Ejercicios Espirituales 1978

Sant Martí de Sesgueioles, 23 a 26 de marzo de 1978

Embajadores en el infierno

 

Predicador: P. Ginés Fernández del Águila

 

 

Contenido

La Palabra. 4

Examen sobre la delincuencia de las palabras. 7

Hemos vivido el terrorismo de las palabras. 9

La oración. 13

Los enemigos de la oración. 14

La oración de Cristo. 16

Embajadores en el infierno. 17

El crimen de la sociedad actual. 18

Solo la fe salva. 21

El Diablo y la comunidad. 21

El Diablo y el apóstol 21

Enemigos de la fraternidad. 23

Preámbulos a tener en cuenta antes de entrar en el tema. 23

1. Ley de los vasos comunicantes. 23

2. Necesitamos de la comunidad muchísimo más de lo que podemos imaginar. 23

3. Mortificación en la comunidad. 23

4. Enfermedades. 23

5. Fuera de la Iglesia, no hay salvación. 24

6. Caridad con claridad, caridad con verdad. 24

Enemigos de la comunidad. 25

El pecado. 25

El hábito pecaminoso. 25

Mosaico de defectos, problemas y dificultades en la comunidad. 26

Epílogo. 32

Vida ascética. 33

El Amor 39

Especificaciones. 40

Hay un solo amor, al prójimo y a Dios. 40

El riesgo. 40

Sin defensa. 40

Verdadero y falso amor. 40

Manifestaciones del verdadero amor. 40

Pensamientos sobre la fraternidad. 41

Breve códice del amor. 41

Notas. 45

 

 

 

 

 

 

 

Formatos de letra utilizados y otras cuestiones.

Fragmentos de la Sagrada Escritura en Georgia y color rojo. Citas de otras obras en Georgia y color azul. Notas propias en Lucida console marrón.

El resto está en tipo Arial.

La Palabra

(Introducción: Hemos venido a trabajar, a buscar la voluntad de Dios. Os digo con Pablo VI, hemos venido a «mirar atrás para continuar hacia adelante en la justa dirección».)

Leemos en el Evangelio: «El maestro está aquí y te llama». (Jn 11:28)

La Palabra te busca, sal a su encuentro para guardarla en el corazón.

«Pero di una sola palabra y mi alma quedará sana» decimos en la celebración de la Eucaristía.

La Palabra da vida, la palabra da la vida. Es creadora, redentora, salvadora y santificadora.

Las palabras son la verborrea, es otra cosa muy distinta.

Precisamente venimos de ese mercado, del mercado de las palabras que confunden,

―que enfrían el alma y el corazón hasta congelarlos,

―que atribulan: por estridentes y punzantes

―que asesinan: porque difaman, calumnian, roban la fama.

El título de la novela «Dios hablará esta noche», no es muy acertado, porque Dios habla siempre. En los grandes momentos ―en la muerte de un ser querido―, y en los pequeños momentos ―aquella hoja que se cae de un árbol o el piar de un pajarillo―.

Los Ejercicios son un tiempo abierto a la Palabra. Y son una forma de adiestrarse para oír la Palabra en la vida ordinaria.

Una de las pruebas ―de experiencia, no de autoridad― de la existencia del diablo, es la rapidez con que nosotros olvidamos la Palabra de Dios.

Sí, ¿cuántos Ejercicios Espirituales se han quedado en el archivo?

En la parábola del sembrador:

3Les habló muchas cosas en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. 4Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. 5Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; 6pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. 7Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. 8Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. 9El que tenga oídos, que oiga». 10Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». 11Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. 12Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 13Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. 14Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; 15porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. 16Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. 17En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. 18Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: 19si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. 20Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; 21pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. 22Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. 23Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno» (Mt 13, 3-23)

El diablo es el pájaro de mal agüero, que arrebata la semilla que es la Palabra y, explica el Señor, que estos son aquellos que no la entienden, por tanto, debemos esforzarnos en entenderla, asimilarla, recogiéndola íntimamente en nuestra vida.

La Palabra es creadora:

3Dijo Dios: «Exista la luz». Y la luz existió. (Gén 1,3)

6Y dijo Dios: «Exista un firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas». 7E hizo Dios el firmamento y separó las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del firmamento. (Gén 1,6)

1En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. 2Él estaba en el principio junto a Dios. 3Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. (Jn 1,1-3)

La Palabra es luz, camino, vida, gracia, virtud.

Por eso María guardaba estas cosas en el corazón, aunque quizás no las acabara de entender.

Cristo dijo: «Id y predicad el Evangelio» (Mc 16,15)

Palabra de Dios que llama, congrega y constituye el Pueblo de Dios.

María, que era la que se quedaba escuchando a Jesús, fue la alabada por Jesús: «ha escogido la mejor parte». (Lc 10,42)

Es también la Palabra quien nos juzga: «El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día.» (Jn 12,48)

Es quien discrimina y nos evidencia: «El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no escucháis, porque no sois de Dios». (Jn 8,47)

La Palabra es quien nos resucita: «En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán». (Jn 5,25)

No basta leer la Palabra de Dios, ni basta oírla, ni basta estar aquí sentado y llenar muchas cuartillas de apuntes, leerlas y releerlas. Hay que comprometerse con la Palabra, entrañarla, identificarse, rendirse a ella, vaciarse de muchas palabras.

Más que poner la Palabra en la vida, hay que poner la vida en la Palabra.

Poner la Palabra en la vida es lo que hace un mal teólogo, que se preocupa de la teología, y no de ser santo. Lo importante es poner la vida en la Palabra. Lo importante es convertirse en santo.

Somos reacios a la Palabra de Dios porque no la dejamos actuar; y la prueba es que, después de tantos Ejercicios Espirituales, convivencias, Reuniones de Grupo, Ultreyas, Misas, etcétera, aún no estamos convertidos del todo a Dios.

No basta poner la Palabra en el oído, en la imaginación, en la razón: es necesario ponerla en la vida.

No basta oír, hay que escuchar. Y escuchar es poner la vida en lo que se está oyendo.

«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.» (Lc 11,28)

Porque no tenemos ninguna garantía de lealtad, no hay que dejar que resbalen los EE ni las RGs.

La Palabra no puede ser oída o leída con cualquier espíritu.

Son malos espíritus:

―Espíritu de curiosidad: buscando algo que nos alegre, que nos distraiga.

―Espíritu de mera investigación científica: hace que la teología derive en antropología.

―Espíritu de obligatoriedad: son los que leen la Palabra de Dios «porque toca». Es bueno, pero no es suficiente.

En el Kempis, libro I cap. V leemos sobre la lectura de las Sagradas Escrituras:

1. La verdad, no la elocuencia, es lo que se debe buscar en los libros santos. Todo libro santo se debe leer con el mismo espíritu que se escribió.

Allí debemos buscar, no la perfección del estilo, sino el fruto. Con el mismo gusto debemos leer los libros sencillos y devotos que los sublimes y profundos.

Por eso se comprende que san Ignacio de Loyola se ponía de rodillas para leer el Evangelio, y por eso antes, en las misas solemnes se cantaba el Evangelio[1].

Es el caso de la hemorroísa: todo el mundo tocaba a Jesús, pero no todo el mundo con el mismo espíritu, por eso cuando la hemorroísa le toca, Jesús dice: «¿Quién me ha tocado el manto?» (Mc 5, 30). Aquella mujer tenías confianza total, por eso Cristo le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad». (Mc 5,34)

A veces, la Palabra resulta misteriosa. «Pero ellos no comprendieron lo que les dijo». (Lc 2,50). «Su madre conservaba todo esto en su corazón.» (Lc 2,51)

Hemos de acostumbrarnos a oírla, leerla, meditarla, trabajarla y hacerla objeto de plegaria, y, después, esperar, saber esperar.

Es necesaria una reiteración incansable.

Muchas veces la Palabra está arrinconada y extraviada en nuestra vida, en nuestra memoria y en nuestra biblioteca.

Empleamos muchas palabras en el apostolado, pero hay que emplear más a menudo la Palabra.

Conocemos poco la Palabra de Dios y pocas veces resuelve nuestros problemas cotidianos e inmediatos, y pocas veces usamos la Palabra de Dios en nuestro apostolado. Sí, la Palabra está extraviada en nuestra vida.

Hay dos sacramentos abandonados: la Eucaristía y la Palabra.

Porque no sólo de pan vive el hombre.

Hemos de procurar no perder la capacidad de asombro, turbación y admiración frente a la Palabra de Dios. «A estas palabras, María se turbó.» (Lc 1,29)

¿Qué Palabra de Dios debemos escuchar?

Pues la que Dios quiera. ¿Y cuál es la que quiere? Quizá una forma de hacer sea la propuesta por la Iglesia en la liturgia normal.

La Palabra no narra o explica una historia, es un trance urgente, profetiza un naufragio y estamos en ese naufragio universal.

La Palabra es:

·        Profecía: pues ilumina el pasado, el presente y el futuro. Todos estamos previstos, denunciados, señalados y llamados.

·        Revelación: pues descubre los misterios insondables de Dios. Nos revela y descubre los propósitos de Dios, la voluntad de Dios.

·        Vida: no es una simple narración, sino que infunde Vida. Es semilla edificante y nos puede transformar porque actúa «ex opere operato[2]». y fijémonos que en la parábola del sembrador en la que la Palabra es la semilla, el responsable siempre es el terreno, no el sembrador.

·        Está viva y está entre nosotros. Estamos invadidos por la Palabra de Dios. Es una presencia mística pero realísima. Es verdad aquello de: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; | has sido más fuerte que yo y me has podido.» (Jer. 20, 7)

Examen sobre la delincuencia de las palabras.

«El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1:14). Y también habitan entre nosotros las palabras.

Habitar es continua comunicación, permanente alteridad, trasvase mutuo de palabras, acciones y silencios.

El cohabitar engendra todo un tratado de antropología: se descubre la naturaleza humana, nuestras virtudes y nuestros pecados. Habitar es más que estar, es un continuo trasvase. (Hay que hablar y tratar mucho con la novia, para que los dos puedan ver y decidir bien.)

En ese trasvase hay muchas clases de palabras:

·        palabras dulzonas, tanto que hasta se hacen pegajosas,

·        palabras frías y palabras cálidas,

·        palabras frágiles, perfumadas, acicaladas e hipócritas, vanidosas,

·        palabras mórbidas, tibias, viciosas (difamadoras y calumniadoras),

·        palabras públicas, palabras escondidas,

·        palabras constructoras y palabras destructoras,

·        palabras escabrosas, ásperas, desagradables,

·        palabras libres, sinceras, desnudas, amantes,

·        palabras sin verdad y sin piedad,

·        palabras con verdad y sin caridad.

Estamos en un mercado de palabras que recuerda los atrios del Templo de Jerusalén. Muchas veces las palabras se pisan unas a otras.

Estamos juntos, trabajamos codo a codo, hablamos toneladas de palabras y, sin embargo, ¡qué difícilmente nos entendemos y qué difícilmente nos comunicamos!

Y cuando llegamos al otro, a veces lo hacemos…

·        fríamente (rejones sin amor),

·        en nombre de la obligación (ahora toca),

·        en nombre de la necesidad (es la hora de comer, me voy a casa),

·        en nombre del oficio (mi oficio: apóstol. Confunden la vida interior con el aislamiento y la misantropía),

·        hablamos de las cosas santas sin santidad,

·        nos comunicamos con fórmulas de fácil circulación, con palabras baratas que no cuestan nada, que no gastan virtud, que no gastan vida.

Muchas veces somos:

·        crueles como niños, caprichosos como niños y egoístas como niños en las palabras,

·        irresponsables y precipitados charlatanes, de pura verborrea.

¡Cuánto daño hemos hecho con nuestras palabras!

Con nuestras acciones, palabras y silencios, hemos matado mucha vida en nuestros prójimos, les hemos negado a nuestros prójimos muchos minutos de felicidad, empezando por nuestros familiares. Les hemos arrancado muchas veces la sonrisa de los labios y la alegría que empezaba a nacer en sus ojos.

A veces no saludar afectuosamente, nuestras palabras o silencios, han desalentado a muchos prójimos, a menudo les hemos dejado invadidos por el silencio.

Hemos vivido el terrorismo de las palabras.

Las palabras matan, solo la Palabra salva.

Así en las sagradas escrituras.

Eclo 14,1:

«Dichoso el hombre que no ha faltado de palabra, ni sufre remordimientos por sus pecados.»

Sant 3,2:

«porque todos faltamos a menudo. Si alguien no falta en el hablar, ese es un hombre perfecto, capaz de controlar también todo su cuerpo.»

Sant 3,6:

«También la lengua es fuego, un mundo de iniquidad; entre nuestros miembros, la lengua es la que contamina a la persona entera…»

Debemos aprender a no hablar demasiado, a pulir la palabra antes de pronunciarla. Hay que pulir la convivencia.

En Sant 1,26 leemos:

«Si alguien se cree religioso y no refrena su lengua, sino que se engaña a sí mismo, su religiosidad está vacía.»

Y en Prov. 6,16:

16Seis cosas detesta el Señor,
y una séptima aborrece del todo:
17ojos altaneros, lengua mentirosa,
manos que derraman sangre inocente,
18corazón que maquina planes perversos,
pies que se apresuran tras la maldad,
19testigo falso que proclama mentiras
y hombre que siembra discordias entre hermanos.

