6ª Med. “Para ser libres nos liberó Cristo”.

He querido hablar en esta última plática sobre la libertad, y he puesto como punto de referencia esta exhortación, yo diría que casi imperativo, de San Pablo al comienzo del capítulo 5, en su carta a los cristianos de Galacia.

Para ser libres nos ha liberado Cristo. (Ga 5)

Luego también en el versículo 13 dice:

13 Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad (Ga 5)

Son dos expresiones de San Pablo muy imperativas. Y en este punto, la centralidad está en el Crucificado-Resucitado. Todo lo que Pablo dice, vive, enseña y predica, converge en ese punto central: Cristo crucificado y resucitado. Lo hemos visto hablando de todos los temas, y también en este.

Porque acabaremos considerando desde Pablo cómo la cruz es el paradigma de la libertad. A eso tenemos que llegar.

Un primer punto sería que para San Pablo, la nueva condición del cristiano es la libertad. Para la libertad nos ha liberado Cristo. Hemos sido llamados a la libertad. Es como una vocación. Hemos sido vocacionados a la libertad. Es mi vocación, mi nueva condición de cristiano.

Incluso San Pablo lo quiere dejar tan claro que hace como un juego de palabras, como que reduplica la palabra libertad: ‘para ser libres nos libertó’.

Para la libertad nos ha liberado Cristo. Quiere hacernos ver que la libertad no es un medio, ni es un estilo, que acompaña la vida. Como nos acompañan en los platos la ensalda o las patatas… Sino que es un fin. Y además habla de la libertad sin determinaciones ulteriores. La libertad como tal es el fin. Tiene categoría de fin. Es la nueva condición del cristiano. Es nuestra llamada. Nuestra vocación. Y es un don de Cristo: quien nos libertó es Cristo. Hemos sido llamados a la libertad por Cristo. Es Él el que nos ha liberado. Es un don de Cristo. Pero no debe ser un don fácil de vivir, porque cuando luego dice:

Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. (Ga 5)

está significando que quizá los gálatas ya recordaban la enseñanza de San Pablo, pero se habían olvidado de las consecuencias de esta enseñanza de San Pablo sobre la libertad. Y habían recaído otra vez en la esclavitud. Por eso dice: ‘manteneos firmes’.

* ¿Cuáles serían las opresiones, las inercias y las esclavitudes que nos podrían hacer perder nuestra condición de hombres libres por ser cristianos? Pues la raíz en San Pablo de todas estas esclavitudes que nos podrían oprimir de nuevo, es el yo y las obras: partir de mí mismo y de mis obras. Partir del cumplimiento de la Ley. No soy yo ni mis obras lo que me hacen libre, lo que me salva. Estamos en lo de siempre: es el don de la fe recibido por Cristo. La fe que nos salva. Creer que estoy justificado por las obras.

 

Dice:

Habéis roto con Cristo todos cuantos buscáis la justicia en la ley. Habéis caído en desgracia. (Ga 5)

Porque es la gracia, don de Dios en Cristo, la que nos salva, la que nos libera; no son nuestras obras. Es el planteamiento ascendente o descendente. Mirar nuestra vida de relación con Cristo, o nuestra vida de relación con el Padre, o bien desde abajo, como algo que yo conquisto; o desde arriba, como algo que yo recibo. Parece que es lo mismo. Pero la óptica es tan distinta que en un caso llegamos, y en el otro rompemos con Cristo, y nos ponemos nosotros por delante.

* Otro peligro engañoso, que puede traicionar esta verdad, después de esta dicha de las obras y de mí mismo, es lo que señala en el 13:

pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos unos a otros por amor. (Ga 5, 13)

Esta es la segunda tentación que puede oprimirnos de nuevo y perder así nuestra condición de libres, conseguida por Cristo. Es la segunda forma de esclavitud. El “pretexto” significa la excusa, la tentación, la incitación al egoísmo: a que yo me erija como medida de mi libertad. Como raíz de mi libertad. Y esto puede conducir a dos caminos: al camino de lo que me apetece, lo que me gusta; o la otra, que es que yo busco mi autocontrol, yo busco mi autodominio, yo busco mi plena posesión de mí mismo, que sería la postura un poco estoica, autocontrol, autodominio, posesión de sí. Pero en definitiva, con estos planteamientos uno se está poniendo a sí mismo como medida.

