El maestro está aquí y te llama

Necesitamos constatar la presencia de Cristo entre nosotros. Sólo así será posible la alegría. El desarrollo y madurez de la vida interior depende de este descubrimiento.

Cardenal Newman:  "Durante cuarenta días que siguieron a la resurrección, mantuvo con su Iglesia las mismas relaciones que iba a mantener luego, en nuestro tiempo, y sin duda que lo que hizo, lo hizo para que luego pudiéra­mos entenderlo mejor."

Nos amenaza un peligro: la reducción antropomórfica de Dios, de su destino, de su mensaje. Corremos el peligro de querer entenderlo según los hombres. De tal forma, no llegaríamos a clarificar esa presen­cia. Necesitamos la óptica de Dios. Si analizáramos con la óptica de hombres, se produciría en nuestra vida una caída en vertical; se hundiría todo: la idea de Cristo, de la Redención, de la Ascensión, de la Iglesia.

Decepción de la Redención:

Nos hubiera gustado una Redención que nos librase del pecado, del dolor y de la muerte. Cristo no quiso que fuera así. Nos libra de la muerte eterna. Cristo puede llegar a decepcionarnos con la óptica humana.

En Jn 20,10:
"Los discípulos regresaron a casa..."

Volver a casa era volver a las barcas, a las redes. Regresaron frustrados, desencantados.

Decepción de la Resurrección:

Ha resucitado, pero se ha ido. Ya no podremos verlo, hablar con Él, tener trato humano y natural.

Decepción de sus apariciones:

Aparecía e inmediatamente desaparecía. La estancia de Cristo entre ellos era brevísima. Cuando desapa­recía, se densificaba su soledad.

Decepción de la ascensión:

Quizá creían que iba a restituir el Reino de Israel. Los deja allí clavados.

Decepción de la Iglesia: donde se reproduce la Pasión de Cristo.

A veces demasiado humana, a veces demasiado divinal. A veces la Iglesia crucificada, avasallada, de­sangrada. Una Iglesia misteriosa, fascinante a veces. Esto puede crear la decepción.

Por un lado de pecadores, de zancadillas, de injusticias y malas jugadas. Por otro de santos, mártires, penitentes. ¡Qué contrastes!

Repitamos una y otra vez: "Señor, no como yo quiero, sino como tú quieres."
"Me han quitado a mi Señor, y no sé dónde me lo han puesto." La Magdalena necesitaba ver a Jesús, poder constatar el perdón y la misericordia en los ojos de Cristo. Es como un náufrago que necesita co­gerse al madero. Pero Cristo le dice: "Mujer, ¿por qué lloras...?" Cristo no quiere darle la presencia que buscaba la Magdalena. Habrá que coger el camino de la renuncia: renunciar a ese conocimiento, a esa consolación.

La carne no sirve para nada. La visión según la carne no sirve para nada. El espíritu es el que penetra es­tas realidades espirituales.

Hay que abandonar el estadio de vida de los sentidos, pues nos condiciona y desfigura el conocimiento y nos retiene en un conocimiento material.

Hay que conocer a Cristo en su mundo, en su gloria, en su luz, en su vida, no en la nuestra.

"Ve y díselo a tus hermanos"; hay que aprenderlo todo, que hay que encontrar otra luz. Y a Cristo hay que saber detectarlo en todas las circunstancias y lugares. Hay que transcender a la vida de los sentidos, y entrar en el mundo de Dios.

En Mc 16,12:
Después de esto se apareció con otra apariencia a dos de ellos en el cami­no, cuando iban al campo.

Con otra apariencia, bajo otra forma.

Etapas de purificación a las que somete a apóstoles y discípulos.


Primera etapa: Desde las orillas del Jordán hasta la promesa de la Eucaristía.

Al principio hallaron a Jesús; aquél día fue inolvidable: fueron, vieron, y se quedaron. Desde aquel en­cuentro irán progresando a tientas hacia un conocimiento desconcertante del misterio del origen divino de Cristo. No fue fácil ir con Jesús, recoger sus palabras, entenderlas y aceptarlas. Fue un camino de de­cepciones. Decepciones venidas de Jesús, del pueblo, de los significados entre el pueblo.

Un camino de oscuridades: muchas veces no le entienden.

Todo eso va a desembocar en el Viernes Santo. Los pequeños alientos fueron los milagros. Daban ánimo, y recomponían el espíritu.

Llegan a Cafarnaúm y tiene lugar el discurso del Pan de Vida. Es un discurso decepcionante: "¿Quién podrá resistir tales palabras?" Se escandalizan muchos discípulos también (Jn 6,67).

Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, hace un acto de fe: "¿A dónde iremos Señor, si sólo tú tienes pa­labras de vida eterna?".

Así salva al colegio apostólico y se introduce en un nuevo conocimiento: un conocimiento más según el espíritu.

Segunda etapa: Son los días de la Pasión y Muerte.

Que marcan para los apóstoles una crisis definitiva para el conocimiento de Cristo. Lo primero que vie­ron, fue el fracaso de la misión de Cristo. Así, los discípulos de Emaús decían:

Lc 24,21
21Nosotros esperábamos que sería El quien libertara a Israel, pero a todo esto ya es el tercer día desde que acaecieron estas cosas.