En Eclo 28,13:

13Maldice al charlatán y al mentiroso,
porque han perdido a muchos que vivían en paz.

Y en Eclo 28,15-18:

15La lengua calumniadora ha repudiado a mujeres excelentes,
privándoles del fruto de sus trabajos.
16El que la escucha no encontrará descanso,
ni plantará su tienda en paz.
17Un golpe del látigo produce moratones,
un golpe de lengua quebranta los huesos.
18Muchos han caído a filo de espada,
pero no tantos como las víctimas de la lengua.

Eclo 21,28:

28El murmurador se perjudica a sí mismo,
y el vecindario lo detesta.

Eclo 19,10:

10¿Has oído algo? ¡Muera contigo! | ¡Tranquilo, que no reventarás!

(se entiende por el contexto que si has oído algo contra tu prójimo)

Eclo 26,5:

5Tres cosas teme mi corazón
y una cuarta me da miedo:
calumnia en la ciudad, motín popular
y falsa acusación: las tres son peores que la muerte;

Y en Sal 5,10:

10En su boca no hay sinceridad,
su corazón es perverso;
su garganta es un sepulcro abierto,
mientras halagan con la lengua.

Argumentos en la vida de los santos.

Podemos ver al respecto, numerosos argumentos en la vida de los santos, con hechos reales que les ocurrieron y ver cómo llegaron a afinar en estas cuestiones del decir y el maldecir.

San Francisco de Asís. Iba con un compañero de camino y se cruzaron con un mendigo; el compañero de San Francisco dijo en voz alta: «es en verdad muy pobre pero demasiado rico en deseos.» San Francisco no le quiso aceptar más en compañía si no se volvía, se postraba a los pies del mendigo, le contaba lo que de él había dicho y le pedía perdón.

San Juan Crisóstomo:

«De todos los pecados, afirma San Juan Crisóstomo, el de la murmuración es el que más fácilmente se comete, en el que se incurre con menos remordimiento y por el que se recibirá castigo más severo. Para los demás pecados se necesitan medios externos, extraños a la persona, mientras que la murmuración no necesita más que la voluntad, ni otro instrumento sino la lengua. Por eso se incurre tan fácilmente en esa falta».

«¡Ay! exclama San Juan Crisóstomo, con la vista ofuscada para ver los defectos propios, no se ven más que los ajenos, se murmura por el mero placer de murmurar: ¡triste placer! Hay quien va al infierno, no por camino ancho, sino por sendas y desvíos secatones: fiel a los mandamientos difíciles, se condena por los pecados que más fácilmente podría evitar»

El que más fácilmente se comete y el que más fácilmente se olvida. Y si alguno se acusa lo hace como falta leve.

San Agustín: Cuentan que hizo poner a la entrada del refectorio un cartel donde se leía: «quien se complace en hincar el diente en la fama ajena, es indigno de sentarse en esta mesa.»

El padre Claudio Aquaviva, superior de la Compañía de Jesús, dictó una orden a toda la compañía:  que, si alguno de sus miembros pecara durante el día de maledicencia, no se acostara sin haberse confesado.

San Juan Bosco: «Las murmuraciones son tanto más perniciosas, cuanto más secretas.»

San Bernardo: «El maledicente es un leproso que contagia a los demás. Su boca emponzoñada tiene un hedor cadavérico.»

San Francisco de Sales: «La maledicencia es la perdición de las casas religiosas».

Y también «Si se quitara la maledicencia del mundo, decía, se quitarían la mayor parte de los pecados»

San Alfonso María de Ligorio: «Oyen Misa, rezan el Rosario y hasta comulgan, pero tienen la lengua negra a causa del pecado de la maledicencia.»

San Juan Bosco: En las «Buenas Noches» comenta un sueño:

«Me encontraba en un inmenso campo, en Castelnuovo, donde pude ver a varios operarios usando la pala, el bieldo y otros aperos de labranza. Cerca de mí pude ver a varios “clérigos”. Entonces me pregunté si aquello era verdad o estaba soñando. Y me dije a mí mismo: Pero ¿qué hacen nuestros clérigos en Castelnuovo? ¿Por qué andan algunos arando o cavando en pleno verano? – Es el campo del Señor, me indicó un antiguo alumno. Después vinieron sembradores arrojando la semilla en el campo. Muchos granos eran picoteados o esparcidos por las gallinas. El mismo antiguo alumno me explicó que la semilla era signo de la Palabra de Dios. Las gallinas que picoteaban el grano significaban la crítica y la murmuración. Un tanto aturdido y sin darme cuenta, pisé un rastrillo que, al erguirse, me dio un fuerte golpe con el astil en la frente, y me desperté...»

Tras el relato del sueño, Don Bosco comentó a Don Barberis: «En el sueño he podido ver qué es lo que hacía cada joven y cada clérigo en el campo del Señor...»

Tenemos vocación de gallina.

Hechos históricos.

Felipe II, cada vez que venían a presentarle acusaciones contra algún vasallo, se tapaba el oído con el dedo índice. Cuando al fin le preguntaron por qué lo hacía, respondió que ese oído sólo se abriría cuando viniera a defenderse aquel a quien se acusaba.

Efectos perversos de las murmuraciones. Según santo Tomás:

La murmuración priva al prójimo del gran bien que es la fama, a la cual tiene derecho pleno, ya esté vivo o muerto. Solo es lícito decir algo malo del prójimo cuando esté en juego el bien de un inocente o el bien de una comunidad.

La calumnia es decir del prójimo algo que no ha hecho.

La detracción es decir del prójimo algo que ha hecho, pero que debería haberse mantenido oculto, porque la persona que lo dijo no tenía ese derecho. Infamar o denigrar la fama ajena.

Al quitarle la buena fama al prójimo, se le impide realizar las buenas obras que este hubiera podido realizar.

La oración

Es lo más importante que un hombre puede hacer: tratar con Dios.

Orar es salir al encuentro de la Palabra. «No me hablen los hombres, háblame tú Señor.»

Según Julien Green, «el orden verdadero está fundado sobre la oración, todo lo demás no es sino desorden,»

El verdadero orden estriba en que el hombre primero escuche a Dios y después hable a Dios.

La oración, más que hablar, es estar. Primero escuchar, después hablar.

La oración no es solo petición de favores. Fundamentalmente es amor, el cultivo del amor. Lo demás es como consecuencia, añadidura.

Lo demás es:

·        acción de gracias,

·        apaciguamiento, sosiego interior, ir a descansar un poquito y calmar nuestras pasiones,

·        purificación del ser secreto, mi «yo» escondido, conocer a Dios y conocerme a mí,

·        pedir mercedes.

Sólo en la oración hay paz, que no es sugestión terapéutica o autosugestión.

La oración no es una técnica sicológica. Es realmente fuente de paz, porque Dios se va manifestando y se constata la presencia de Dios, e invita a uno al santo abandono. Y en ella descubre uno que yo le preocupo, le intereso, me ama, y esta es mi seguridad.

El fin de la oración es ir transformándonos en otra persona distinta: metanoia. Contagiarnos de Dios, identificarnos con Dios, y no tanto conseguir lo que pedimos. Llega un momento en que no le preocupa a uno si Dios hace lo que le pide o no.

Hay que descongestionar la oración de los particularismos de la carne e ir a querer lo que Dios quiere. Debe ir transformándose en oración de quietud.

Decía Julien Green que el mejor libro de oración son las rodillas, las manos juntas y los ojos cerrados.

El cristianismo consiste en amar, hasta morir de amor, a alguien cuyo rostro no hemos visto nunca y cuya voz no hemos escuchado jamás, pero ya le conocemos, le presentimos por la oración.

Dios es un misterio al que hay que llegar y en el que hay que sumergirse. Desprenderse de muchas cosas. Quedarse en solo Dios y yo. Siempre hay muchas cosas entre Dios y yo, incluso en la oración.

«Tan pronto como supe que había un Dios, comprendí que no podía vivir sino para Él.» (Charles de Foucauld)

El mundo exterior es fascinador, a pesar de su nada. Una nada que fascina, una nada que complica nuestra vida.

Todo es nada, solo Dios es. Podemos sustituir a Dios por los fenómenos sensitivos. Según el panteísmo, todo es Dios. El panteísmo de los creyentes diría: «todo no es Dios, pero como si lo fuese.» En la misma oración, nos aprisionan los fenómenos sensitivos.

Los enemigos de la oración

Jesús dice unas palabras escandalosas en el Evangelio. a los tres apóstoles escogidos entre los apóstoles: «¿No habéis podido velar una hora conmigo?» (Mt 26,40)

Andamos siempre muy ocupados: es el «martismo». (Lc 10,41)

San Bernardo, en un libro dirigido al papa Eugenio III, llama ocupaciones malditas a esas que nos impiden la oración. Estamos colmados de actividades, de distracciones, de buenas obras. Si no tenemos tiempo para rezar, es que Dios es secundario para nosotros. Hay que tener tiempo para Dios.

A la hora de la oración, estamos avasallados por nuestras debilidades, nuestros caprichos, una impresionante pereza (somos los eternos cansados: nacimos cansados y morimos agotados) y hacemos la oración con conciencia de obligatoriedad.

La oración sufre el acoso de las ocupaciones, pretextos ―buenos, piadosos, caritativos― pero pretextos. Así nació aquella frase: «antes es la obligación que la devoción». Es concebir a la devoción como un «capricho piadoso». No tenemos tiempo para orar, no tenemos tiempo libre: es que yo soy pobre. Estamos invadidos, ocupados. Preferimos hacerlo todo antes que ocuparnos de Dios. Es escandaloso el precepto de la santa Madre Iglesia de oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar.

A Dios le ofrecemos nuestras obras, nuestro nombre (nos apuntamos a cofradías y asociaciones), nuestra voz (hablamos de Él), nuestro dinero; lo que no estamos para rendir a Dios es nuestro tiempo.

Encontramos más problemas para hacer tres días de Ejercicios Espirituales que para montarnos unas espléndidas vacaciones.

El baúl de los recuerdos sirve para justificar lo injustificable.

Nos urge dar tiempo a Dios.

Un día de retiro al mes, ratos de oración periódicos de oración intensa: esto obraría el milagro. ¿por qué tanto pretexto? Es que Dios nos impacienta un poco, con su silencio, con su «lentitud» en actuar, en explicarse, nos parece un distraído, un ausente. Y por ello huimos de la oración.

¡Señor! ¡Enséñanos a orar!

Decía Voltaire que «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y el hombre le ha pagado con la misma moneda». Haciendo teología, liturgia y oración antropomórfica.

Creía Chantecler que el sol salía todos los días gracias a su canto, y nosotros nos pensamos que despertamos a Dios al orar.

Ojo con creer que estamos tan preparados para la oración personal.

26Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. (Rom 8,26)

Orar es entrar en los designios de Dios, abandonarse a Dios.

«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,68)

Orar es llegar al límite de las posibilidades, es agarrarse a Dios. Es quedar avasallado por Dios. Es esperar, aguardar; «Estoy como lechuza en la estepa, | como búho entre ruinas; estoy desvelado, gimiendo, | como pájaro sin pareja en el tejado.» (Sal 102,7). Es aprender a calmarse: «Alma mía, recobra tu calma, | que el Señor fue bueno contigo» (Sal 116,7). Después de la refriega del día, calmarse con aquel que sabemos que nos ama.

Es parar, rendirse. No es una charlatanería pedigüeña o laudatoria: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso.» (Mt 6,7)

Las palabras y las reflexiones pueden matar la plegaria ―que debe ser es un trato de amor―. Las reflexiones a veces nos impiden ver, reconocer, conocer y pensar.

Hay que orar con mucha calma, con «lentitud».

Orar es dejarse penetrar por Dios en el silencio nutritivo de la Fe viva. Orar es buscar al Otro.

La oración debe ser humilde, orar es mirar con fe. «Yo le miro y Él me mira.»:

Un campesino llegaba por las tardes a su iglesia, se sentaba y no decía una palabra, ni tampoco hacía ningún acto, rezo, lectura de un libro o devocionario, o algún devoto movimiento especial.

El párroco curioso le pregunta: "Disculpe, pero estoy intrigado por sus visitas al templo… ¿Qué le hace venir todas las tardes? ¿A qué viene, si no lo veo rezar, ni arrodillarse, ni hacer ningún gesto o acto especial?"

El campesino le mira y con humildad le dice: "Mire, yo vengo todos los días a ver a este Cristo y no sé qué decirle, entonces yo lo miro y Él me mira ... eso es todo..." (Santo Cura de Ars)

Mirada de niño indefenso pero confiado. Es el caso de la hemorroísa: no todos miraban igual a Jesús.
Orar es tener la certidumbre (y vivirla) de que no estamos solos. Nuestra gran enfermedad es la soledad. Cuando uno es hombre de oración, no necesita yoga. Lo que necesitamos es una fe viva.

Orar es vaciarse de sí, en Dios, y dejarse invadir por Dios.

Para aprender a orar hay que aprender a aburrirse delante de Dios.