Y no es así. La libertad es comunicativa. La libertad es expansiva. La medida de la libertad no está en mí mismo, ni en el control que yo ponga o no ponga en mi vida, sino que está en relación con.   La libertad se realiza en y con el don de sí mismo. Por eso dice: ‘no toméis de esa libertad pretexto para la carne’. Y añade ‘antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros’.

Ya vemos que la libertad se realiza en el don de sí. No es dominio de sí. No es posesión de sí. Por estoica y equilibrada que parezca. (Aunque no es este el tema en nuestro mundo de hoy, sino más bien el otro, el del descontrol y la “disbauxa”). Pero tanto en un caso como en el otro, tanto en el que “se auto-controla” como el que “se di-vierte” y desparrama, siempre se parte de uno mismo, de sí mismo, y va hacia sí mismo. Mientras que la libertad es una apertura, es una expansión, es una comunicación del don de sí. Este don que me ha alcanzado Cristo. No lo poseo, no lo domino para mí mismo sino que me doy: es el don de sí. Es una libertad al revés. Es la libertad del revés. El don de sí. Y ¿dónde está la raíz, el modelo de esta libertad al revés? En Jesús. En el Acontecimiento Pascual. Su don: Cristo crucificado y resucitado. Por eso en el pensamiento de San Pablo la libertad es servicio.

Y si la libertad es la condición del cristiano, Pablo da otro paso y nos dice: la libertad es servicio. Es este amor de unos a otros. Aquí hay una oposición tremenda: ¿cómo puede compaginarse libertad y servicio? Parecen dos fuerzas contrarias que se anulan. El servicio doméstico, la dependienta… Porque parece que el servicio es dependencia. ¿Cómo se compagina con la libertad? Aquí está lo novedoso del cristianismo. La paradoja. Lo que es absurdo para unos, y es escándalo para otros.

El ámbito de la libertad, es el servicio. Y el servicio se produce mediante el amor: ‘Amaos los unos a los otros’. Por tanto, San Pablo está excluyendo toda intencionalidad utilitarista de la libertad. O egoísta. O de búsqueda de prestigio, o de ostentación. No. La libertad auténtica se encuentra por completo en el recinto del amor. Es más: el amor es libertad y la libertad es amor. Sin libertad no hay amor, y sin amor no hay libertad. Mutuamente se sirven. Y por tanto el servicio, no tan solo no limita la libertad sino que la despliega y la realiza en plenitud. Así se entiende, y sólo así se comprende, a San Agustín que dice: ‘ama y haz lo que quieras’.

Y eso no se entiende por ahí.

Por tanto, el recinto, el ámbito de la libertad, y el ser mismo de la libertad, para San Pablo es servicio.

pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos unos a otros por amor. (Ga 5, 13)

Que la libertad no sea la excusa tentadora, la ocasión atrayente y propicia, atractiva, de referirla y de medirla a mí mismo para hacer y deshacer o para dominar y controlar, desde mí mismo, en beneficio de mí mismo. La razón, la medida de la libertad está en el servicio, en la entrega, en el don de sí.

Por eso la raíz y el modelo de esta libertad, es Cristo, que hace este don de sí mismo en la Cruz y en la Resurrección.

Por tanto, no hay oposición entre libertad y servicio, al contrario: sin libertad no hay servicio, y sin servicio no hay libertad.

Y luego Pablo habla de otra oposición, que es la contraposición carne y espíritu.

La carne es buscar la gloria de uno mismo. La gloria vacía. El espíritu es el amarse unos a otros. El hombre carnal es el que se busca a sí. El hombre espiritual es el que se entrega al otro. Y fijémonos que esto “del uno al otro”, aparece mucho en este capítulo quinto de la carta a los gálatas:

servíos unos a otros por amor. 14 Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Ga 5, 13)

Aquí en clave positiva.

Y en el versículo 15:

 15 Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, ¡mirad no vayáis a destruiros mutuamente!

Y en el versículo 26 también:

26 No seamos vanidosos provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente.

Esta insistencia del “mutuamente”, del “los unos a los otros”.

Pues bien, precisamente en este amor y servicio de los unos a los otros es donde se manifiesta la libertad, y por contrario, en las tendencias, en las rivalidades, en las enemistades, ahí está la ausencia de libertad. Cuando en nuestras relaciones mutuas impera el amor y el servicio, hay verdadera libertad. Cuando impera el devorarse, el morderse, el provocarse, este querer estar por encima, querer ostentar, ser más, enemistarse, todo esto, es falta de libertad.

