horrendo. La muerte ya fue horrenda, pero podemos pensar como os había dicho antes, que el Padre dijera: ¡Basta ya! Pero para ese ‘basta’ y que las cosas no siguieran siendo peores todavía, faltaba José de Arimatea.

No hay nada más que contar sobre él, pero a mí me interesa subrayar que ante lo que parece imposible de solucionar, ante lo que parece irreversible, en ti, en los demás, ante esos momentos en los que parece que nos hundimos en todo, la figura que va contra todo lo sucedido, la figura que hace cuanto puede y vemos que efectivamente mucho hizo, porque podemos leer el Evangelio después de la muerte de Jesús, con sosiego y con gozo. ¿Por qué? Diríamos que todo es limpio y honorable. Todo favorece a Jesús. Y todo cuadra noblemente en la Resurrección que se espera. Todo eso es por el honor, por la valentía y por la operatividad de un hombre. Pienso que si nuestro honor, nuestra valentía y nuestra operatividad son más reales, el Reino de Dios, el que de nosotros depende, aunque sea en ese miligramo que puede depender de nosotros, queda también más a salvo en este presente en que, como siempre, la Iglesia va adelantando entre temporales, contradicciones, acusaciones falsas y persecuciones. Pero para eso hace falta que tengamos sentido del honor de Dios, la valentía y la operatividad que tuvo José de Arimatea.

Damos gracias al Señor porque los evangelistas, aunque fueron breves, fueron muy claros en lo que dijeron, y nos ayudan a comprender que todo cambió en el momento en que José de Arimatea busca a Pilato para descolgar el cuerpo: cambió todo. Celebramos la fiesta de la Resurrección con gozo, con alegría, con agradecimiento. Es una cosa limpia porque el cuerpo que resucitó lo habían limpiado concienzudamente, lo habían llenado de perfume.

Y el sepulcro que se abrió milagrosamente para que saliera el cuerpo resucitado y glorioso de Jesús fue el sepulcro que él le regaló. Nos enseña muchas cosas de las que podemos hacer cuando con un sentido negativo y a veces —por supuesto con razones— cuando nos da la impresión de que no hay nada más que hacer que cruzarse de brazos. No, gracias a Dios, para el honor último de Jesús, que es el que recordamos todos, había un hombre que enderezó cuanto pudo y lo hizo muy bien, y que ha hecho que el final del Evangelio sea un final que se puede leer desde la paz, desde el agradecimiento a José, que a veces no lo hacemos, y desde esa honorabilidad que el intentó devolver en todo cuanto pudo al cuerpo muerto de su Maestro. Y ahora comprendéis que el cuerpo, no muerto sino vivísimo de nuestro Maestro, es la Iglesia, la santa Madre Iglesia. El Cuerpo de Cristo del cual Jesús mismo es la Cabeza, y que ese Cuerpo de Cristo también lo hemos de tratar como haría José de Arimatea, con respeto, con cariño, pero con operatividad.

Y agradecemos también a la Virgen todo cuanto sufrió, y pensamos que debió ser para ella también un respiro esa acción de José de Arimatea y los demás que ayudaron a que el final después del final de su Hijo fuera digno.