5ª Med. La resurrección. Cristo, fundamento y garante. Realidad futura.

Leemos en el cap. 15 de la primera a los Corintios:

Os hago saber, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano!

Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto.

11 Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. (1Co 15)

Fijémonos que San Pablo le quiere dar importancia a este hecho de la Resurrección, incluso desde el punto de vista literario, o gramatical, porque es un inicio el de este capítulo 15 especialmente solemne.

Porque San Pablo les está comunicando, por un lado, algo que no es de su propia cosecha, y, por otro, algo que es un hecho central de la fe.

Él lo ha recibido; él transmite lo que recibe. Es, por tanto, una transmisión fiel. Es el Evangelio, es la Buena Nueva. Es un hecho central de la fe, que hay que retener si queremos obtener la salvación. Forma parte de la salvación. Por este Evangelio, por esta Buena Nueva de la que ahora les habla, que es la Resurrección, seréis también salvos si lo guardáis, tal como yo os lo prediqué.

Por tanto, es un anuncio que viene de la Tradición. Tradicional, común a todos. Vinculante y válido universalmente.

‘Tanto ellos como yo…’ Todos: los anteriores a mí, y yo mismo, de los que lo he recibido. Por tanto, no es un hecho sin importancia. Es un hecho central. Y San Pablo emplea una fórmula catequética antiquísima, en estos versículos del 3 al 5.

Lo que transmite que había recibido es que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Que fue sepultado. Y fue resucitado al tercer día, según las Escrituras. Y que se apareció a los apóstoles.

Por tanto, aquí tenemos como cuatro afirmaciones de fe. Aunque fundamentales hay dos: murió y fue resucitado.

Y para confirmar que murió, dice que fue sepultado, y que todo fue en cumplimiento de las Escrituras. Y para afirmar que resucitó realmente, al tercer día, lo confirma con que se apareció: a Pedro, a los doce, a quinientos, a Santiago, a los apóstoles (un grupo más amplio). Confirma la muerte con la sepultura, y confirma la Resurrección real por la aparición posterior. Y cuando dice: ‘murió según las Escrituras y fue resucitado según las Escrituras’, nos está diciendo que esto forma parte del designio salvífico de Dios.

Que todo está dentro del Plan de Dios. Es conforme al designio divino. Porque las Escrituras son la manifestación del querer y del obrar de Dios.

Pero es que, además, tal como pone las cosas aquí (sin entrar en más disquisiciones en la exégesis de las palabras que utiliza), cuando habla de que Cristo murió, fue sepultado y se apareció, está hablando de hechos que ya han sucedido en el pasado, y que ya han concluido. Murió y murió, se sepultó y se sepultó, y se apareció y se acabó. Son hechos del pasado concluidos. Pero cuando habla de fue resucitado, por un lado está hablando de que Jesús no ha resucitado por sí, sino por el poder del Padre, y por otro lado, se utiliza una expresión que no nos habla de un hecho que pasó y ya ha concluido; que sucedió en la historia y que ha concluido. No. Es una acción, la de resucitado, que continúa. Tuvo lugar en el pasado, pero continúa su acción abierta. Y sus efectos son permanentes en el presente. Es decir, que Jesús fue resucitado pero sigue existiendo en una condición que es la de resucitado. No es una vuelta a la vida de antes. Y cuando insiste en las apariciones, en tantas, es para hacerles ver a los Corintios que este ha sido un hecho que ha tenido lugar, que ha sido comprobado, que ha sido atestiguado. Incluso él mismo ha sido testigo del encuentro con el Señor resucitado (recordamos la escena de la conversión y vocación).

Que Cristo murió, no es Evangelio todavía. Que Cristo murió, es constatar el final de su vida terrena. Pero este murió se convierte en Buena Noticia porque murió por nuestros pecados —según las Escrituras—. Y aquí está el significado salvífico. Aquí está un plan que se encuentra en la lógica de Dios. El que Jesús sufra pasión y muerte, no es un suceso inútil, no es una desgracia. ¡Pues mira!, ¡vaya desgracia! Pero que afortunadamente ya fue superada con la Resurrección. Sucedió algo que no se ha querido pero que ya se ha acabado la muerte. Y ¡venga! ¡ya está la Resurrección!, ya se ha acabado esto. ¡Qué mal trago!

