La conversión

Nos pueden acusar a veces de ser espiritualistas. Se dice que uno es espiritualista cuando está en las nubes y no toca de pies a tierra. Pero se confunden los términos cuando se opone el ser espiritual al ser realista. Ser realista no quiere decir ser poco espiritual. Tan reales son las cosas espirituales como las materiales, tan real el amor como un objeto material. Y lo más real de todo es Dios, porque es Dios quien sustenta todo lo demás, la Realidad que sustenta todas las demás realidades.

No se debe confundir la espiritualidad con el hecho de adquirir una cierta pose mística. Tampoco se resume en coleccionar muchas prácticas de piedad, ni tan siquiera hacer largos ratos de oración. Por supuesto que son necesarias las prácticas de piedad, por supuesto que es imprescindible entrar en una oración profunda e intensa, per la clave está en la sintonía, en la docilidad al Espíritu Santo. Una persona es más espiritual cuanto más se deja mover por el Espíritu Santo. Y eso ya no es tan fácil de medir y comprobar como las posturas, o las crucecitas en los compromisos de piedad, que cumplo y me quedo tan tranquilo y satisfecho. Porque no te puedes instalar, no te puedes conformar, no puedes controlar ni medir. Significa desinstalarte, abandonarte en manos de Dios, desatar todas las ataduras de las seguridades personales. Para estar en sintonía con el Espíritu Santo y con el Padre y el Hijo, hará falta mucha oración, mucho descentrarse de sí para enraizarse en Dios, mucha escucha atenta de su Palabra.

El contacto con Dios no nos evade de la realidad. Es justamente al contrario. Por eso no hay que confundir instrucción con sabiduría. Hay gente poco instruida que sin embargo es muy sabia.

Convertirse es ser realista. Muy realista. Tan realista, que es poner nuestras raíces personales en Dios. Nos confrontamos con Él y nos dejamos iluminar por su Palabra. Para que ilumine nuestros puntos ciegos. Hemos de hacer nuestra revisión evitando el síndrome del justo. Los fariseos objetivamente hacían muchas cosas buenas. Eran hombres de bien que se aplicaban a la virtud. El problema es que "se lo creían". Creían que lo hacían por mérito propio.

9 A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo esta parábola: 10«Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. 11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: `¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. 12 Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias.' 13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: `¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!' 14 Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado.» (Lc 18, 9-14)

El problema no es que no hiciera cosas buenas el fariseo. El problema es que no era realista. No era lúcido. No se daba cuenta de la realidad de las cosas: lo que hacía de bueno era por gracia de Dios y no por mérito propio. Ayunar dos veces por semana, orar, dar el diezmo, no es moco de pavo. Pero es que parece su oración sea decirle al Señor: "ya puedes estar contento conmigo."

También es síndrome del justo la actitud del joven rico. Pide a Jesús que le diga qué ha de hacer para ganar la vida eterna, y cuando Jesús se lo dice, se marcha triste.

Y es síndrome del justo la actitud del hermano mayor del hijo pródigo.

25«Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; 26 y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27 Él le dijo: `Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.' 28 Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre y le rogaba. 29 Pero él replicó a su padre: `Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; 30 y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!' (Lc 15, 25-30)

El hijo mayor, tiene la "seguridad" de haber cumplido toda la vida. Pero ha funcionado con conciencia de funcionario, de empleado. No con conciencia de hijo. Él es el cumplidor de toda la vida. Es un maco.

Para superar estos síndromes, hay que confrontarse con Cristo, cara a cara.

Aceptación

Pidamos a Dios que nos ayude a aceptarnos. No es lo mismo aceptar que amar. Se puede querer sin aceptar. Si no acepto al otro, no le puedo ayudar a crecer. Si le pido que sea 10 y solo llega a 5, le puedo bloquear. Puedo conseguir que se supere a base de aceptar que es 5 y dejarle que respire, y vaya intentando subir.

En el plano de la llamada y la oferta de santidad que Dios nos hace (que es el plano realmente importante de la vida), es donde somos todos iguales.

Convertirse es ser realista. Es asumir la realidad desde la luz de Dios. Aceptar incondicionalmente a Dios en mi vida. No como Gedeón, (Jc 6) que no hace más que pedir pruebas a Dios para aceptar su misión. Sino como María, que en la anunciación (Lc 1,11) no le pide al ángel ni pruebas ni contratos.

¿Acepto el plan de Dios en mi vida?

¿Acepto el Dios lejano y silencioso de algunos momentos?

¿Acepto mi dependencia de Dios?

¿Acepto mi necesidad de Dios?

¿Acepto que estaré más realizado en la medida en que me centre más en Dios?

¿Acepto mi vida de creyente con todo lo que conlleva?