Y por eso San Pablo enumera las obras de la carne, y las obras del espíritu. Es llamativo, porque de las obras de la carne, enumera quince; del espíritu ocho.

En los versículos 19 a 21, indica la raíz oculta de la falta de libertad (y está hablando a la comunidad de los creyentes). Que es cuando no hay servicio, sino que es cuando hay hostilidad, emulación, provocación: lo que desune. Y dice quince.

19 Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, 20 idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, ambición, divisiones, disensiones, 21 rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.(Ga 5)

Ahora decidme si estamos en una sociedad libre. ¡Y nosotros vivimos en esta sociedad! ¡Ojo! Que no nos dejemos encadenar también por todo esto. Obras de la carne que cuando se contraponen al servicio y al amor, están anulando o neutralizando la libertad. Por tanto, la amenaza a la verdadera libertad consiste en esta búsqueda de la gloria vana, de la gloria vacía. Este orgullo que se apoya en nada, en la agresividad, en la envidia. En definitiva, el buscarse a uno mismo.

Pero ¡atención! porque ocurre también en las cosas religiosas, y en los espíritus religiosos que pueden buscar erróneamente la gloria de Dios, una gloria de Dios vacía, porque en realidad se buscan a sí mismos. Y esto aún es más complicado que cuando se trata de los mundanos o de los no creyentes. Por eso el punto crucial, la prueba del nueve es el servicio. El don de sí. Esta es la libertad. Este es el hombre espiritual. El servicio, el amor de unos a otros: el don de sí mismo. Poner como medida de mi libertad a quien es raíz, modelo y medida de esta libertad, que es Cristo. El Cristo Pascual, muerto y resucitado.

Y muchas veces, detrás de una gloria de Dios que es vana, engañosa, puede haber la vaciedad del que busca su propia gloria. Y esto pasa. Pero tiene más peligro que les pase a los que poco o mucho tenemos alguna autoridad en la Iglesia. Y si tenemos más, más peligro.

Y las obras del Espíritu, que es la ley de Cristo.

22 En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, 23 modestia, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley.(Ga 5)

“No hay ley” porque esto es el don, el fruto del Espíritu Santo. Frutos del Espíritu Santo en nosotros. Y el Espíritu Santo es el Don Pascual de Cristo Resucitado. Y si es resucitado es porque antes (en un sentido histórico) ha sido crucificado. Porque ahora el Señor es el Crucificado-Resucitado.

¿Cómo se resuelve este tema de las obras de la carne y las obras del espíritu?

Se resuelve liberándose de sí mismo, de las obras de la carne. Haciendo el bien, dando amor, sirviendo. Por eso dice:

24 Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. (Ga 5)

Y precisamente en esta crucifixión, participación de la crucifixión de Cristo, es de donde brota la libertad.

Y finalmente, la Cruz que es el paradigma de la libertad.

En San Pablo, la Cruz es la revelación de la libertad. No nos ha traído sólo la libertad, sino que la Cruz nos revela lo que es la libertad. La concepción de San Pablo de la libertad, está en la Cruz, porque el ve un nexo entre libertad y amor, entre servicio y amor. Y es en la Cruz de Cristo donde Pablo ve con especial claridad este nexo de Libertad y Amor: se entrega a la muerte y muerte de cruz. Por amor. Y es el que da la vida por sus amigos, nadie me la quita sino que yo la doy (Jn. 10, 18).

Pablo lo ha descubierto de manera clara y paradigmática en la Cruz de Cristo.

La novedad de la concepción de San Pablo sobre la libertad es que para él la libertad es cristológica, no es sólo antropológica porque no emerge del hombre por sí mismo, porque el hombre como tal, por ser persona humana, sea libre. No. Para él la libertad arranca de Cristo que nos la da. Que nos hace libres.

Y tendremos que mirar a Él en su Cruz, para encontrar el modelo, la medida y la raíz de esta libertad. Él ve como en la Cruz se da la libertad de la Ley porque en la Cruz ve que el origen de nuestra salvación es Cristo. No nuestras obras. Para el la Cruz es la libertad de la Ley. Es la Cruz la que nos libera, no nuestras obras. La que nos salva. Y en clave positiva, sería: la libertad para confiar totalmente en el amor de Jesús. La libertad de sí mismo, para darse a los demás. Como Jesús que es raíz, modelo y medida de esta donación a los demás.