Cuando avisaron a Jesús de la enfermedad de Lázaro, primero no hizo mucho caso. Esperó que pasase mucho tiempo. Jesús no quería curarlo, quería resucitarlo. No podemos ir con prisas a la oración. Dios tiene sus planes.

La oración que es fe es espera: «saber esperar». Saber esperar que el alma se vaya abriendo a Dios, lentamente. Dios actúa lentamente, nosotros tenemos prisas, pero nosotros también somos muy lentos. Hay que aburrirse largas horas. Esforzarse por concentrarse.

Muchos no han aprendido a orar,

·        por no saber concentrarse,

·        por no soportar el silencio,

·        por no saber estarse quietos en su sitio,

·        por ser incapaces de esperar,

·        por ser incapaces de escuchar. (Vidas nerviosas)

No sabemos rezar si no es moviéndonos. El que se queja de que el Rosario es largo, manifiesta que no es capaz de rezar durante un cuarto de hora.

Orar es morir y nacer, morir y vivir. Morir a nuestras ideas, a nuestros juicios, criterios y voluntades egoístas. Morir a nuestras perezas.

Un gran estorbo para la plegaria es el ruido. Y esta es la generación de la liturgia del ruido[3].

El ruido impide escuchar, solo permite oír. Necesitamos menos ruido. Nuestro pueblo se muere porque no ora.

La oración de Cristo.

Cristo no podía vivir sin oración, rezaba mucho todos los días. Oración litúrgica y oración personal. A veces se pasaba noches enteras rezando. ¿Cómo vamos a vivir nosotros sin oración? Cristo no iba a la oración por ejemplaridad ni por docencia, no hacía comedia. Iba porque lo necesitaba. Porque vivió la ansiedad, el desasosiego, el hastío, el abatimiento, se impacientó en varios momentos: «Jesús tomó la palabra y dijo: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros?» (Mt 17,17). Se desalentó, se irritó, por eso, llegada la noche, se iba al monte a orar, a respirar, a desintoxicarse, a templar su espíritu.

«El orden verdadero está fundado sobre la oración, todo lo demás no es sino desorden.» (Julien Green)


 

Embajadores en el infierno

O somos hombres de Dios o estamos perdidos ya desde ahora.

Nuestro ambiente es malo, nefasto, infernal. Vivimos en un mundo monstruoso. Aquí diversos testimonios:
Isaac Asimov: «En el año 1990, el aire será irrespirable en este mundo».

Hegel: «Las masas avanzan».

August Compte: «Sin un nuevo poder espiritual, nuestra época, que es una época revolucionaria, producirá una catástrofe».

Nietzsche: “¡Veo subir la pleamar del nihilismo!”

Juan Vázquez de Mella: «La verdad es que desde el Calvario acá, a pesar de todos los nombres, una sola batalla se riñe en el mundo: la que libran incesantemente el naturalismo pagano, de una parte, y el sobrenaturalismo cristiano de otra. La tendencia que resume todos los esfuerzos de la ciencia atea de hoy puede formularse así: rebajar el hombre al nivel de la bestia y elevar la bestia al nivel del hombre».

Juan XXIII: «Se impone un anti-decálogo, desvergonzado e insolente».

San Cipriano: «Esta generación no engendra hijos para Dios, sino para el Diablo».

Diputado del PSOE: «La legislación del anterior régimen y de la tradición española, no tienen razón de ser porque está inspirada en la religión».

Julien Green: «Voy dejando, poco a poco, de creer en la humanidad. Durante mucho tiempo me ha impresionado a veces con sus libros, sus leyes, …».

Vivimos en un ámbito de pecado. Ya casi todo es pecado.

El riesgo es que es profundamente contagioso. Estamos sembrados de mundo. Por eso es necesario estar vigilantes continuamente.

Dice Bernanos en el Diario de un cura rural: «nuestras faltas ocultas envenenan el aire que otros respiran».[4] Bernanos muestra en su novela una maldad (la de Serafita) que es una maldad diabólica, antinatural. Y si la infancia está envenenada, ¿dónde encontraremos virtud? Los niños han sido envenenados, y han sido envenenados por los mayores. Aquí se revela el «anti-cuerpo-místico» de Cristo: el cuerpo del pecado con una auténtica solidaridad; es el ambiente en el que vivimos.

El cristiano es un solitario, aislado en medio de un mundo que se ríe de él, cuando no le desprecia. «Si fuerais del mundo, el mundo os amaría». (Jn 15,19)

La duda es la opinión general. Ya todo es duda. Y si se duda de lo más evidente, es lógico que cuando hablamos de transustanciación, infalibilidad del Papa, valor de la virginidad de María, la Virgen Madre, nos tomen por los tontos de este mundo.

11Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; 12pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. (Gál 1,11)

Toda la civilización moderna nos arma contra lo espiritual y se arma contra nosotros. El mundo vive bajo el signo de la «muerte de Dios» y de la duda general. Se vive con un estilo ateo. La revolución cultural va contra la religión. Dios se muere de frío en este mundo. Llama a todas las puertas y nadie le abre. Ya no hay posada en este «Belén». «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». (Jn 1,11)

Ya por los años 40 (del siglo XX) unos niños ingleses contestaron a la pregunta que les hicieron sobre si sabían quién es Cristo: «No sabemos quién es, sólo que es un nombre blasfemado».

«Cuando el Hijo del Hombre vuelva a la Tierra, ¿encontrará fe?» (Lc 18,8)

Hemos de prepararnos para la persecución, porque ya ha empezado.

Por eso intentamos que la Palabra hecha letra pase a Palabra hecha vida. Nosotros no somos útiles a Dios y a la Iglesia si no somos santos.

Necesitamos obispos santos, sacerdotes santos y seglares santos. Como el León de Münster, aquel obispo alemán en tiempos de Hitler.[5]

El mundo somete al cristiano a pruebas terribles. Impone al creyente el heroísmo de Abraham. La fe que tenemos es insuficiente para resistir las brutalidades de nuestra época.

No es la religión la que flaquea, somos nosotros los que flaqueamos. (La lógica se la comió un burro).

Tenemos demasiadas crisis, somos poco de Dios. Habrá que aburrirse mucho delante de los sagrarios.

El aislamiento del creyente y la mediocridad de su fe, aumenta la «muerte de Dios». Mediocridad manifestada en la mundanidad, la tibieza y el relajamiento.

La tentación de la desesperación acecha siempre al creyente en su lecho de muerte y en otras circunstancias. En los momentos de crisis, Dios nos puede parecer la nada. Nada del mundo, nada de nosotros mismos.

¿No es esto la noche cósmica? La tentación contra la fe opera por una especie de fascinación del frío y la soledad espirituales. Son atributos de Satán, que imperan por doquier.

Proceso de la tentación: primero surge la duda, luego avanzan las tinieblas, se produce inquietud y desasosiego en el alma, nos invade una inmensa tristeza, empezamos a sentirnos solos y fracasados, sentimos un aislamiento glacial, triste y amargo: ya estamos en el cebo de Satanás.

El crimen de la sociedad actual.

3¿Por qué te glorías de la maldad | y te haces fuerte en el delito? 4Estás todo el día maquinando injusticias, | tu lengua es navaja afilada, | autor de fraudes; 5prefieres el mal al bien, | la mentira a la honradez;  6prefieres las palabras corrosivas, | lengua embustera. (Sal 52)

2Dice el necio para sí: | «No hay Dios». | Se han corrompido cometiendo execraciones, | no hay quien obre bien. 3Dios observa desde el cielo | a los hijos de Adán, | para ver si hay alguno sensato | que busque a Dios. 4Todos se extravían | igualmente obstinados; | no hay uno que obre bien, | ni uno solo. 5Pero ¿no aprenderán los malhechores | que devoran a mi pueblo como pan | y no invocan a Dios? 6Pues temblarán de espanto | allí donde no había razón para temer, | porque Dios esparce los huesos del agresor, | y serán derrotados, | porque Dios los rechaza. (Sal 53)

Es un crimen satánico obligar al cristiano a ser un héroe cada día; incluso sin salir de casa, en algunas ocasiones. Se nos obliga a vivir cada día como auténticos cruzados.

Los justos, los santos y los inocentes son los que pagan por los demás y son los que pagan el salario del escándalo y del mal.

El mundo está condenado a perder la esperanza, está condenado a vivir del chicle y de unos soñados sueldos.

Cuando el mundo pueda comprar todo lo que le interese y tenga la boca llena de chicle, entonces ¿qué?

Construir es una obra de amor, El mundo sólo sabe construir cadalsos, porque hace lo que mata: la droga, el lupanar, taller de calumnias, basura entronizada en la política, el odio a Dios, el desamor impenitente.

Un grave crimen del mundo es el aplastamiento de los niños: aborto, divorcio, escándalos, corrupción general de las costumbres.

Los niños son la renovación de la esperanza y del amor; estamos matando esta esperanza y este amor. Son los frutos nuevos que vienen a traer un nuevo sabor, la renovación, la esperanza a los que ya no somos niños.

Los niños son humillados: los mayores quieren justificar su sensualismo sin barreras y su bestialidad.

Y luego la autoeducación. «¡Queremos niños autoeducados! ¡Queremos niños autogestionados!» ¡pobres niños! En estos niños pisoteados, es Dios mismo el escarnecido. Entre el 80% y el 85% de los niños que no van a Misa (en colegios religiosos) es porque «mis papás no me llevan»

A los niños hay que empezar a educarlos veinte años antes de que nazcan. Los niños de esta generación quedarán marcados por las herencias y pseudo-herencias de los mayores.

El hombre de hoy es un puro esclavo de los reflejos condicionados. Tiene como instructor la publicidad comercial y política.

El hombre de hoy es una especie de cometa empujada por el viento de Satán. El hombre moderno está sensibilizado para el placer y para las catástrofes físicas. Así, se habla de los campos de concentración, pero no se habla de la causalidad.

La muerte espiritual no afecta al animal sensitivo y erótico. El ateísmo que nos invade es la peor de las tragedias, sin embargo, no nos estremece. Hablamos de miserias físicas y no de las espirituales.

Las mayores desgracias son las sobrenaturales. Esto puede provocar la desesperación: una inmensa amargura contra la vida. No hay esperanza, nos hundimos en nuestro propio pecado. La desesperación es estar solo en medio de las tinieblas, bajo la lluvia golpeante, sin amor, sin compasión.

La obsesión de lo sensible conlleva la ceguera de todo lo espiritual. Una hipertrofia de los mecanismos de defensa.

«En suma, que al propio tiempo querríamos no ser culpables y no hacer el menor esfuerzo por purificarnos. No tenemos ni suficiente cinismo ni suficiente virtud; no poseemos ni la energía del mal ni la del bien. ¿Conoce usted a Dante? ¿Realmente? ¡Diablos! Entonces sabrá que Dante admite ángeles neutros en la querella entre Dios y Satanás; ángeles que él coloca en el limbo, una especie de vestíbulo de su infierno». (Albert Camus, La caída)

«…nuestros conciudadanos tenían dos furores: las ideas y la fornicación. A troche y moche, por así decirlo. Guardémonos, por lo demás, de condenarlos; no son los únicos. Toda Europa hace lo mismo. A veces imagino lo que habrán de decir de nosotros los historiadores futuros. Les bastará una frase para caracterizar al hombre moderno: fornicaban y leían periódicos». (Ibídem)

El Demonio se oculta bajo el caos de este mundo y continúa con el mismo cuento: «seréis como dioses».

En medio de todo esto, constatamos el silencio de Dios. Hay una aparente ausencia de Dios en este mundo:

·        nuestro siglo sufre la plaga de los falsos profetas y libelos teológicos de maestrillos y teologuillos que son herejes, curas libertarios, guerrilleros, etcétera,

·        vivimos ensordecidos por la propaganda, nos manipulan,

·        la Iglesia, ferozmente perseguida desde fuera y desde dentro.

Dios guarda un enigmático silencio.

El cristiano de hoy no tiene ni un minuto de descanso: nos han planteado todos los problemas la vez.

Nos amenaza,

·        el cansancio de la guerra diaria,

·        la histeria y el agotamiento como fruto de la guerra,

·        la desmoralización de los mejores,

·        la invasión y entronización de la basura,

·        una nube inmensa de cretinos que hay in Ecclesia Dei, los que han lanzado eslóganes como: «hay que estar con los tiempos (mundanizarse)», «no hay que desertar del mundo», que ridiculizan o silencian la mística,

·        los escándalos en la Iglesia.[6]

La duda es la opinión general, el ateísmo es la regla de vida y tiene categoría de sabiduría.

Las épocas catastróficas se caracterizan por el eclecticismo. El pluralismo ha cuarteado la verdad y nos ha forjado una fe que es un rompecabezas (en los dos sentidos de rompecabezas).

El cristiano ha de ser intransigente con la intransigencia que le exige la verdad.

Hemos de hacernos hombres de Dios. El peligro de hoy es sufrir un secreto desencanto y una vergüenza oculta de nuestra fe. Esto nos hace enfermar de pecado y de pesimismo.

