La Iglesia, asamblea de los llamados.

Vivimos en un momento concreto y con unos problemas concretos en nuestra sociedad, en nuestra Iglesia, en nuestra familia y en nuestro trabajo. Y se nos pide cambiar.

Los cambios que Dios nos pide no son cambios estructurales o políticos o aparentes, sino cambios fruto del amor. Del deseo de ser fieles y de perseverar. Que no es dejar pasar el tiempo. Sino renovar en el tiempo la decisión que tomé. Y vivir de ella. Vivir de aquella fidelidad constantemente renovada.

El inicio de la justificación (de toda obra buena en nosotros) proviene de Dios. Eso no excluye nuestra colaboración o nuestro esfuerzo en ver si podemos hacer más u otras cosas distintas. En lo que se traduce es en que no nos vamos a santificar haciendo una cosa distinta a la que Dios quiere. Ni más, ni menos, ni otra cosa. ¿Es mejor rezar tres rosarios que uno? Pues no. Si Dios no lo quiere, no. Hay cosas que constan de la voluntad de Dios sobre nosotros, pero hay muchas otras cosas que no constan. Que si he de ir o no a misa cada día. Pues depende. No es voluntad explícita para todos nosotros. Ese tema deberá discernirlo cada uno.

Evangelio de la vocación Cristiana:

35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos.36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». 37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. 38 Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí -que quiere decir `Maestro'- ¿dónde vives?» 39 Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.

Jesús se hace el encontradizo. Hace ver que no sabe. Pregunta: ¿qué buscáis?. El lo sabe, pero quiere que nos demos cuenta. Este esquema se repite en la llamada a todos los discípulos.

40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. 41 Éste encuentra primeramente a su propio hermano, Simón, y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» - que quiere decir, Cristo. 42 Y le llevó a Jesús. Fijando Jesús su mirada en él, le dijo:«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir, `Piedra'».43 Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea y encuentra a Felipe. Y Jesús le dice: «Sígueme.» (Jn 1. 40-43)

Y se perpetúa hasta ahora. El ‘ven y sígueme’ es lo esencial de nuestro bautismo. Seguro que con muchas mediaciones. Pero quien llama siempre es Jesús. Eso es tan importante que el Papa llama a la Iglesia: Misterio de vocación, Misterio de los llamados. Asamblea de los vocacionados. No es una fábrica, una asamblea, una agencia de servicios, una empresa de marketing, de venta de un buen producto. Es la asamblea de los llamados. Aquellos en los que fija la mirada, y por su nombre les dice: “¿qué quieres?”

Tan es así que san Pablo lo resume de este modo:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; (Ef 1, 3-)

Con el paso del tiempo lo podemos dar por sabido. O por seguro. Hay que renovarlo.

Fue una elección pensada. Nos llamó para ser santos. Y si acierto en eso, acierto en todo. Y si en eso fracaso, fracaso en todo. Esa mirada sencilla a lo más esencial, hoy nos conviene. Porque se ha llenado nuestra vida de muchas otras cosas. Que seguro que serán muy importantes y muy urgentes, pero no son la esencial. Y también en la Iglesia, Pero lo esencial es que Dios me llamó antes de la creación del mundo, por mi nombre, con amor de elección para que fuera santo. Y eso sí que no va a cambiar, y ahí sí que me juego el sentido de mi vida. La de aquí y la de allá.

eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, 10 para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por cabeza,

San Pablo resume el sentido de la vocación cristiana y su permanencia a través de los siglos. Y a través de los distintos estados que ocupa nuestra vida.

La llamada al matrimonio por ejemplo es signo de otra llamada más profunda y universal, que es misterium vocationis y toma raíz en la llamada gratuita y precedente de parte del Padre. Que antes de cualquier mérito nuestro, Dios nos había llamado.

¿Por qué dudamos a veces de la llamada de Dios por nuestra respuesta?

¿Por qué medimos la llamada de Dios por nuestra respuesta?

Y si tú no permaneces fiel, Dios permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

El argumento de la fidelidad de Dios, no es nuestra respuesta. Es precedente a nuestra respuesta. No hace Dios como nosotros. Por eso la Iglesia piensa que la vocación es algo permanente, y no nos sentimos llamados sólo al matrimonio, sino en el matrimonio, no solamente al bautismo, sino en el bautismo. Y eso a través de toda nuestra vida.

Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús, 10 y que se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio 11 para cuyo servicio he sido yo constituido heraldo, apóstol y maestro. (2 Tim 1)

Vamos a no esconder en nuestra oración esos miedos que tenemos.