¿Me acepto a mí mismo? ¿O me gustaría ser como Paul Newman, o como Einstein o como Rivaldo?

¿Acepto mis fracasos, mis limitaciones, los rechazos ajenos?

¿Acepto a los demás? ¿A mi familia, a mis compañeros, a los vecinos, al mundo en general?

El no aceptar la realidad nos puede bloquear. Las dificultades que nos encontramos en el camino de la vida están para ser superadas, no para que nos detengan o nos bloqueen. En el camino de la vida nos solemos encontrar con flores y con fieras. Ni las flores nos deben embobar ni las fieras nos deben asustar. Nada debe detener o aminorar nuestro ritmo de peregrinos.

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

Hay que integrarlo todo. Pero no en falso, sino en verdad. Es fácil cerrar crisis o problemas en falso. Que luego se reabren con mayor fuerza.

Convertirse es aceptar la propia realidad. Y hemos de darnos cuenta de que nuestra realidad no es tan terrible. No estamos en Auschwitz ni en el Tercer Mundo.

Jesús camino del Calvario cayó tres veces, y las tres veces se levantó. Esa fidelidad y fortaleza del Maestro ha de animarnos a seguir adelante a pesar de las dificultades, a levantarnos y a seguir tras él.

Convertirse es dejarse cambiar el corazón

Leemos en el profeta Ezequiel:

24 Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo. 25 Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. 26 Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.27 Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas.28 Habitaréis la tierra que yo di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.

Dios toma la iniciativa. Se trata más de dejarse cambiar que de proponerse cambiar.

Por eso significa cambiar la ruta, la meta de nuestra vida. Para que el eje vertebrador sea Cristo: que sea el centro de la vida al que subordinamos todos los demás valores: la familia, el trabajo, las aficiones.

Este cambio de corazón, es el núcleo central de la predicación de Jesús. Empieza diciendo:

17 Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.» (Mt 4, 17)

Para llegar al Reino de los Cielos, ha de haber conversión primero. En el Nuevo Testamento es todo un programa:

En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios. (Jn 3, 3)

convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos (Mt)

y creed en la Buena Nueva (Mc)

Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; (Hch 2, 37)

y revestíos del Hombre Nuevo, (Ef 4, 24)

Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia (Col 3, 12)

No es una cuestión de fachada. Se trata de renovación interior. No de arreglar la envoltura.

Una vez iniciado el proceso de conversión, puede darse marcha atrás. Por eso la perseverancia es importante.

Miremos con gozo la historia de nuestra conversión. Aspirando a más. Las personas que dejan de ahondar en la conversión, es fácil vayan a parar a la mediocridad y a la tibieza.

62 Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» (Lc 9, 62)

El proceso de la conversión es un proceso lento. Requiere tiempo, constancia. San Pablo estuvo años y años preparándose antes de salir a predicar.

La conversión es un cambio radical de la persona. Por eso es cambio de mentalidad y de corazón.

Afecta a todo el ser y es algo dinámico. Podríamos tener la tentación de querer ver el fruto enseguida. Por no poder constatar los efectos inmediatos no podemos despreciar nuestro proceso de conversión. Hemos de tener paciencia con nosotros mismos.

Es un cambio del ser entero. Así que no se puede conseguir con las propias fuerzas. En este menester, una persona con mucha fuerza de voluntad acostumbrada a conseguir "todo lo que se propone" es fácil que fracase, porque si tiene un cierto éxito, es fácil que por su soberbia se desbarate luego todo. La conversión profunda, el proceso de santificación, no es una conquista, es un don. Un don que debemos pedir con fe y humildad.

Para dejarse cambiar el corazón es imprescindible sentirse fascinado por Jesucristo.

Convertirse es dejarse seducir

Para que llegue esa seducción, tiene que haber un encuentro personal profundo con Jesucristo. No es cuestión de esfuerzo, no es cuestión de codos. No es un tema voluntarista. Nosotros hemos de propiciar ese encuentro profundo con el Señor.

Recordemos algunos niveles de conversación de nuestra vida diaria:

  • Nivel del ascensor: ¡menudo tiempo, eh!
  • Nivel de los antiguos amigos o conocidos con los que te encuentras casualmente: Oye, nos hemos de ver, hemos de quedar. ¡Nos llamamos!
  • nivel del trato con los compañeros
  • nivel de amigos
  • nivel de amigos con profundidad, con intimidad.

Hemos de llegar a ese nivel de profundidad con Jesucristo, con el Espíritu Santo y con el Padre. Consciente de que Cristo a mí me entiende y se hace cargo de mi situación en cualquier circunstancia de la vida.

Hemos de tener esa relación personal profunda, relación intuitiva, de 'mirada'.