¡No! La Pasión y muerte de Cristo, forma parte del plan redentor de Dios. A favor nuestro, a causa de nuestros pecados y a favor nuestro. Por nosotros y por nuestra salvación. Por tanto, la Pasión y la muerte, no es una desgracia que fue superada con la Resurrección. Sino que es un hecho querido. Que forma parte de la lógica de Dios, del razonamiento de Dios. Es una manifestación de Dios. Una teofanía de Dios. Y a partir de aquí, tenemos que reflexionar sobre nuestros padecimientos. Sobre nuestras pasiones. Sobre nuestra muerte. O la de los otros, los seres queridos. La tenemos que ver como una participación de esta misma realidad de Cristo.

Y aquí le estamos dando la vuelta a lo mundano, porque la lógica y el razonamiento de Dios, que tiene que ser el nuestro, no es el mismo que el del mundo. Por tanto, la pasión, los sufrimientos, los padecimientos, la muerte, no es algo inútil, no son sucesos inútiles o desgraciados. Si los introducimos en esta dinámica de la lógica y del razonamiento de Dios, como participando de la misma realidad que vivió y que sigue viviendo Cristo. Porque Jesús resucitado, y resucitado porque ha muerto, sigue existiendo en su nueva condición de resucitado.

La Pasión no es una desgracia, un infortunio que por fortuna luego se superó con la Resurrección y así todo acaba bien. No es eso.

El Señor Resucitado, es el mismo que murió. No se puede separar Muerte y Resurrección en el ser y en la vida de Cristo. Y esto nos puede dar luz sobre los padecimientos del mundo y los padecimientos personales y los familiares. Y el último padecimiento en este mundo que es la muerte.

Y prosigue:

12 Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos? 13 Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. 14 Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. 15 Y quedamos como testigos falsos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. 16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. 17 Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. 18 Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. 19 Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los hombres más dignos de compasión! (1Co 15)

Es reiterativo, porque repite casi al pie de la letra por dos veces lo mismo. En pocos versículos.

¿Cuál era el problema y el interrogante en el que se encontraba Pablo con aquella comunidad de los Corintios?

Pues que había una mentalidad que no habían erradicado a pesar de haberse convertido al cristianismo, la mentalidad griega, la mentalidad helenística de entonces, que, por un lado reducía la resurrección a la inmortalidad del alma. Porque la concepción griega, como también entre nosotros hoy, es dual. Ellos entendían la salvación en términos de la liberación de la materia. La salvación se alcanza liberando el espíritu de la cárcel del cuerpo. Esta era la primera tesis de los Corintios. Entonces si me hablas de la resurrección de los muertos, para este viaje no hacen falta tales alforjas, porque si lo que deseamos es liberarnos de la materia, y el cuerpo es materia, tú me hablas de hablas de la resurrección y me ¡estás endosando y endilgando otra vez el cuerpo encima!

La segunda tesis, porque fundaban la inmortalidad del espíritu por la propia composición del ser humano. La parte más auténtica del hombre es el espíritu, y el espíritu, por su propia naturaleza es inmortal. Y aquí se quedaban. Fundamentaban la inmortalidad en el mismo ser del ser humano. Y no en la promesa de Dios que se nos revela en la Escritura. Prescinden de los planes salvíficos de Dios, del designio de Dios. Dicen que es el espíritu del hombre el que tiene la potencialidad y la virtualidad de ser inmortal.

Y entonces Pablo ante estos Corintios creyentes, que parten de su propia cultura, de su propia filosofía, de su propia manera de pensar, en su cultura y filosofía griega, usa otro método. Que es el método cristiano. Él no razona a partir de la propia cultura y de la propia filosofía, Pablo razona a partir del acontecimiento Pascual de Cristo. Del acontecimiento histórico de Jesús muerto y resucitado. Él parte de aquí. Y nosotros en nuestro apostolado, tenemos que partir de aquí. Si luego nos pasa como a él, en el Areópago de Atenas, que todo el mundo se echó a reír de él, y fracasó del todo, pues es igual. Ya en otros lugares germinaría esta buena nueva. Pero no podemos rebajar. No podemos partir de razonamientos humanos, culturales, de nuestra filosofía. Tenemos que partir de la fe. Y la fe es el acontecimiento Pascual: Cristo muerto y resucitado. Esta es la fe que nos salva. Y a partir del Acontecimiento de Jesús —Acontecimiento histórico: no es un mito—, parte el razonamiento de Pablo. A partir de aquí: este es su método. Y este es el principio metodológico que nosotros tenemos que usar también. Aunque se nos echen a reír.