Toda obra de santificación en nuestro interior es sugerido por iniciativa precedente y gratuita de Dios. Es el motor permanente de nuestro reciclaje. El motor seguro de nuestra vitalidad espiritual. No es una técnica, no es una terapia. Sino que reavivamos en nosotros un don de Dios que es permanente. Siempre vivo y actual. La Iglesia es educadora de vocaciones cristianas. La historia de nuestra vocación es la historia de un diálogo inefable entre un Dios vivo y nosotros. En todas las vicisitudes de nuestra vida, en nuestra decisión de matrimonio, en nuestra renovación, en los momentos dulces. A mí no me prepararon en el seminario para tener que hablar a homosexuales sobre si se pueden casar o no, ni atender confirmaciones de gente que se tenía que ir a casar con 25 años, ni bautizar a hombres de 30, etc. Pero sí para atender a todas estas situaciones, la llamada de Jesús, fue, es y será. Él no se echa atrás. Y si yo no preví estas situaciones, Él sí. Cuantas veces decimos ‘si yo hubiera sabido…’ Dios sí lo sabía. Es en Él que tenemos nuestra seguridad, no en nosotros. En la fuente del amor que significa esa llamada del Padre desde toda la eternidad a ser santo. Y así podemos ir añadiendo condicionantes personales, obras en las que colaboro, o providenciales.

En Mc 3,13

13 Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron junto a él. 14 Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar

Para estar con él

Jesús en la pasión les dice a los once:

14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. 15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.

No nos llama a hacer más cosas. Uno no es más llamado porque en su apostolado tenga más fruto. El éxito está en amar. Es el Señor el que nos ha elegido. El que ha elegido a mi esposa, a mi marido. Dios me llama a través del matrimonio a encontrarle a Él. Y así con tantas otras cosas aunque no sean sacramentales. Sentado en la mesa con Judas no se puede explayar. Cuando marcha Judas es eso lo primero que dice.

La llamada a la vida cristiana puede tener 3 fases:

          Cuando nos llama a seguirle y a permanecer en Él.

Hemos de ser fieles a la llamada.

Parece que necesitamos el éxito.

Cuando pasa por el tamiz, buscamos la fecundidad más que el éxito. Lo que persigue Jesús al final de sus discípulos es la fidelidad. Y lo que le pide al Padre es ser fiel a su voluntad.

En el Viernes Santo el fracaso de Jesús es estrepitoso. La Pascua es un regalo del Padre.

Es importante que en momentos de cambio sepamos a dónde hay que mirar y a quién hay que mirar. Que sepamos apoyarnos en la mirada de elección de Jesús. Que jamás me va a traicionar. Que podamos dar razón de nuestra esperanza. En el punto esencial: formo parte del conjunto de llamados por amor antes de que el mundo existiera. Y he sido destinado a ser santo. Y ahí me juego toda mi existencia. Y éste soy yo. Éste sigo siendo yo. Una mirada agradecida y gozosa de que eso sea así, porque es fruto de un amor muy grande por parte de Jesús.

Una de las virtudes que podríamos pedirle hoy al Señor, es la confianza.

San Pablo, que se decía así mismo que era un aborto, porque no había conocido a Jesús, le recomienda la confianza a Timoteo:

12 Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día.

13 Ten por norma las palabras sanas que oíste de mí en la fe y en la caridad de Cristo Jesús. 14 Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros. (2 Tm 1)

¿Cómo andamos de confianza en el Señor?

Cuando vemos las noticias en la TV de sacerdotes pederastas en América… No somos insensibles a esto. Poco o mucho, nuestra donación interior pasa por aquellos momentos de dureza, en que lo aguantamos a pulso. No lo confesamos. Deberíamos hacerlo, porque para eso somos hermanos, para ayudarnos en nuestras dificultades. Vamos callando, y ahí se queda escondidito ese ‘me gustaría que fuera de otro modo…’

La confianza en Jesús pasa por decirle lo que no nos gusta de nosotros de nuestra familia, de nuestra Iglesia, de nuestro mundo. Sin dudar ni un milímetro de su llamada de amor a ser santos, ni de su poder: sé de quién me he fiado.

También podemos preguntarnos cómo andamos de Misericordia. Nuestro mundo es cada vez menos compasivo porque se parece cada vez menos a la imagen de Dios Padre que es amor. Es más agresivo, más competitivo. Más de resultados. Y de resumir nuestra vida en éxito o fracaso, fecundidad o no.