La sombra de Satanás cubre el mundo. Satán está omnipresente, no está lejos, está muy cerca de cada uno de nosotros; charlamos con Satanás sin saberlo (los exorcistas tienen prohibido dialogar con el Diablo) y eso no va nada bien. Su aire envenenado penetra sigilosamente por todas partes, por las ventanas (sentidos) y grietas (defectos tenidos y mantenidos).

El Diablo es un experto en la subversión, y las técnicas que utiliza se manifiestan en una presencia de engaños, disimulos, precipitaciones, egoísmos, tibiezas, el vértigo, el pesimismo, la traición, la anarquía… Su presencia se capta por todas estas realidades.

Satán siembra el mal, pero no solo es el Mendax, el Mentiroso, el Malo, el Tentador, también es el «Solo» y nos deja en soledad («Hay del hombre que va solo.»). Estamos en un mundo inhabitable para el hombre de bien.

Solo la fe salva

«Permaneced firmes en la fe». (1Cor 16,13)

Hay dos ideas en el evangelio de san Juan que se complementan:

La hora de Cristo es la hora del Calvario y la hora de las tinieblas es la hora de la glorificación. La hora de las tinieblas es el paso para la glorificación, para la resurrección de Cristo.

La Iglesia tiene también una historia de presencia de Dios y de escándalo: el de nuestros pecados. Lo que pasó con Cristo pasa también con nosotros. La historia del mundo es vanidad, dolor, sufrimiento y muerte.

El Diablo y la comunidad

Hay una presencia del Diablo en la comunidad:

31Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. (Lc 22,31)

Satanás siempre pide permiso para meterse en las comunidades y cosas de Dios.

Cristo molesta a los diablos solo con su presencia. Los santos también exasperan al Diablo, y provocan la presencia física del Diablo.

En la comunidad no es difícil constatar esta presencia.

El Diablo y el apóstol

El Diablo conoce nuestra debilidad e intentará por todos los medios tentarnos con el fracaso.

El hombre de Dios molesta a muchísima gente y, sobre todo, al Diablo. Por ejemplo, en el Diario de un cura rural, el sacristán le dice al cura que no fastidie demasiado a la gente, la institutriz del conde le acusa ante el obispo, Serafita se burla de él, el pueblo le llama borracho, la hija de la condesa se dedica a murmurar de él, la condesa blasfema delante de él, etcétera…

A nosotros también nos tentará el diablo por ahí, con el fracaso, la soledad, las calumnias y la ingratitud.

El apóstol sufre por las almas en su alma.

¿Qué cosa mejor podemos esperar que ser clavados en la cruz?

Pero, a pesar de todo lo dicho sobre lo que estamos viviendo y viviremos en el mundo: «Confiad, Yo he vencido al mundo». (Jn 16,33)

Bernanos, en Diálogo de Carmelitas, explica la vocación de una muchacha, que toma el nombre de «Blanca de la Santa Agonía» que le ofrece a Dios su miedo físico y horror a toda clase de sufrimientos. «Dios se glorifica en sus héroes, en sus santos, en sus mártires, … y en sus pobres». (Bernanos)

Enemigos de la fraternidad

Necesitamos arroparnos en la comunidad: es una gracia de Dios.

Nosotros seguiremos intentando ser de Dios, siempre que continuemos insertos en una comunidad exigente.

La comunidad es el suma y sigue de los problemas, los pecados, las virtudes de cada uno de los miembros. La comunidad es una obra de arte, del arte de la virtud. Hemos de insistir, somos un pueblo de dura cerviz. Hemos de hablar de la comunidad y cuidarla.

Formas educadas de tentación diabólica. El diablo estudió en Oxford. Parece muy humanista, muy educado, muy equilibrado, buscando siempre lo mejor.

«No aborrecen la verdad, pero no quieren ser aborrecidos por causa de ella, quisieran que el error y la verdad vivieran juntos…»

Los Ejercicios deben ser un toque de alarma, un ejercicio profético para la comunidad.

Decía santa Teresa: «Ahora es tiempo de guerra».

Procuremos no falsificar los dados y poner las cartas boca arriba.

«Así como cada uno de nosotros es la causa de la guerra, así también cada uno puede hacerla cesar». (J. Green). La guerra es ante todo un problema espiritual.

En la comunidad, los problemas son causa de falta de virtud. Y nada más. Todo lo demás, cuento.

Preámbulos a tener en cuenta antes de entrar en el tema.

1. Ley de los vasos comunicantes

La comunidad ejerce influencia sobre nosotros y nosotros ejercemos influencia sobre ella. «Yo» no soy «nosotros», pero «yo» construyo relativamente el «nosotros».

2. Necesitamos de la comunidad muchísimo más de lo que podemos imaginar.

Aislarse es perecer ―en términos generales―. El individuo aislado está acechado con demasiadas dificultades, carece de información suficiente y no puede, por ello, emitir juicios acertados; carece de la fuerza reactiva necesaria para resolver los problemas que le acechan.

Necesitamos de la comunidad grande: la Iglesia y su Magisterio, y necesitamos de la comunidad chica, que ha de ser exigente, fiel y que intenta realizar el Evangelio.

3. Mortificación en la comunidad.

Es importante ayunar en serio, mortificarse de muchos modos y maneras, pero no es menos importante vivir en comunidad aceptando sus imposiciones y limitaciones. Vivir en comunidad es una gran penitencia. ¿Nos hemos confesado de no practicar la virtud comunitaria?

4. Enfermedades.

La comunidad está amenazada por numerosas enfermedades, especialmente tres: el laicismo comunitario, el liberalismo y el marxismo comunitarios.

El laicismo comunitario es vivir el grupo, pero no la comunidad cristiana. Vivir el grupo, pero no las exigencias que emanan de la comunidad cristiana. Hacer muchas cosas que Cristo no está urgiendo, no lo que Cristo quiere no lo que conviene.

Hablar mucho de diálogos de hombres y poco con Dios y de Dios.

El liberalismo comunitario: es vaciar a la comunidad de disciplina y obediencia. El liberalismo todo lo confía a la iniciativa particular. Y ya sabemos en qué termina, «el buey suelto bien se lame»: desemboca en la «ley de la jungla», ley de particularismos que engordan y entonces se forman los grupos de presión. Unos viven, otros no viven y otros no dejan vivir. La anarquía actual de la Iglesia es antiapostolado para el mundo.

Y el marxismo comunitario. El marxismo organiza la sociedad sobre el menosprecio de las personas. El individuo es considerado como «carbón» para mover la locomotora de la Historia. Esto ocurre en la comunidad con «marxismo»: el individuo no pinta nada.

Hay que respetar más. Si los hombres no son respetados, ¿por qué tiene que ser respetada la sociedad? La comunidad no es, no puede ser, un montón de trigo, sino un pan de trigo. «8Ante todo, mantened un amor intenso entre vosotros». (1Pe 4,8), nos dice San Pedro. Cuando falla este «ante todo», falla todo, la comunidad se viene abajo. Por no hacer esto, uno no logra la paz de vivir y de trabajar en equipo. Por no cuidar el «ante todo», la comunidad no se transforma en fraternidad.

5. Fuera de la Iglesia, no hay salvación[7].

Fuera de la comunidad (o fraternidad) ¡qué difícil es que nos mantengamos en una auténtica vida espiritual y apostólica!

Fuera de un grupo de cristianos adultos que intentan seriamente ser verdaderos cristianos, gente responsable, auténtica, ¡qué difícil es mantener una vida espiritual auténtica!

Quien convierte en el Cursillo es la gracia de Dios, instrumentando una comunidad constituida que ayuda o estorba a esa gracia de Dios.

Hay un pecado personal, de cada quisque, y hay un pecado social. El pecado social se paga aquí en este mundo, por eso las comunidades pagan su castigo aquí.

6. Caridad con claridad, caridad con verdad.

Los hombres estamos ahítos de demostraciones, de argumentos, de teorías:

«Somos hijos de Dios, somos hermanos, somos templos vivos de la Santísima Trinidad». Todo esto es verdad, pero suena a mentira porque no se vive. Estamos hartos de vivir con mentira la verdad. Propaganda católica y teológica; ¿vivimos como hermanos? El hombre actual viene de la noche de las mentiras y quiere experiencia viva, vivida, real. No teoría ni propaganda.

Los hombres tenemos ya una exigencia porque hemos vivido engañados, porque venimos de la noche de la gran mentira. Necesitamos, para creer en el amor, ver el sacrificio, en caridad. Necesitamos manos que se entregan con calor, con fuerza. El gesto solo no nos convence. Necesitamos y exigimos amor sincero, fraterno, acogedor, sacrificado. Necesitamos calor y clima de verdadera hospitalidad, atmósfera de amistad divina entre nosotros, y solo así, «fueron, vieron y se quedaron». (Los discípulos del Bautista). Y esto es urgente, porque los hombres somos impacientes, y pasamos, disponemos de poco tiempo. Puede llegar el momento en que no creamos en nada y no esperemos nada de nadie.

Enemigos de la comunidad

El pecado

Impacto psicológico del pecado: la vida de pecado da sensación de libertad, y la vida de dominio da sensación de pérdida de libertad. La primera impresión del pecador no es de desagrado ni de esclavitud, es un fruto del pecado, parece que uno ha ganado todo: es librarse de la idea y sensación de pecado. Parece haberlo ganado todo y no haber perdido nada.

El abismo se va pareciendo a la dicha, hay sentimiento de libertad. El pecador vive en un nivel superficial, en una vida de sentidos. La sensación es de poseerse uno a sí mismo.

En contraste, el ser de Cristo implica: «si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga». (Mt 16,24). Da impresión de dificultad; solo avanzando en la noche de la fe, empieza uno a gustar de la vida de fe. La alegría de Dios es tan profunda que está más allá, en la noche de la fe, y ahí sentimos la paz de Dios. El resultado de la vida de no pecado es sentirse en Dios y de Dios.

Entre los bienes corporales y los espirituales hay la diferencia de que los primeros, mientras no se tienen, inspiran al alma un fuerte deseo de poseerlos; mas, cuando, alcanzados, se los gusta, producen luego hastío por su saciedad. (San Gregorio Magno, Hom. 36)

El hábito pecaminoso

Es cosa seria: es el muro del pecado. ¿Qué es? Es el fruto de una serie de actos delictivos de los que no vemos que estén ligados entre sí mediante un encadenamiento secreto. Estos actos delictivos van tejiendo la mortaja moral. Los hábitos llegan de manera silenciosa, secreta y sin darte cuenta ya estás dentro del muro.

Es tan secreto que no nos damos cuenta hasta que algo gordo pasa.

Pecados hay muchos. Uno es el de la tibieza = prescindir de Dios. Y caemos con una facilidad impresionante, en sentido grave es fatal, pero nosotros tenemos algo de tibieza en sentido leve: vivir en momentos de la vida como si Dios no existiera. Con gran facilidad nos hacemos el sordo ante las exigencias de la Gracia.

Somos gente de mala pasta y peor catadura. Somos individuos difíciles. Tenemos muchas cosas en nuestras vidas que nos hacen difíciles, en más o en menos: cantidad de rarezas, tics, rarezas psíquicas, neurastenias, pelusillas…

28«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. 29Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. 30Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. 31 ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. 32Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis». (Mt 21, 28-32)

El primero dice «no quiero». Este es como nosotros. Somos difíciles, retorcidos. Hay una especie de necesidad de decir: «¡No! ¡No quiero!» a Dios y a los hombres. ¡Cuántas veces hemos dicho no sin pies ni cabeza!

Somos acomplejados y rebeldes, estamos hartos de nosotros mismos, descorazonados de nuestra propia mediocridad, disgustados de nuestra inconsistencia. Fácilmente caemos en reacciones neuróticas. Si cada uno pensara de sí mismo «soy un individuo difícil», irían mejor las cosas.

Mosaico de defectos, problemas y dificultades en la comunidad

El primero es el camuflaje de los simples deseos. No basta orar ni basta trabajar. Hay que hacer un complemento entre oración y trabajo. Son dos piernas en las que nos hemos de sostener. Es muy cómodo decir que Dios hará, proveerá, pero hay que tener cuidado por lo del camuflaje.

Es como los obreros que se pasan el día hablando con la patronal y no trabajan. Mucha vida de Piedad y Estudio, pero sembrar ¿cuándo?, ¿quién?

Otras veces es lo contrario: todo se nos va en trabajar y no hablamos con el Amo. Y en muchos trabajos de los que el Amo no sabe nada, el alma anda por el baúl de los olvidos. «El apostolado del alma es el alma de todos los apostolados». Contemplación y acción. «Contemplata aliis tradere» dicen los dominicos: entregaréis las cosas contempladas. Por eso solo los santos convierten y cambian la Iglesia; lo demás es ruido verbenero.

Segundo: no orar debidamente, es un peligro gravísimo. Es el primer paso para dejar de orar. Y el segundo. Y el tercero. ¿Oramos poco? ¿Oramos mal? ¿Oramos poco y mal?