* Un segundo paso que da Pablo: nosotros somos solidarios con Cristo. Desde este acontecimiento de Jesús, de su historia, que es la Pascua, el paso de la muerte a la vida, Cristo es el fundamento y es el garante de nuestra propia resurrección. Y aquí utiliza una cosa muy bonita, que los que conocen un poco el campo, lo entenderán en seguida. Dice:

20 ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron. (1Co 15)

Las primicias son la primera parte de las cosechas, forma parte de la cosecha misma. Y que la primicia de la cosecha está anunciando la cosecha general de todo lo que viene después. La primicia está anunciando que la maduración del resto de la cosecha está ya próxima. Pues bien, la Resurrección de Jesús, primicia de entre los que duermen, viene a señalar que el proceso de resurrección de los hombres ya está inaugurado. Que Él es el principio vital de este proceso de resurrección, es el principio vital, y lo inaugura. Y por tanto, así como la primicia que es Él, ha resucitado, el resto de la cosecha, que es de la misma especie que la primicia, nos está indicando que la Resurrección de Cristo es modelo de la nuestra, es anuncio de la nuestra y es principio vital de la nuestra. Y esto, por nuestra solidaridad con Cristo.

21 Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. 22 Pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo.(1Co 15)

Esta es la solidaridad. Somos solidarios con Adán en el pecado, pero también somos solidarios con Cristo en la resurrección. La solidaridad del hombre con Adán, que es terrestre, que es carnal, y que encontramos en nuestra vida, en la historia del pecado, de la mentira, de la negación, de la esclavitud, de la muerte. Pero la solidaridad con el segundo, que no es terrestre, sino celeste, que es espíritu vivificante, encontramos la liberación. La victoria. La victoria sobre la muerte, y antes sobre el pecado. Por tanto, solidarios con Cristo, se nos arranca de la historia de Adán, y se nos permite con Cristo alzarnos a la victoria sobre todas estas ambigüedades y males del mundo, por la Resurrección. Por tanto, en los planes de Dios, no hay ningún dualismo. Es toda la realidad humana, espíritu y materia, incluso la historia que está caminando hacia Dios, porque ha sido creada para la vida. Por tanto, nosotros no huimos de la historia ni del mundo, en nombre del espíritu. Sino que la resurrección se encuentra en el corazón mismo de la historia de la persona. Y de la historia de la humanidad. Esta es la concepción cristiana. Y por tanto, desde esta realidad, se puede construir una espiritualidad del cuerpo. De la sexualidad, del trabajo, del ocio. De todo. Del progreso, del compromiso histórico. Porque la Resurrección manifiesta el designio divino de no fracturar nada. De la misma manera que hay un gran gesto de Dios, que es la Creación y la Encarnación. También la Resurrección pone de manifiesto esta gran obra de Dios, este designio de Dios de que todo el hombre, como Cristo, está llamado a resucitar: espíritu y materia, e incluso la historia. Porque cuando venga al final de los tiempos, a juzgar a vivos y muertos, es que la última palabra la tiene que tener Dios, cuando venga a poner las cosas en su lugar. Al final de los tiempos. Porque, ¿cómo podría ser posible que la última palabra fuera del hombre? Cuando la última palabra del hombre, siempre es la injusticia. ¿Cómo puede ser que la última palabra sea una palabra humana injusta?

La injusticia, que es intolerable. Uno tolera el hambre, tolera la sed, tolera el sueño, tolera muchas cosas, pero la injusticia, es intolerable. Pero nadie puede tolerar la injusticia. Ni la personal, ni la comunitaria. Sobre esto nos rebelamos. Y si no nos rebelamos, es que ya somos ovejas. Somos manada.

No. La última palabra la tiene Dios. La tendrá Dios. Como dice aquel pensador francés, que al final de los tiempos ya no será tan solo Dios que bajará en gloria a juzgar a vivos y muertos, sino será la humanidad, que con los brazos extendidos se lanzará hacia Dios, y dirá: ‘¡Justicia!’.

Es así. En el designio de Dios, con la Resurrección de Cristo, vemos que en sus planes, y en su lógica, y en su razonamiento, está también la resurrección del hombre entero y de su historia. Y desde ahí, nosotros tenemos que impulsar, cuando estamos en el mundo histórico del tiempo y del espacio, tenemos que impulsar todo progreso y todo compromiso. A la espera de la resurrección gloriosa.