San Pablo dice: la libertad no la encuentro yo, ni la busco, en el cumplimiento de la Ley, en mis obras, en el autodominio de mí mismo, tampoco es libertad la falta de compromiso, o la huida del mundo. Porque es que Cristo no hizo esto. Mira si se comprometió que no tuvo en nada su condición divina y se hizo hombre tomando la condición de esclavo. Se “mojó” hasta “comerse el marrón” entero.

¿Qué hace? Dejar sus prerrogativas divinas, que luego retomará en la Resurrección de nuevo, y se compromete. Entra en el mundo. Es Dios que entra en la historia del mundo.

Entonces, nuestra libertad tiene que ir por ahí. ¿Cómo se realiza nuestra libertad? Como Cristo, en la solidaridad más radical, en sufrir, en el mundo. En no abandonarlo a su suerte, en enfangarse en las cosas de este mundo. En el compromiso.

Y todo esto San Pablo lo medita en la Cruz.

Lo que hace nuevas todas las cosas, lo que nos hace criaturas nuevas, lo que nos hace libres, tiene su origen en la Cruz.

Por tanto la libertad está por encima (y a mí me cuesta decirlo porque soy jurista) de la reciprocidad de derechos y deberes. La gratuidad rompe la reciprocidad de derechos y deberes, y va más allá. Es el don de sí. Los mártires no vivieron la reciprocidad de derechos y deberes, digo yo, la rompieron: hicieron el don de sí que es el don de su vida. Que la dan libremente como la da Cristo. Por eso hay que ir más allá de la justicia estricta.

 La libertad Dios la manifiesta en la Cruz. En su Hijo crucificado. Ahí manifiesta la libertad.

Por tanto, en nuestra vida ya no podemos vivir en un sano equilibrio de derechos y deberes. Sino que como Cristo tenemos que dar un paso más hacia la gratuidad. Hacia el don de sí, correspondido o no correspondido. El marido no tiene que ser fiel a su mujer porque su mujer es fiel, ni la mujer fiel a su marido porque su marido es fiel: la fidelidad está por encima de la justicia. Yo soy fiel porque me he comprometido a ser fiel. Como Dios. Dios es fiel porque es Fiel. No porque nosotros seamos fieles. ¡Apañados estaríamos!

La medida de la libertad es la libertad de Dios que se manifiesta en la Cruz, y esta es la libertad al revés. Y nuestra libertad está llamada a ser imagen y reflejo de la divina. Y esta es la gran novedad de la libertad  para los cristianos.

Evidentemente todo esto son razonamientos que nada tienen que ver con los del mundo ni con los de algunos cristianos, pero ahora lo veremos en la Misa, con este personaje tan simpático, que es Nicodemo: hay que romper todos los razonamientos, y entrar en la lógica y en los razonamientos de Dios. Y nosotros entrando en esta lógica y en este razonamiento es como tenemos que evangelizar, como hizo San Pablo. ¡Que recibió de pedradas y palos…! En una ocasión enumera las cosas por las que ha pasado:

¡Yo más que ellos! Más en trabajos; más en cárceles; muchísimo más en azotes; en peligros de muerte, muchas veces.24 Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta azotes menos uno. 25 Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. 26 Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; 27 trabajos y fatigas; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez.

Pero aquí estamos nosotros, y de alguna manera, estamos aquí por San Pablo.

Pues que el Señor nos convierta, en nuestros razonamientos, en nuestras lógicas, en nuestra mentalidad, en nuestros esquemas, en nuestros criterios, para que nuestra lógica, nuestros razonamientos, nuestros criterios, nuestros esquemas, sean los de Dios, manifestados en Cristo el Señor muerto y resucitado, y que San Pablo tan bien supo asumir en su vida, y tan bien supo enseñar. Con su propia vida primero, y también con su propia predicación, de la que tenemos estas grandes estrellas, estas grandes joyas que son sus cartas.

La Virgen María, fue muy libre. Fue la criatura más libre, no tanto ya porque estuviera sin pecado concebida, que también, como una prerrogativa que Dios le quiso dar en previsión de que tenía que ser madre de su Hijo, encarnado. La Virgen María, cuando dice sí, hágase en mí según tu palabra, es la esclava, la servidora del Señor, la esclava del Señor. Pero este servicio al que se ofrece con el libre es lo que realmente le da su grandeza. He aquí la esclava… ahí se ve este nexo, la conexión paulina de la libertad y el amor, de la libertad y del servicio.

El servicio y la libertad son la misma realidad, dicha con dos palabras distintas.