…es necesario orar siempre, sin desfallecer… (Lc 18,1)

Sed constantes en orar. (1Tes 5,17)

Ratos de oración vocal, de meditación, presencia de Dios (oración difusa) todo el día. No somos fáciles para la oración: no solemos ser fieles, encontramos muchas dificultades. Somos complicados. Incapaces de estar tranquilos ante Dios. No soportamos el silencio y la soledad. Somos como los estudiantes en vísperas de exámenes cuando vamos a la oración: casete, cigarro, lápiz, piernas. Una cantidad de cosas puestas en movimiento tremenda. La dificultad está en concentrarse. «Padre, ¡que no puedo concentrarme en la oración! No puedo abandonarme en Dios, no puedo estar quieto, no puedo escuchar». Hace falta quietud interior.

Los hombres sin oración nunca dan calor a la comunidad y siempre traen problemas a la comunidad.

Tercero: Réquiem a la pobreza. Somos demasiado ricos para poder convivir. En particular, es difícil encontrar a una persona de espíritu pobre. Ahora es francamente difícil. De entrada, no nos ayuda a ser pobres de espíritu todas las propagandas que corren por ahí (comerciales o políticas).

El hombre moderno quiere ser fuerte, reivindica derechos y libertades. Estamos invadidos de los «señoritos satisfechos». Señoritos que vinieron a hacer lo que les da la gana, señoritos que son los forofos de las libertades y que no han respetado a nada ni a nadie. Avasallan los derechos de Dios y los derechos del hombre, aun los más elementales de derecho natural. Como muestra, la despenalización del amancebamiento y del adulterio. Despenalización del aborto.

«¡Libertad de expresión!» Sí, pero para hacer el bien.

Y nos hemos hecho agresivos, defendiendo nuestra tajada. Hoy somos racistas, después de criticar a los nazis. Hoy somos super-independientes. Nuestros políticos preferidos son los que más leña echan a nuestros sueños paradisíacos.

Pobre es el que tiene el corazón abierto. En cuanto se abre el corazón, se va hacia Dios y hacia el prójimo. Cristo y su costado abierto con una lanza.

Por eso, buscad el Reino de Dios y la pobreza se os dará por añadidura.

Pobreza: uno mira a Dios y se pierde en ese mirar, uno mira al prójimo y se pierde en ese mirar.

No debes preocuparte demasiado de buscar sufrimientos y palancas, basta con que te dediques a vivir para el prójimo.

Una buena definición de pobre: «Alguien con quien todos se sienten cómodos y a quien nadie le pregunta si está cómodo».

Cuarto: Las puertas cerradas.

La relación comunitaria es una cuestión de puertas y ventanas…

«He aquí que estoy a la puerta y llamo». «Llamad y se os abrirá». Hay dos problemas fundamentales entre nosotros. Primero, hay que saber llamar; segundo, también hay que querer abrir. No sé llamar en la vida de mi prójimo; ni he hecho nunca nada por aprender a llamar.

Llamar es esperar, aguantar, comprender y corresponder; no quedarme en mí: «Yo sé quedarme en mí» (introvertismo que no es fruto de la vida interior). Yo sé lamentarme, yo sé criticar. Y cuando llamo a la puerta de mi prójimo, lo hago bruscamente, de forma descortés, obligada. Hay que llamar con gesto moderado, acariciar la puerta más que aporrearla, llamar de tal manera que el otro sienta ganas de abrir. La llamada ha de ser expresión de presencia sincera, leal, abierta.

Aprender a llamar es caer en la cuenta de que las puertas están cerradas por mi culpa. Soy yo quien cierra puertas, quien se esconde, soy yo quien debe bajar barreras. Es aprender a tener calma, a respirar antes de hablar (respira cinco veces), es aprender a escuchar, a continuar tranquilo.

Quinto: Los domésticos.

La familia de cada uno de nosotros influye en la comunidad en cuanto influye en un miembro. Uno de los posibles enemigos de la comunidad es la familia de cada uno.

34No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz: no he venido a sembrar paz, sino espada. 35He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; 36los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. 37El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; 38y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. (Mt 10,34-38)

El ser buen hijo no agota la exigencia cristiana. No preocuparse los padres de una educación cristiana de sus hijos es una manera de odiarlos. Por eso, hay que obedecer a Dios antes que a nadie.

Enemigos: Los celos de los padres y hermanos; la indiferencia de los padres «mi hijo está con sus cosas»; la pejiguera de los padres: «¿Qué te dan allí? Que te mantengan allí».

Sexto: el morbo de la tristeza, el pesimismo y el «introvertismo[8]».

Hay solamente un modo de curar la tristeza: no amarla.

Cuando sufrimos nos gusta permanecer dentro del sufrimiento, hay una especie de morbosidad en entretener nuestros males, enconar nuestras heridas y agigantar nuestro mal, envenenar las llagas.

Cuando sufrimos os otorgamos el derecho de quejarnos y de replegarnos sobre nosotros mismos fomentando así nuestro introversismo, nuestra hipersensibilidad y de ser huraños.

Y nos otorgamos el derecho de hacer daño a los demás. Es cuando vomitamos las críticas más amargas y todo lo hacemos como un derecho adquirido y nos asignamos el derecho de matar la alegría en los demás. Nos produce un efecto de compensación y de calmante, pero, en realidad, ¡es un calmante envenenado!

Todo esto se da de patadas con el mensaje de Cristo. «Yo me glorío en medio de todas mis tribulaciones», dice San Pablo. «Alegraos, os lo repito, alegraos», nos dice el mismo apóstol.

Nos resulta una gran mortificación poner alegría frente a la tribulación. No tiene sentido. La alegría es la característica del cristiano. En este tiempo y en todos, nuestra consigna es la alegría. Recordemos «la perfecta alegría» de san Francisco de Asís. Durante la Cuaresma nos hemos dedicado a la penitencia, a llorar. Llega la Resurrección y continuamos igual, con una alegría de baratillo. No puede ser: si vivimos con Cristo en Cuaresma, viviremos con Cristo la alegría de su Resurrección.

Hay que demostrarle a Cristo cada día que ha valido la pena que muriera por nosotros, que estamos agradecidos de su Pasión, Muerte y Resurrección. De que nos haya dado su Gracia, a Sí mismo en la Eucaristía, y se lo podemos demostrar cada día con la alegría de cada día. Sobre todo, alegres en la oración.

Séptimo: Somos mala pasta.

Individual y colectivamente, dejamos mucho que desear.

Decía Papini:

—Yo soy un poeta y un destructor, un fantástico y un escéptico, un lírico y un cínico.[9]

Poeta y destructor: soy un romántico que araña, criticón, áspero, exabrupto y huraño, que amenaza. Tengo tiempos de romántico, soy vengativo, iracundo.

Soy fantasioso: cuando hablamos del amor, de la fe, de la virtud. ¡Uy! ¡Qué bien hablamos!

Escéptico: en los momentos verdaderos irresponsable y evasivo, escéptico.

Lírico y cínico: Predicamos el Evangelio, somos diletantes del Evangelio y avasalladores de la moral o cuando menos infractores de la moral.

Hablamos mucho de diálogo: porque somos unos «xarraires», lo que buscamos es el deshago de nuestro espíritu charlatán. No todo es diálogo virtuoso. Diálogo virtuoso es «la presentación desapasionada de los puntos de vista en la búsqueda sincera de la verdad con un profundo respeto a las personas». El auténtico diálogo exige verdad y virtud.

Y somos mala pasta comunitariamente. Una definición de comunidad es: «no piensan todos los mismo, pero están en el mismo saco, a un mínimo precio de arañazos».

En nosotros hay más ofuscación que ignorancia. En cuanto nos descuidamos, hay un predominio de mala voluntad y de instinto. Hay en nosotros semillas de traición. Traicionamos fácilmente a Dios, a los hermanos, a la comunidad. Nuestras seguridades pueden derivar en juncos quebrados.

En el evangelio de Juan dicen los apóstoles a Jesucristo

29Le dicen sus discípulos: «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. 30Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios». 31Les contestó Jesús: «¿Ahora creéis? 32Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo.  (Jn 16)

Octavo: Plagas en la comunidad (las plagas de Egipto).

Bruscos, taciturnos, altaneros, quisquillosos, pendencieros, mordaces, críticos, malévolos, espíritu de contradicción, sembradores de discordia, soberbios, descorteses, desagradecidos, toscos, ineducados y groseros.

San Jerónimo: «Sin caridad los cenobios son infiernos y sus habitantes, demonios».

Noveno: El orgullo

El orgullo es un pecado que está en todos nosotros.

¿Qué es el orgullo? Es la necesidad de bastarse a sí mismo. «No quiero servir (Non serviam)». Es suprimir las comunicaciones e intercambios, ahogarse a la propia soledad, atrincherarse en sí y excomunicarse de los demás; es ser exclusivo, indisponible, independiente; es ser peligroso, en el sentido de ser vengativo bajo una apariencia de bondad.

Somos más orgullosos que hipócritas, constitutivamente orgullos y ocasionalmente hipócritas. Buscamos a Dios, a los hermanos, a la comunidad, la santidad, pero con orgullo. Vemos la santidad como la meta a conseguir. Tenemos vocación de conquistadores. Somos redomadamente cazadores y conquistadores. Nos empeñamos en conquistar a Dios, cuando a Dios se le encuentra se da. No se deja cazar, no se conquista. Hay el peligro de creer en la vida espiritual que el sujeto activo soy yo. Y no es eso. Hemos de rendirnos, no atacar. Nos parecemos a Zaqueo: nos subimos al árbol del orgullo, porque creemos que Dios anda por los tejados, por las ramas, pero el Señor anda por lo sencillo, por lo humilde. Queremos darle a Dios nuestro cariño, y no podemos darle nada bueno que no hayamos recibido. Lo único que podemos darle son nuestros pecados, todo lo demás no es nuestro porque lo recibimos de Él.

No vemos que, para llegar hasta aquí, han ocurrido grandes cosas: el Señor ha tenido que luchar a brazo partido con nosotros para que llegáramos a tener un poco de buena voluntad. Somos una conversión muy difícil, y aún no estamos convertidos.

De mil modos y maneras nos desalienta y descorazona nuestra nada y nuestra miseria, nos humilla el «sin mí no podéis hacer nada». La luz descubre nuestra bajeza y nos rebelamos por nuestro orgullo.

En el orgullo radica la dificultad de confiar en Dios. Lo que nos da seguridad es lo que hemos hecho nosotros. Nos asustaría ver los motivos de nuestras mejores empresas y victorias. Podríamos ver que nuestra caridad está en pecado. Nuestros apostolados suelen tener mucho de edificantes mentiras: hablamos de lo que no vivimos. Queremos ser santos a nuestro modo; nos cuesta aceptar la verdad: que soy como una lamparilla sin brillo.

El Señor un día quizá nos diga: «tú ya eres mío porque no eres el santo que querías ser y eres el que no querías ser».

Adán y Eva desconfiaron de Dios como Judas de Jesucristo. Somos dados a la desconfianza, nos cuesta confiar en Dios. Nuestra confianza es como un tapón flotando sobre la duda. Adán y Eva quisieron conquistar el ser como Dios, en vez de esperar esa divinidad humildemente de Dios. Dios les puso una prueba ínfima, y ellos desconfiaron de Dios. El tapón salió a flote. Judas lo mismo: esperaba una redención para su provecho, a su gusto, desconfió y pensó en sacar tajada y largarse.

Esto se da en nosotros constantemente. El que confía en Dios totalmente es santo. Nos ponemos nerviosos, perdemos los estribos, no somos modelo de paciencia; y es que no confiamos en Dios.

Décimo: La entropía espiritual:

El orgullo nos lleva a la desconfianza, perdemos calor y altura. La desconfianza nos lleva a la entropía, o sea a la pérdida progresiva del calor, del fervor y la generosidad.

Nuestra ficha: fogoso y desinflado (en todo); tensión y distensión. Decimos: ¡Voy a ponerme en forma! (Cuando vamos a RG y a Ultreya). Pero parecemos neumáticos: ¡qué pronto la oración se hace cansina, raquítica, sin calor, y se vacía de amor, de espíritu hasta que queda en nada! Se convierte en introspección, y egoísmo. Lo mismo en el estudio.

Muchas veces, la acción es una evasión. ¡Cuántas veces se convierte en agitación, vanidad, exhibicionismo, puro interés o «realización de sí mismo»! En la comunidad pasa igual: ¡qué pronto buscamos el afecto de aquéllos a los que tenemos que servir por deber, no por afecto! ¡Qué hábiles somos para hacernos pagar nuestra entrega!

La omisión es hija del orgullo. Nuestro pecado capital es la omisión. San Pablo nos dice que hay que estar «vivos para Dios». Hemos de estar vivos y despiertos para los hermanos. «¿Cuándo, Señor, te vimos hambriento…?». Así está nuestro pecado de omisión. No vemos, no nos preocupa ver lo que tenemos que ver. La omisión, un pecado de orgullo, fruto de la entropía espiritual. Y esta es la causa por la que vivimos y morimos solos.

Undécimo: Nos amenazan los demonios familiares.

«Vigilad y orad para no entrar en tentación.»