Evidentemente que la resurrección es una realidad futura, aquí, también pasa otra cosa, que son los espiritualistas, de ayer y de hoy. Y ahí también fallaban los corintios, como falla un sector de nuestra gente cristiana que se apaga la tensión entre el pero el todavía no. Claro que sí, que Cristo está presente. Con la fuerza del Espíritu Santo. Claro que sí, que el cristiano es una creatura nueva. Y por eso se ha instaurado una justicia del todo nueva. Pero esto no justifica que se relaje la tensión hacia lo definitivo.

Esto no justifica que huyamos del sufrimiento del mundo. Esto no significa que no tengamos que ser corredentores y expiadores.

Una cosa es la Resurrección de Jesús, y otra es la nuestra. Claro que la primicia ha resucitado. Para nosotros es una prenda de una realidad futura, es una garantía. Pero de una realidad futura. El cumplimiento de los planes divinos no se ha realizado en su totalidad. Por eso San Pablo aquí habla que cada uno resucitará por su turno.

Porque el cristiano es ya un hombre nuevo, el poder del Señor resucitado actúa en la historia a través del Espíritu Santo. Por el poder del cual fue resucitado de entre los muertos. Claro que sí. Pero este entusiasmo no nos tiene que llevar a cerrar los ojos, a los múltiples sufrimientos que sigue habiendo en el mundo.

Y como siempre nos puede pasar como en el siete y medio, o pasarnos, o quedarnos cortos. Que es, por un lado este espiritualismo de ¡Aleluya, Aleluya! y cada cual con la suya… ¡Ya estamos salvados! Un espiritualismo desencarnado que no mira los sufrimientos humanos. Pero tampoco nos tenemos que quedar tan abocados a los sufrimientos humanos que nos olvidemos de la realidad futura, que ya está en dinamismo, que ya está en marcha. Porque Cristo ha abierto este dinamismo. Es el principio vital y motor de este dinamismo. Es el sí pero todavía no. Es esta tensión escatológica hacia lo definitivo, que no se ha alcanzado, pero que ya se ha iniciado eficazmente con Cristo. La resurrección es una realidad futura, pero que ya se da por Cristo en el presente, porque Él sigue viviendo resucitado. No es un hecho del pasado que ha concluido. Es un hecho que permanece existente en el presente.

Por tanto, en cuanto al contenido de la Resurrección, San Pablo lo que quiere decir es: primero es todo el hombre el que está destinado a resucitar. La unidad del ser humano: no es solo la inmortalidad el alma. Es la resurrección del hombre, todo él. Esta resurrección es una transformación; no es una prolongación de la existencia presente. Es otro estado distinto. Es nuestro propio cuerpo glorificado. Sabemos el qué pero no sabemos el cómo, porque es un misterio de fe. Pero es la unidad del ser humano que resucita transformado Ni es una prolongación de la existencia presente. Porque, ¡vaya!, si me tengo que ir con los achaques que tengo, maldita la gracia… Pero, en segundo lugar, tampoco es una reencarnación, ni tampoco es pudrirse.

En tercer lugar, el futuro. Es una realidad futura, pero ya está anticipada a la vida nueva por Cristo. Ya está anticipada. Y la intervención de Dios: la Resurrección viene del poder de Dios. Viene de un designio salvador de Dios. Por tanto, el espíritu se salva, pero el cuerpo no queda abandonado a un destino de muerte, sino que también resucita transformado por intervención de Dios. Y el hecho histórico de la Resurrección de Cristo, que se apareció a toda esta gente y también a Pablo, es la acreditación, la garantía, la comprobación, de que este hecho ha sucedido y por tanto nosotros, solidarios con Cristo, estamos uncidos en este dinamismo.

Y quisiera insistir en el método que utiliza San Pablo, y que es el que tenemos que utilizar nosotros ante la sociedad pagana, una sociedad apóstata. Pablo nunca se enfrenta con sus interlocutores, o con sus enemigos incluso, con sus propias convicciones, no argumenta desde sus propios razonamientos. Sino que argumenta a partir del Evangelio: para él, el único y definitivo criterio de juicio, y por tanto para el cristiano, es el acontecimiento histórico de Jesús, y Jesús muerto y resucitado. Es el acontecimiento Pascual el criterio de juicio, el método de su argumentación y de su razonamiento. A partir del “Evangelio de la gracia” que tiene como fundamento esta fe, que hemos recibido por gracia: la Resurrección de Cristo.