«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra? Cuando la encuentra, se la pone muy contento sobre los hombros y, llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: `Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.' Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. (Lc 15)

Y es una trampa, porque como son 99 y 1, a todos se nos ocurre pensar que somos de las 99, y no. Todos somos la perdida. Tenemos que hacer el esfuerzo de saber que somos la perdida. Porque si somos de las 99, ya no hace falta que me convierta. Que vaya a buscar la perdida –pensamos–, que yo me alegraré mucho, y cuando vuelva, haremos fiesta. El Señor nos dice que todos somos esta oveja que ha marchado, y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros, y al llegar a casa se alegra con los amigos.

Ese es Jesús. ¿Cómo andamos de misericordia con los demás, de paciencia, de fortaleza? Con los defectos ajenos. ¿Cómo andamos de misericordia con nosotros mismos?, que nuestra conciencia no será el último tribunal. No es lo mismo dolernos de nuestros pecados, que extrañarnos de nuestros pecados. No es lo mismo. El dolor de los pecados es dolor de amor. No es dolor de amor propio herido, o dolor de sorpresa. ¿Cómo te has de sorprender de tu pecado?

La misericordia es un don y un compromiso nuestro.

Y la abnegación. Es la mortificación que no buscamos. La que la vida nos trae. San Pablo dice en 1 Co 4

¡Ya estáis hartos! ¡Ya sois ricos! ¡Os habéis hecho reyes sin nosotros! ¡Y ojalá reinaseis, para que también nosotros reináramos con vosotros! Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. 10 Nosotros, locos a causa de Cristo; vosotros, sabios en Cristo. Débiles nosotros; vosotros, fuertes. Vosotros, estimados; nosotros, despreciados. 11 Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados, y andamos errantes. 12 Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. 13 Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos. (1 Co)

Los cristianos somos espectáculo para el mundo. Entonces y hoy.

No vayamos a pensar que la persecución que podamos sufrir es un invento del siglo XXI. Es una constante de la vida cristiana. Va con el lote de la llamada. Recibiremos 100 por 1… con persecución. La situación en la que estamos de problemas no es ajena a esa mirada de Jesús. San Pablo nos recuerda que en ella nos encontramos también la fidelidad a Dios, a la voluntad de Dios. Ser fieles a Dios después de años de haber recibido la llamada, es un gozo. Es ese querer con determinada determinación la voluntad de Dios. Qué alegría que nuestra alma esté gozosa, oxigenada, capaz de generosidad, dispuesta al sacrificio. A renovarnos constantemente en el espíritu de esa llamada. Hay una especie de arteriosclerosis espiritual, por los filtros que vamos produciendo, nuestro corazoncito se va quedando pequeñito, o en un lugar determinado de nuestra vida, o demasiado defendido, porque cualquiera lo puede atacar, o demasiado desconocido porque igual me dice cosas que no quiero oír, y eso produce inmovilidad. Las cosas pequeñas que antes no valoraba, ¡qué grandes son! ¡qué difíciles se me hacen! En cambio cuando hay amor, las dificultades se relativizan. El motor del mensaje de Jesús es el amor. Lo dijo por activa y por pasiva. ‘Nadie tiene amor más grande que el que da la vida…’, ‘os doy un mandato muevo…’ No es poesía. Es que la fuerza más capaz de cambiar nuestro interior es el amor. Y sólo por amor se cambian cosas. Pues qué bonito volver a actualizar la llamada de Jesús en nuestro interior. Y vivir y permanecer en esa llamada. Revisando aquellas actitudes que más nos acercan a la fidelidad, como son la confianza en el poder de Dios, la misericordia hacia los demás, y la abnegación en su seguimiento. El laico vive la vocación cristiana con una índole peculiar. No es el sitio en el que vivo la llamada, sino el estilo en que vivo la llamada. La índole secular, en la familia, en el trabajo, en la política. Nos hace más sensibles a la actitud testimonial.

19 Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. 20 Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley -aun sin estarlo- para ganar a los que están bajo ella. 21 Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. 22 Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. 23 Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo. 24 ¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! 25 Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. 26 Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, 27 sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado. (1 Co)

Esa actitud implica que de esa llamada que de Jesús recibo, sale la alegría el gozo del espíritu, la serenidad ante los problemas, la capacidad de conversión de mis pecados. La confianza de la misericordia de Dios ante ellos. La seguridad de que eso va a ser permanente en mi vida.

Dejemos que sea Dios que nos hable en nuestro corazón.