Existen virus que acechan a la comunidad. Todo ser vivo está sujeto a enfermedades y toda comunidad está sujeta a la acción viral. Los virus son los «demonios familiares». Así leemos en las cartas a Timoteo, Tito y Filemón:

1Debes saber esto: en los últimos días se presentarán tiempos difíciles, 2pues los hombres serán egoístas, avariciosos, fanfarrones, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, irreligiosos, 3despiadados, desleales, calumniadores, desenfrenados, brutales, enemigos del bien, 4traidores, precipitados, engreídos, amigos del placer más que de Dios; 5tendrán la apariencia de piedad, pero habrán renegado de su fuerza. Apártate también de estos. 6A este grupo pertenecen los que se introducen en las casas y cautivan a mujerzuelas cargadas de pecados, arrastradas por pasiones de todo tipo, 7que siempre están aprendiendo y nunca logran llegar al conocimiento de la verdad. 8Lo mismo que Yannes y Yambrés se opusieron a Moisés, así también estos se oponen a la verdad; son hombres de mente corrompida, descalificados en lo que se refiere a la fe. 9Pero no irán adelante, pues su estupidez será notoria a la vista de todos, como lo fue también la de aquellos. (2Tim 3,1-9)

Podemos leer el térmico «casas» como «comunidades» para aplicarlo a nosotros.

10Porque hay mucho insubordinado, charlatán y embaucador, sobre todo entre los de la circuncisión, 11a los cuales se debe tapar la boca, pues revuelven familias enteras, enseñando lo que no se debe, y todo para sacar dinero. 12Un cretense, profeta entre los suyos, dijo: «Cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, estómagos perezosos». 13Y su testimonio es verdadero. Por ello, repréndelos con severidad para que se mantengan sanos en la fe 14y no presten atención a fábulas judías ni a preceptos de hombres que viven de espaldas a la verdad. 15Todo es limpio para los limpios; mas para los impuros y los incrédulos nada hay limpio, ya que su mente y su conciencia están manchadas. 16Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con sus obras. Son detestables, rebeldes e incapaces de cualquier obra buena. (Tit 1,10-16)

21Te escribo fiado de tu disponibilidad: sé qué harás más de lo que te pido. (Flm 1,21)

Consecuencia: Los arados abandonados.

El regreso al mundo no es un simple retorno, es una fuga, una derrota y, muchas veces, el fin, aunque luego todo esto se quiere justificar. Regresar es derrumbarse; no se acaba una experiencia, se acaba una persona, se apaga el alma. Regresar es descender, es caer de las cimas al barranco de las aguas turbias del mundo. El regreso al mundo es una precipitación más que una caída, atropellando virtudes y personas; por eso, siempre se desciende solo y ciego. Regresar es acabar, y normalmente es acabar para siempre; es acabar con todo y es empezar de nuevo con lo mediocre, con lo bajo, con lo vil. Y las recaídas son peor que las caídas. Regresar es como decía aquel «Volví como vuelve con los condenados quien se creyó durante una hora amnistiado».

Así se incoa el regreso:

No se contestan las llamadas, no se replica a los rejones, se escabulle uno, no quiere tratar el tema y no se corresponde al amor.

Quien ha deseado todo, quien ha trabajado por el cielo, se siente condenado al más terrible desierto: «ciego y solo». Y para soportarlo, se lanza uno al placer, que es su droga. Y así se hace un poco menos insoportable el desierto.

Su epitafio: «Aquí está enterrado un hombre que no logró convertirse a Dios ni amar a los hermanos».

Epílogo

Una dimensión comunitaria de la soberbia.

En la comunidad caben todas las ideas y opiniones cristianamente viables, pero no se puede admitir en la comunidad la atomización o polarización de criterios-fuerza que luchan por declararse, organizarse y demostrarse como representativos. En la comunidad hay militantes, adheridos y vieja guardia. En la vieja guardia hay grandes fidelidades, grandes traiciones y siestas.

Decía Papini:

Me he acercado a vosotros, hombres, pero no os quiero. No puedo quereros. Me asqueáis, me repugnáis. Y como no os quise, no os conocí; y al no conoceros no pude salvaros. Permanecí solitario en medio de vosotros, y me dejasteis solo.

Vida ascética

Crítica a los equívocos que se suelen producir con frecuencia en la interpretación de la ascética.

Odiarse a sí mismo es más fácil de lo que parece. Lo difícil es olvidarse. Pero si todo el orgullo estuviera muerto en nosotros, la gracia de las gracias sería amarse humildemente a sí mismo, como a cualquier otro miembro doliente del cuerpo de Cristo. (Diario de un cura rural, Bernanos)

El que comete pecado es esclavo del pecado. Si uno peca se auto esclaviza y esto es odiarse. La gracia está en olvidarse de sí mismo para empezar a amarme a mí mismo. Tengo que llegar a olvidarme de mí mismo. Porque en mí hay un «yo» y un «ego». Cuando el «ego» muere, puedo permitirme el amarme a mí mismo.

Con la ascética no pretendemos odiarnos a nosotros mismos, aunque lo parezca. Son técnicas para la purificación. Sirve para olvidarnos de nosotros mismos, para luego amarnos humildemente. No estamos gastando la vida en algo importante, sino en algo definitivo. A nosotros nos preocupa la gloria divina y nuestra salvación.

Decía J. Green que «no puede haber verdadero progreso, a no ser el interior». Para cuatro días que vive el hombre, ¿qué importa tener televisor en color? ¿qué más da haber pasado esta vida con zapatos que con alpargatas? ¿o haber comido caviar en lugar de judías?

¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?

Más aún: todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo (Fil 3,8)

Nuestro programa de vida ascética o espiritual no puede ser un paseo triunfal, gozoso y agradable. Santa Teresita vivió en su vida, como una constante, estas tres cosas: la angustia, el abandono y la agonía. Comprendió la santa que no debía buscar los consuelos de Jesús, sino el asumir sus sufrimientos. De ahí salió su devoción a la Santa Faz. Se preocupó de comunicar la alegría a sus hermanos, pero ella vivía la experiencia del muro:

Madre querida, quizás le parezca que estoy exagerando mi prueba. En efecto, si usted juzga por los sentimientos que expreso en las humildes poesías que he compuesto durante este año, debo de parecerle un alma llena de consuelos, para quien casi se ha rasgado ya el velo de la fe. Y, sin embargo, no es ya un velo para mí, es un muro que se alza hasta los cielos y que cubre el firmamento estrellado... (Manuscrito C)

Cuando quiero que mi corazón, cansado por las tinieblas que lo rodean, descanse con el recuerdo del país luminoso por el que suspira, se redoblan mis tormentos. Me parece que las tinieblas, adoptando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: «Sueñas con la luz, con una patria aromada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas esas maravillas; crees que un día saldrás de las nieblas que te rodean. ¡Adelante, adelante! Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada» (Manuscrito C)

La vida espiritual tiene sus goces y sus cruces. No hay maduración espiritual sin la experiencia del desierto.

3Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, 4la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, 5y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. (Rom 5,3-5)

No es posible la vida de comunidad si los «fratres» no hemos vivido, de alguna forma, la vida de desierto.

Dice J. Green que «vivir según el Evangelio no es, de ningún modo, vivir confortablemente y añadir a esta vida agradable el lujo de las aspiraciones místicas, sino levantarse todas las mañanas y volver a tomar la cruz allí donde la hemos dejado la víspera».

Consideramos que la conversión es un seguro contra el sufrimiento y no lo es contra la muerte.

No cualquier virtud es camino de perfección. Nosotros nos fabricamos nuestras virtudes.

Los valores deben definirnos (para Cristo).

Caridad: el amor a Dios y al prójimo, amistad sincera, no amistad interesada.

Pobreza. Que exige desapego y desprendimiento afectivo y efectivo. No a todos Dios les pide la misma pobreza efectiva. Pero el desprendimiento afectivo sí. En qué se nota que afectivamente estamos desprendidos. Por ejemplo, sales con los amigos el domingo y no invitas nunca. Ahorrar no es pobreza: hay gente que disfruta ahorrando.

La pobreza efectiva no es la misma para todos, pero el desprendimiento efectivo, sí.

Otras virtudes de perfección son: la mansedumbre, la humildad, la dependencia, la sumisión, la obediencia, el sufrimiento aceptado (mortificación), la fidelidad y la lealtad. El peligro es sustituir todo esto por oro, incienso y mirra, es decir, RG, Ultreya, Hoja de piedad, «chapas», etc. Porque entonces Dios es muy parecido a Júpiter. Cada momento es una coyuntura y tiene sus características: no se pueden hacer sustituciones. No tranquilicemos nuestra conciencia con sustituciones.

Ser de Cristo no es un seguro de vida, sino todo lo contrario. Es poner en riesgo toda la vida: vida bienestar, tiempo. Y en trance de crucifixión.

Cristo, más que un pararrayos, atrae la tempestad. Pensemos en la escena del joven rico. La conversión no es para la tranquilidad, sino para librarnos de la muerte. Cuando más ama uno a Dios más siente uno la necesidad de vaciarse y de llenarse de Cristo. No se puede sustituir la Cruz por Cristo resucitado, sino el mundo por Cristo y Cristo crucificado. No se puede sustituir la misión redentora de Cristo por la glorificadora «(¡bájate de la cruz!)». No hay que hablar sólo de lo positivo. Sustituir el «ir a Dios» (o a los hermanos) por el «que Dios venga» (que los hermanos vengan). Dios viene con la condición de que vayamos a Él, que salgamos a su encuentro.

«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga». (Lc 9,23)

Hacer de las virtudes un «autoservicio» y no un servicio.

Sustituir el «no ser del mundo» por instalarse en el mundo con el cuento de convertirlo. Es un gran problema la imponente mundanización en la Iglesia con el cuento del fermento y la masa.

Otras sustituciones:

Más importante que tu ayuno es que compartas tu pan. El pan al cajón. A ahorrar. Los paganos también ayunan. La característica del cristiano es compartir el pan:

13Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13)

No hay que sustituir el momento de la misericordia por el sacrificio. Si tu hermano necesita pan, dale pan, no ayunes.

Guardamos el ayuno eucarístico, pero viene el día del ayuno para la caridad (el día del ayuno voluntario) y ¿qué, ayunamos?

Somos más fáciles a los actos de piedad que a la ayuda al prójimo. En la vida espiritual buscamos milagros, consuelos e intereses personales cuando lo único que hay que buscar es al Amor.

Sustituimos el amor misericordioso de Dios por el negocio de nuestra felicidad.

En la comunidad no están los hermanos, sino Juan, Pedro, Andrés, Santiago. Cada hombre es insustituible, único e irrepetible. Por eso cada hombre debe ser atendido en particular. Juan es irrepetible. Debe ser atendido como es. Somos individualidades tan individuas, que somos creación absoluta. No caigamos en el gregarismo.

Hablamos de caridad, justicia, humildad y sin embargo a nuestros prójimos les resulta difícil, penoso, desagradable convivir con nosotros. Por cáusticos, desagradables, fríos e indiferentes.

Hemos sustituido el gozo de la esperanza por la quincallería de cuatro éxitos y cuatro oportunidades: «tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor, y el que tenga estas tres cosas que le dé gracias a Dios…»

La dicha se parece mucho al arado. Tenemos que hundirnos en la tierra dura de nuestra vida real bajo el puño de hierro (exigencia propia) que presiona para encontrar allí, en la oscuridad, (del alma en crisis) en el esfuerzo, nuestra libertad liberada, virtuosa y nuestra esperanza gozosa.

La dicha tiene esta exigencia: o buscamos ser felices urgentemente y con gran esfuerzo y el dominio de uno mismo, o no lo seremos nunca.

Hemos sustituido vida espiritual por veraneo o turismo espiritual. Hemos de renunciar, todo lo que podamos, a esa «providencia» sensible que nos hemos fabricado. Si Dios nos consuela, pues bien, y si no, pues bien también. Pretendemos una vida espiritual cómoda, que no interfiera con nuestra vida particular y profesional. Queremos ser santos, pero no queremos ser héroes; queremos ser buenos, pero no queremos ser santos; queremos, pero… …no demasiado.

La juventud no está hecha para el placer, sino para el heroísmo (Paul Claudel)

Sustituimos esperanza por optimismo. Los mundanos no hablan nunca de esperanza, siempre de optimismo. La esperanza es teología, el optimismo es psicología. La esperanza exige fe, el optimismo es una salida de emergencia. Esperar es fundarse en Dios, no en razones humanas; el optimismo es el sucedáneo ateo de la esperanza teologal. Esperar es lo contrario de desfallecer. El optimismo es la esperanza en los acontecimientos (si llueve este año, habrá cosechas), la esperanza es la espera de las determinaciones y propósitos divinos. «Vivir en esperanza contra toda esperanza», esa es la actitud cristiana.

“El optimista es un imbécil feliz, el pesimista un imbécil desgraciado.” (Bernanos, La libertad, ¿para qué?)

Hay que liberar la esperanza de la tentación de evadir la cruz, como Simón de Cirene. ¡Si Dios escuchase todo lo que le pedimos! Hubiera sido un desastre. Hágase tu voluntad y no la mía. Tuvieron que forzarle a llevar la cruz. Suponemos que tenía mil excusas: Que si mi mujer me espera, que vengo desplomado de trabajar todo el día, me urge ir a otro sitio, yo no soy político, ¡a mí por qué tenéis que complicarme! y empieza a caminar, lentamente: así es el caminar en nuestra vida espiritual. Aprendió a tener que compartir el paso del otro y terminó aprendiendo a poner los pies en las huellas del otro. Empezó a aprender a amar, a paso lento, a ir poniendo los pies en el calor de las pisadas de Jesús. Empezó a aprender a amar, a callar, a perdonar, a seguir adelante.