Es la ruina de las ideas y proyectos de los apóstoles. Además se ha producido el hundimiento total de la idea del reino. La Pasión de Cristo vendrá a dar un soberano plumazo a toda esa concepción del Salva­dor según los apóstoles. En Mc 14,27:

Todos tendréis en mí ocasión de caída, porque está escrito: 'Heriré al pas­tor, y las ovejas se dispersarán.'


En nuestra vida interior, estamos más materializados de lo que creemos. Tenemos concepciones antro­pomórficas que deben purificarse. Hay que decantar todo el lastre de materialismo y de concepción car­nal de Dios, de la Redención, del Cielo.

En resumen:

    Los apóstoles están en el plano sobrenatural al precio de un desprendimiento dolorosísimo.

    Los designios de Dios desconciertan y deslumbran.

    Los apóstoles no comprenden nada, y están en la noche. Se trata de dejar algo más que las barcas y las redes: criterios, proyectos de vida, personalismos. La exigencia se va intensificando.

Tercera etapa: Cristo resucitado.

Empieza una nueva intimidad entre los apóstoles y Jesús. En Jn 4,24

24Dios es espíritu, y sus adoradores han de adorarlo en espíritu y en verdad


Todas las apariciones de Cristo después de resucitar, tienen algo de misterioso. Cristo aparece pero no es reconocido en seguida. Se esconde: En Emaús, en el lago. Los ojos de la carne no bastan para recono­cerlo. Cristo está forzando un conocimiento nuevo. Le quita importancia al conocimiento según los sen­tidos. Hay que ir espiritualizando el trato con Dios. Hay que ver a Dios como Él se ve.

'¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?'


Ha muerto la presencia del Cristo sensible. "Mujer, ¿a quién buscas?" Buscaba al Jesús según sus senti­dos. Le dice Jesús: ¡María! y ella le reconoce. Hay un nuevo conocimiento del Señor. Pues físicamente sequía apareciendo igual; pero en el momento en que Cristo le dice ¡María!, ella le reconoce, que en realidad es conocerlo de otra forma, menos como antes, más espiritual, más como es Cristo.

Lo que fue oscuridad se convierte ahora en luminosidad. La crucifixión se ve como algo necesario y po­sitivo. Se ha entrado en un mundo nuevo, en la Resurrección. Es necesario superar esa presencia sensi­ble de Cristo. Es necesario creer en el Cristo que no alcanzan los ojos, porque Cristo está dentro de noso­tros.

    La vía purgativa equivale a la fe sensitiva, conocimiento sensible de Dios.

    La vía iluminativa a la fe intelectual, con profundidad teológica.

    La vía unitiva a la fe intuitiva, conocimiento intuitivo, en el que Dios da el conocimiento al alma.

Presencia en espíritu.


Cristo quiere obligarnos a interiorizarnos: de ahí las apariciones furtivas y transitorias.

Aparece para crear necesidad de estar con El, anhelo de El. Desaparece para que le busquemos, para ir introduciéndonos en la vida de la fe.

En II Cor 5,16
16Así que en adelante a nadie conoceremos a lo humano; y si un tiempo co­nocimos a Cristo al modo humano, ahora ya no lo conocemos así.

Cristo vivo en su Iglesia.

Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos.

 

Presencia real y activa. Presencia misteriosa, viva y vivificante. De la que han dado sobrado testimonio los mártires y los santos. No es posible conocer a Cristo sin entrar en su misterio, por eso hay que volver a nacer. Volver a nacer en la manera de pensar, volver a nacer en nuestros criterios (Nicodemus). La crisis de Pascua, fue para los apóstoles el derrumbamiento del mundo judío. Muere el judaísmo, nace la Iglesia.

Cuando San Pablo habla de morir por Cristo, no se trata solamente de algunas pequeñas mortificaciones, morir por Cristo quiere decir dejar afectiva y efectivamente este mundo, antes de morir. Hay que desprenderse antes de morir lo que nos lleva a la muerte mística.

Hay que estar muertos a los ojos del mundo. No deben importarnos las caras que nos ponen los demás por vernos muertos. No nos extrañemos de que en el ambiente en que trabajamos nos ridiculicen, nos arrinconen, nos desprecien. Ni exhibicionismos, ni esconderse. No hay que tener miedo. No seamos como los mundanos: muy apañadicos. Debemos morir a nuestros planes de ambiciones terrenales, de progresos y de satisfacción carnal. Debemos procurar un progreso que no ate, sin ambiciones terrenales vinculantes.

El Cristo Eucarístico.


Pregunta María Magdalena al personaje que ha encontrado: ¿Dónde lo habéis puesto?

Está en la Eucaristía, que es la manifestación de Cristo resucitado en su Iglesia. Es la presencia de Cristo llenando la Tierra. La Tierra es como un sagrario flotante en el Universo. Sin fe, esa presencia es irreco­nocible. Por tanto, la fe es una fuente de sabiduría misteriosa.

La pedagogía del Sacramento de la Eucaristía nos llama a volver nuestros ojos hacia nuestro interior. Cristo habita por la fe en nuestros corazones. Cristo está en su Iglesia haciéndose Eucaristía.

6A medianoche se oyó un grito: 'Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro'. Mt 25,6


Vayamos al sagrario. La medianoche es la noche que estamos viviendo ahora, y el Señor quiere esa pre­sencia (la Eucaristía) para esta noche que vivimos.

El Maestro está aquí y te llama.

Está en el sagrario, en la Iglesia, en tu corazón.