Al principio le costó horrores y luego ya no quiere irse de la vida ascética. La vida espiritual no se hace con sustituciones.

No se puede sustituir la vida ascética por palabras, oraciones y reuniones.

6Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. 7Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. (Mt 20,6)

Reformemos nuestra vida de Piedad, de Estudio y de Acción.

Hagamos vida intensa de piedad y estudio teológico. Luego vayamos a la viña. Vayamos por los dos carriles y no sustituyamos la piedad por la acción, o viceversa.

Vida cristiana en la profesión, en la familia, en la vecindad, no solo en la Piedad.

Hay unos contrasentidos alarmantes. Decimos en la Misa:

“Verdaderamente es justo y necesario, es digno y saludable, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor” y luego en la calle queda cualquier circunstancia sin conexión teológica.

La santidad no se vive en el desierto, al desierto va uno a fortalecerse. La santidad está en la voluntad de Dios, en la vida conyugal, en la familia, en la vida profesional. En la relación, el trato, el aguante en la vida comunitaria.

Para la santidad no se trata tanto de encontrar tiempo para la oración cuanto vivir según Dios. Debe existir la ascética de cada minuto, de cada ocupación, de cada ambiente, para amar a Dios y contagiar ese amor divino.

Sustituir la vida ascética por la psicología y sociología (o la cara dura). Sustituir la virtud-diálogo por el diálogo-diálogo. Verborrea. A las comunidades no las constituyen ni salvan, ni los diálogos, ni los test psicológicos, ni las encuestas, ni los resortes psicológicos; lo que constituye y salva a las comunidades es el sentido teológico, ascético, místico, espiritual, bíblico y litúrgico. Queremos inventar cosas nuevas y hay cosas que no pueden ya inventarse.

Por lo demás, prescindiendo de sus dimensiones, las comunidades grandes o pequeñas, no podrán ayudar a sus miembros más que permaneciendo constantemente animadas por espíritu evangélico, alimentadas por la oración y generosamente marcadas por la mortificación del hombre viejo, por la necesaria disciplina para la formación del hombre nuevo y por la fecundidad del sacrificio de la Cruz. (Pablo VI, Evangelica testificatio, n. 41)

Nuestras comunidades nacen de la teología, viven de la teología y su fin es la teología. Teología ascética, mística, dogmática, espiritual.

Sustituir la ascética comunitaria por la asociación dialogante. Sustituir la autoridad por la urna democrática.

Santa Teresa decía que no conviene que las comunidades sean numerosas. El buen funcionamiento de la comunidad tiene sus exigencias.

Primero, dinámica de grupo, en cristiano es dinámica teológica: oración, mortificación, sacramentos y virtudes.

Segundo, ascética para vivir esta dinámica: disciplina y obediencia. Y todo lo demás se os dará por añadidura. No puede existir comunidad sin autoridad. La comunidad, como cuerpo que es, (grupo con finalidad) necesita absolutamente de autoridad. La comunidad, para realizarse, necesita el ritmo de una sabiduría, una orientación y un orden, que son marcados por la autoridad. Donde no hay autoridad, todos quieren mandar, y se fomentan los grupos de presión y el antojo toma el carácter de norma.

Santo Tomás de Aquino relaciona la autoridad con la propiedad privada. «La autoridad es una consecuencia del pecado original» … «Es una especie de mal necesario» … «Es el mal menor o mal necesario».

Cuanto más se combata el pecado, menos se necesita la autoridad. A los tiempos de anarquismo les suceden grandes dictaduras. Igualmente, la propiedad privada es un mal menor dada la situación de pecado del hombre. La propiedad privada no es el derecho al uso y al abuso, tiene que estar limitada por la autoridad. Y desaparece cuando desaparece el pecado.

La autoridad, más que gobernar, se debe dedicar a proteger, orientar y defender a los hombres. Es propio de la autoridad mandar, y mandar significa cargar en las manos, ponerle a uno algo en las manos. El mando es darle a todo el mundo un quehacer, meter a la gente en su quicio y frenar sus extravagancias. Extravagancias como la vagancia, la vida vacía, la desolación y la revolución.

…las juventudes mejores del mundo. De puro sentirse libres, exentas de trabas, se sienten vacías. Una vida en disponibilidad es mayor negación de sí misma que la muerte. Porque vivir es tener que hacer algo determinado —es cumplir un encargo—, y en la medida en que eludamos poner a algo nuestra existencia, evacuamos nuestra vida. Dentro de poco se oirá un grito formidable en todo el planeta, que subirá, como el aullido de canes innumerables, hasta las estrellas, pidiendo alguien y algo que mande, que imponga un quehacer u obligación. (Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, p 195)

La comunidad debe ser una comunión libre de amores legítimos, personales, libres, pero supuesta la situación de pecado. Es inevitable que se produzcan violencias entre nosotros. Vamos a constatar entre nosotros que somos hijos del pecado y es propio de la autoridad regular y encauzar voluntades legítimas y lícitas y también desenmascarar libertades ilícitas, gravosas al bien común de la fraternidad.

No es fácil ejercer la autoridad (por ejemplo, ser Obispo).

El Amor

La Palabra es Amor. Hay que salir al encuentro de la Palabra. El ser de Dios es un problema de amor. Al querer ser hombres de oración nos sentimos como embajadores en un infierno, y solo el amor es fuerza y más fuerte que la muerte. Solo el amor nos librará del pecado.

Por eso estamos encuadrados en una comunidad, que a pesar de sus defectos busca pulirlos y avanzar todos juntos al encuentro del Amor.

«Basta un poco de dinero para comprar un perro, pero se necesita paciencia y mucho cariño para hacerle mover el rabo».

El problema esencial y abismal del niño es el amor. Si no se le da amo y sobrevive, será un loco o un gánster. Ser amado, encontrar amor, poder volcar el amor en un continente amoroso, esta es la cuestión. En el orden moral, la mayor parte de nuestros pecados están promovidos hasta cierto grado por una falta de amor, de felicidad, porque no nos sentimos amados. Luego, a lo largo de nuestra vida, ¡cuántos tormentos psíquicos! Muchas de nuestras tristezas son debidas a una frustración secreta de amor. Hoy el mundo no ama, ni es amado: es el amor ahogado, el amor frustrado, el amor no conseguido.

Decía Sartre: «Los otros: ¡he ahí el infierno!». Esto ocurre cuando no hay amor.

«No siento el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa», decía François Mauriac. «No puedo vivir contigo, ni sin ti» (Ovidio). Vivimos más de amor de laboratorio que de amor del espíritu. La prueba es la facilidad con que este amor se precipita en la probeta de la circunstancia adversa.

En el fondo de nuestra sinceridad, nos encontramos solos, todos nos encontramos solos. Cuanto más cualificado está un hombre, cuanta más naturaleza de amor hay (más artista, más romántico, más delicado), más fácilmente percibirá la soledad. Sólo el santo no se siente solo.

En el mundo, se identifica libertad con autosuficiencia, con posesión de sí mismo.

La verdadera personalidad está en la capacidad que un hombre tiene de acogida del amor del otro.

El amor es una creación, no una producción, una técnica psicológica.

El dolor le hace un gran favor al amor. El amor necesita el dolor para identificar más ese amor y para purificarlo; necesita tiempo y dolor para purificarse. Hay que saber aprovechar los contratiempos del matrimonio con paciencia.

Amar no es un hacer bueno o útil, es el don de sí, la comunicación del ser.

Amar es exclusivamente una acción divina que realiza el hombre. Por eso me da miedo nuestra amistad: es sutil y débil, cualquier cosilla puede descomponerla.

Nuestro amor lleva en sí siempre el germen de la traición.

Especificaciones.

Hay un solo amor, al prójimo y a Dios.

Cuando uno se ha limitado a lo sensible, se cierra al verdadero amor, todo se va al traste con la primera borrasca. Por ejemplo, amar a los hermanos por su cara, simpatía o por el interés.

El amor debe estar por encima de la certidumbre o incertidumbre del amor del otro. Dios nos ama cuando estamos en pecado. El único amor insustituible es el amor de Dios. Hablar del segundo mandamiento sin hablar del primero es

Seamos santos para poder ser amigos.

El riesgo

El amante al elegir la persona amada, para siempre, arriesga su destino (en el matrimonio). El amar impone arriesgarse, impone aceptar todas las consecuencias del riesgo. Santa Teresa dice: «El que no sabe de dolores, no entiende de amores». El amor no es un quita y pon. Decidirte a amar a alguien es decidirte a llevar su cruz.

Sin defensa

El amor no se defiende (Jesús guardaba silencio), si acaso se explica, pero no adopta posiciones de defensa violenta. Dios es el único que no se defiende, ahora. No se defiende en Barcelona. Los hombres febrilmente, continuamente. El hombre siempre toma sus precauciones y se defiende. Dios deja hacer. Dios es señor. El hombre no. Aunque algunos se dejan contagiar de Dios.

El enemigo público número 1 del amor es el egotismo, repliegue en espiral del auto–culto: el yo, mí, me, conmigo.

Quiero renegar de todo mi pasado utilitario. Todos los hombres buscan una recompensa, un pago por todo lo que hacen. Hasta las acciones que parecen más espirituales, —actos de creación, actos de fe, actos de amor— esperan su valorización, exigen antes o después el ser saldadas. (G. Papini, Un hombre acabado.)

Siempre que hacemos algo esperamos paga. El agradecimiento es necesario que lo hagamos, pero yo no debo buscar que me agradezcan lo que hago.

Verdadero y falso amor.

La característica de lo malo y de lo falso es la monotonía. El amor auténtico siempre es nuevo. El amor es una creación. Los amores de Don Juan siempre son lo mismo, pero no hay dos besos de amor iguales.

El matrimonio peligra cuando se realiza y manifiesta con monotonía. En la comunidad pasa igual. La monotonía y la rutina es nuestro estilo espontáneo. No hay más que ver la cantidad de chistes que hay sobre el matrimonio.

Manifestaciones del verdadero amor.

La caridad fraterna es un amor que respeta; exige una delicadeza, educación. Para que pueda existir respeto mutuo debe haber delicadeza, urbanidad.

La caridad fraterna es un amor que estima, aprecia. Aprecio sencillo, sin interés, recibe al hermano, elige al hermano tal cual es, reconoce los talentos, sus cualidades si los hay y los admira, si no los hay, lo presupone, no lo exige, le ayuda para que existan. La caridad fraterna intenta siempre hacer el bien y nunca el mal. La caridad fraterna no se cansa de las flaquezas ajenas, se predispone a soportarlas. La caridad fraterna sabe conservar la amistad a pesar de todo. La caridad fraterna fomenta la alegría, dialoga, se sacrifica y sabe dar antes que recibir.

El amor no necesita el cálculo, no necesita razones, ni porqués porque no tiene intereses, es un don generoso y gratuito de sí mismo, es comunicación del propio ser.

El no tener amor es inexcusable. Cuando uno constata que su vida no hay amor, ha de poner en práctica lo de san Juan de la Cruz: «Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor».

Si te cruzas de brazos o huyes, desapareces, es la mejor forma de autodestruirse. Toda convivencia sin amor es un infierno.

Pensamientos sobre la fraternidad.

La comunidad debiera ser un lugar donde todos se sienten cómodos. Si no nos sentimos cómodos en RG y en Ultreya, «malament rai». Donde te quitas el abrigo, la chaqueta y la corbata y te pones la bata. En comunidad se encuentra uno restituido a su naturalidad, uno se encuentra con lo mejor de sí mismo. Normalmente es en casa donde te quieren y te reconocen.

Pero vivir en equipo es la persecución organizada, por el pecado que llevamos encima. No hemos de escandalizarnos, no estamos confirmados en gracia. La verdadera comunidad no atomiza, ni confunde, ni nos hace gregarios. Tiene en cuenta el «cada uno», promociona las singularidades.

Todo amor verdadero crea una fidelidad, una institución, pero no toda institución crea un amor.

La comunidad no añade nada al amor, expresa el que hay.

Breve códice del amor.

Según la Biblia, Dios quiere adoradores en espíritu y en verdad.

Sólo cuando el amor está en todas partes es cuando amamos de verdad y la verdad

Jesucristo no quiere una religión de especialistas ni de gente de sacristía, beatones, ni dialogantes, encapuchados, «grupistas», «ultreyistas», sino una religión de amor.

Seamos escrupulosos en no faltar al amor.

Después de la Pasión de Cristo, después de la traición de los apóstoles, las primeras palabras de Jesús serán: «La paz sea con vosotros». El que ama de verdad dará el primer paso.

El amor es el fin de una carrera de obstáculos. Lo que queda después de saltar muchos obstáculos y de haber vivido muchos sacrificios. A Cristo los de Emaús no le reconocieron hasta el momento de partir el pan, que es la acción del amor.

Solo las acciones de amor nos hacen aceptables unos a otros: habrá que multiplicarlas, porque la calidad es poca.

Viviendo en comunidad nos hemos de servir unos a otros, pero en este servicio procurar no agitar a los hermanos.

El amor y el desamor son visibles a simple vista. «Mirad cómo se aman». Salta a la vista.

La comunidad cristiana es Cristo y un grupo de personas que aman y se aman. Lo demás son falsificaciones. «Venid y ved» y «fueron, vieron y se quedaron». ¿Qué vieron? El amor.

Hay que distinguir entre el amor verdadero y sus imitaciones. La etiqueta que garantiza el verdadero amor dice: SACRIFICIO. ¿Estamos nosotros llagados como Cristo?

Verdadero amor y falso amor. Tendemos al mimetismo, al camuflaje, a dar un amor que no es amor. incluso inconscientemente. Vivir el no-amor como si fuera amor. Hemos reflexionado poco sobre nuestro amor. Por eso conviene examinar cómo hemos hecho el bien en el examen de conciencia.

Amar es llegar a ser uno mismo gracias al otro. Pero ha de ser con la colaboración de la verdad, porque «no hay sabiduría sin una gran colaboración de la Verdad».

Cuando uno ama, le da al otro la opción a perfeccionarse. El amor crea, inventa y resucita.

Amar es también referirlo todo a un «nosotros». Darle una nueva existencia al «yo».

No es el tiempo el que juzga al amor. Hay amores-miseria que duran siglos. Se puede estar en la comunidad por amor, por interés, por inercia, para fastidiar, para criticar, por odio, por amor propio, por aburrimiento. Es el amor el que juzga al amor.

El amor no es ciego. Es sufrido, todo lo sufre; es comprensivo, maternalmente comprensivo; paciente, «san Aguantino»; creyente y esperanzado. Lo ve todo, por eso lo sufre todo.

El futuro del amor no es ni el bienestar, ni la felicidad, ni el éxito. El futuro del amor es el amor.

El amor es inquieto, no estático, activo, porque es transformador, creciente, creador. Por eso no puede darse el aburrimiento ni la rutina en el amor. El amor tiene una exigencia constitutiva: hay que crearlo en cada instante. El de ayer no sirve paro hoy. Todo acto de amor es una creación nueva.

Al amor lo hieren o lo matan las facilidades más que las dificultades. Las facilidades engendran el «sueño» en el amor y entra la rutina.

Otro enemigo del amor es la falta de disciplina y mortificación, y la erotización del amor. La «carnalización» general: vivir según lo que se ve. Puestos a vivir en el amor es necesario ser disciplinado y mortificado.

Al amor lo ronda permanentemente el egoísmo, que se expresa en «Quiero ser amado, te necesito, …”». No siempre es fácil reconocer el egoísmo en el amor humano. Al amor le estorba el placer cuando éste pierde la cabeza. Puede ser una ayuda, pero si se agiganta, se come al amor.

El mejor ensayo de la muerte es el desamor.

La fórmula jamás debe ser: «Que cambie y lo amaré», sino: «Lo amaré para que cambie», o «Lo amaré, aunque no cambie». Dios no nos ama por lo amables que somos («Cuando éramos objeto de odio, él nos amó»). El amor es una rendición incondicional, sobrepasa la barrera de lo razonable. No se ama porque el otro lo merece, sino porque el que ama vive, el que vive de verdad siente la necesidad de amar.  se ama porque se vive de verdad.

Un hombre muy feliz suele resultar bueno, simpático, agradable, educado. Y es que sólo el amor hace feliz, porque sólo el amor nos hace buenos. Pasa también cuando un joven se enamora de verdad, cambia, se hace bueno.

El amor es como una especie de sorpresa gozosa que fluye suave y lentamente, fruto de grandes intentos, esperanzas, sacrificios, esfuerzos, renuncias.

El amor es muy delicado. Para lograr el amor hay que jugar con muchos elementos. El amor no es un fenómeno natural, sino sobrenatural, es un misterio y un milagro. Cuando un hombre ama, lo hace Dios en él.

Es largo el camino que conduce al amor. Es estrecho y empinado el camino que conduce al amor.

Cuando una persona ama de verdad a otra persona, ama en ella a toda la creación.

Igual que el amor crea, el desamor destruye. El desamor es un auténtico cáncer en vidas y comunidades. Al desamor sólo le puede vencer el amor.

El amor es creador, nos hace nacer y renacer, nos da vida, nos purifica. Nos da vida, nos hace cantar a la vida y rezar.

Amar a un ser es dirigirle la llamada más fuerte que puede hacer, que puede recibir en esta vida; es una llamada imperiosa que resucita, despierta en la persona amada su ser oculto y mudo ante tanta tierra que se le caído encima. Es aquel niño pequeño sin uso de razón, pero con instinto de felicidad y de amor.

Amarse es renacer el uno para el otro y el uno en el otro. Dios Nuestro Señor no nos creó primero para su gloria, nos ha creado para el amor. La gloria d Dios es amarnos y amarle.

El verbo amar tiene un contenido concreto. Amar a alguien es

·        esperar en él para siempre: Dios siempre espera. Esperar todo para poder decirle siempre la verdad, para poder recibir siempre la verdad, para el diálogo de pura verdad.

·        darle el derecho de que nos contemple abiertamente y viceversa: claridad, sinceridad, verdad.

·        darle el derecho a hablar sin miedo, estar dispuesto a oír cualquier cosa. Amar es crucificarse.

Señor, ¿por qué me has dicho que amase a todos mis hermanos, los hombres? Acabo de intentarlo y heme aquí que vuelvo a Ti aterrorizado. (Oraciones para rezar por la calle, Michel Quoist)

En cuanto nos creemos dispensados de prestar atención a una persona o ya no esperamos nada de esa persona es que ya no la amamos. El hombre está abandonado y atenazado por el «en sí» que nos acecha sin tregua. Es dificilísimo desprenderse del «en sí».

Lo que nos asusta en un hermano es que continúe el camino comunitario con una lucidez fría, glacial, y una indiferencia polar.

Hay indiferencias del corazón y de la mente. Todos los hombres mueren del corazón, pro no todos mueren de amor.

Cuando puedas repetir con san Pablo «¿Quién podrá separarme del amor de Cristo?», habrás acabado tu doctorado en teología.

Notas



[1] Hoy en día todavía se hace.

[2] http://www.catolico.org/diccionario/exopere_operato.htm

[3] Hace unas pocas semanas tuvo la Comisaria General de la Música el singular acierto de traer al teatro Real, de Madrid, a un grupo de monjes del monasterio de Silos a que cantasen «en concierto» esa maravilla de música que es el canto gregoriano. Ofertorios, maitines, secuencias gregorianas del más alto y puro valor musical sonaron para un público que abarrotaba el teatro Real; público, conviene destacarlo, que en su gran mayoría estaba compuesto por gente joven, enormemente entusiasta y que escuchó estos cánticos con el más profundo respeto y con una enorme emoción. El éxito fue tan grande como la calidad de la música y la de sus intérpretes merecían.

De este hecho, aparentemente sin importancia de no haber estado unido a una experiencia de tipo personal, quisiera extraer algunas consecuencias para llamar la atención sobre la situación de lo que se canta en la liturgia actual. El hecho de que en nuestros templos sea imposible oír una música que esté a la misma altura de la belleza de la palabra que allí vamos a escuchar, o a la altura de la nobleza de los gestos y formas que rodean nuestra liturgia, al mismo tiempo que el gregoriano —expresión de la más bella unión de espiritualidad: palabra y música— se ofrezca en «concierto», significa que esa evolución de los últimos años a esta parte, tendente a vulgarizar las formas artísticas que rodean la liturgia, nos ha llevado a convertir el gregoriano en un objeto de museo. Dicho de otro modo: el gregoriano ha dejado de ser algo vivo para la Iglesia para convertirse, en un lugar extraño a él, en una expresión del pasado. Y esto me parece que es lo suficientemente grave para que llamemos la atención sobre ello, teniendo en cuenta la enorme responsabilidad que hemos contraído no sólo ante las formas de la liturgia, sino también ante la historia. Ahora bien, lo más grave es que hemos dejado el gregoriano para la sala de conciertos, con toda la carga de siglos de belleza y espiritualidad que esta expresión contiene en sí misma, para sustituirlo en nuestros templos por unas cancioncitas estúpidas hechas según el patrón rítmico-melódico-armónico de las canciones de las películas del Oeste en boga en los años cuarenta. Estoy completamente de acuerdo en que para todo es necesario una evolución, y creo que esta forma de pensar está bien patente en mi producción de compositor. Por tanto, también creo que la música en la iglesia debe de adaptarse a las formas artísticas nacidas de las exigencias de nuestro tiempo. En lo que no estoy de acuerdo es en que esa adaptación se base en las músicas de las salas de fiesta, discotecas, «boites», «westerns»..., etc., pues esto es tanto como creer que la única expresión musical de nuestro momento se encuentra ahí, lo que es un terrible pecado de ignorancia cometido por los responsables de lo que hoy se canta en nuestras misas. Si el canto gregoriano puede o no cumplir una función en nuestra liturgia actual es cosa discutible y en la que cabe oír muchas opiniones. Lo que creo no ofrece duda alguna es que las cancioncitas del Oeste que pululan hoy en nuestras misas no cumplen esa función de ninguna forma.

Creo que la Iglesia tiene una misión de magisterio de primer orden, misión que no sólo se ejerce teniendo más o menos colegios donde se impartan enseñanzas de bachilleratos. Creo que el templo es también un lugar donde debe reinar unas formas de producirse que estén impregnadas de belleza. Así, el idioma ha de ser correcto, lingüísticamente hablando; el templo, creado con las debidas proporciones y adornado sin lujos pero con un alto concepto estético; el celebrante, vestido con dignidad y haciendo gala de unos gestos y unas formas que respondan a la belleza y la espiritual función que ejerce en aquel momento. Lo mismo debemos exigir a la música, que en muchos momentos llega a convertirse en protagonista, y esto es lo que desde hace unos años está entrando en una terrible decadencia.

Hace unos días en un pueblo de Castilla, que tiene una bellísima iglesia románica, oí cantar durante la misa las más increíbles sandeces a un buen sacerdote agarrado a un micrófono con el que aturdía a unas pobres gentes que, por el hecho de ser humildes, no carecían de sensibilidad. Con su silencio y con la seriedad que caracteriza los rostros profundamente castellanos de los que allí se encontraban, estaban dando la prueba más válida de que ni el lugar —una iglesia de un románico purísimo— ni la circunstancia —una misa oída por gentes de Castilla— eran aptos para tanta tontería cantada con aires de «fox-trot».

Ese silencio de las gentes que llenaban la iglesia castellana como respuesta a unas músicas estúpidas que ni gustan ni van con ellas, y ese clamor del público que abarrotaba el teatro Real para escuchar el canto gregoriano «en concierto» me han hecho meditar y son la causa de estas líneas. Si, por las razones que fueran, el gregoriano no puede seguir imperando en nuestra liturgia actual, creo que debemos de buscar otros caminos y otras formas de expresión, pero siempre que éstas estén dentro de un mínimo de belleza, de dignidad, de nobleza de procedimientos, para ser consecuentes con la función que la música ha de ejercer. Si todavía no los hemos encontrado, no vendría mal llenar nuestras iglesias de un poco de silencio, tan necesario en nuestro tiempo, en vez de tanta música auténticamente inútil, mal escrita, mal cantada y mal tocada, que sólo consigue rebajar más aún el grado de sensibilidad de nuestra sociedad materialista precisamente en lugares donde cabría esperar que esa sensibilidad se intentase depurar.

Cristóbal Halffter: «Gregoriano en concierto y desconcierto en el templo», Sevilla, Diario ABC (17-12-1972)

[4] Escena de la catequesis:

—¿Tienes ganas de recibir al Niño Jesús? ¿Te parece largo el tiempo que falta?

Me respondió que no.

—¿Por qué?

—Ya llegará el momento.

Sorprendido, pero no escandalizado, pues conocía la malicia de los niños, añadí:

—¿Comprendes todo lo que digo? Me ha parecido que sí porque escuchas con mucha atención.

Su minúsculo rostro adquirió una expresión seria y me respondió mirándome fijamente:

—Es porque tiene usted unos ojos muy bonitos.

Me callé y salimos juntos de la sacristía. Sus compañeras estaban murmurando entre sí y al vernos se callaron bruscamente, estallando después en risas. Evidentemente, se habían puesto de acuerdo entre ellas.

[6] Pablo VI denuncia una «traición del clero» en la Audiencia general del 28 de enero de 1976. Ver https://www.vatican.va/content/paul-vi/it/audiences/1976/documents/hf_p-vi_aud_19760128.html

[7] Aquí hay que tener en cuenta lo que dice el catecismo católico sobre el bautismo de deseo, etc., pero la frase tiene su vigencia y significado.

[8] Debiera usarse aquí la palabra «introversión». Introvertismo se entiende, pero no está en el DRAE.

[9] «—Yo soy, para decirlo en dos palabras, un poeta y un destructor, un fantástico y un escéptico, un lírico y un cínico. Cómo pueden estar juntas y encontrarse a gusto estas dos almas, sería largo de describir. Pero es este el verdadero fondo de mi alma». (Giovanni Papini, Un hombre acabado)