Y eso forzosamente produce un cambio.

1 Entró en Jericó y cruzaba la ciudad. 2 Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. 3 Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. 4 Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. 5 Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» 6 Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. 7 Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» 8 Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más.» 9 Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán, 10 pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 1-10)

Veamos el proceso de Zaqueo.

  • Zaqueo tiene el deseo de ver a Jesús. Vivía una suerte de marginación. Los publicanos eran ricos que vivían a costa de explotar a sus connacionales. Por tanto eran pecadores públicos. Ningún judío piadoso podía tratar con un publicano pues quedaba contaminado. Por tanto, es rico y a la vez marginado.
  • El deseo se concreta en una acción: se sube al árbol para poder ver a Jesús.
  • Se produce una sorpresa: Jesús se para y le dice que va a cenar a su casa. A ningún judío piadoso se le ocurriría ir a cenar a casa de un publicano, mucho menos a un maestro.
  • Zaqueo acoge a Jesús con alegría en su casa.
  • Resultado: Zaqueo tiene un encuentro con Cristo.
  • Consecuencia: Zaqueo capta su punto débil y sobre ese punto débil, se renueva y se convierte: Daré, Señor, la mitad de mis bienes...

Fue una gran conversión. Otros casos históricos de conversiones, la samaritana, que se convierte en apóstol de Jesús. Pedro después de las negaciones.

Dejarse seducir no es dar lugar a un cambio egocéntrico. No vale dolerse del pecado porque he fallado. No. La conversión no puede fundamentarse alrededor de uno mismo. Ha de ser conversión del corazón. No se trata de que voy a ser mejor, sino de que voy a dejarme convertir.

Hay que sentirse llamado, amado y enviado:

15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.

Convertirse es dejarse seducir por Jesucristo que nos llama a una relación personal profunda de amistad. Que es relación de igualdad: no os llamo siervos. Eso requiere mucho tiempo. Se dice de la relación entre personas que para llegar a la amistad hay que gastar "muchos sacos de sal". Si en cada comida se gasta un poco de sal, muchos sacos significa infinidad de comidas, lo cual significa infinidad de encuentros, de trato, de profundización, para poder llegar a la intimidad, a la amistad profunda. Muchos sacos de sal. Es decir, muchos sacos de oración personal. Muchos y largos ratos de oración. Y si somos amigos de Jesús, Él nos lo dará todo. Entonces no hemos de preocuparnos tanto por nuestro crecimiento o por el apostolado, no harán falta tantas comprobaciones:

¡El lo da a sus amigos mientras duermen! (Sal 127)

Dios nos concederá el crecimiento incluso en el sueño...

Convertirse es dejarse podar

La Cuaresma es tiempo de poda. De cortar las ramas muertas, enfermas y superfluas.

Se poda para que renazca la vida en el árbol, para que pueda dar un fruto más abundante. También para darle una forma más bella. En nuestra vida, miremos de ser árbol sensato que quiere crecer y ser más bello y dejémonos podar.

Primero, las ramas muertas, es decir todo lo pecaminoso en grado grave o esos puntos ciegos en nuestra vida. Esas cosas que inconscientemente eludimos enfrentarnos con ellas.

También las ramas enfermas son los pecados veniales y las imperfecciones. Tenemos el peligro de relajarnos y abandonar en la lucha contra las imperfecciones. Son también esas formas, de nuestro temperamento, que hemos de cambiar. Y aquí pasa como con las mortificaciones. Las no buscadas suelen ser las más difíciles de sobrellevar. No hemos de desanimarnos.

Por último, las ramas superfluas, que son aquellas cosas en nuestra vida que no sirven para nada. No se trata de algo malo en sí, sino más bien inútil, que no sirve para nada. Hay que revisar en qué se emplea el tiempo libre.

La poda tiene como finalidad que renazca la vida. Y la vida brotará por todas partes. A veces vemos los árboles podados en los que han dejado el tronco y poco más. Parece que de ahí ya no puede salir una gran copa. Y luego brota la vida con fuerza por todas partes. Renacerá la vida aunque nos parezca que nos hemos quedado 'pelaos'. Y tendremos una forma más bella también. La poda produce también formas más bellas.

Como en la vida, hay una poda lenta, la manual y otra más actual, rápida y eficiente, que se hace con máquinas neumáticas potentes. Así podemos comparar la poda que realizamos nosotros, lenta, como la manual, y la de Dios que sería como la mecánica.

Convertirse es morir para renacer

23 Jesús les respondió: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. 24 En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. (Jn 12, 23-24)

Como el grano de trigo, que si muere da fruto abundante, así ha de ocurrir en nuestra vida. Jesús explica esta analogía aplicándosela a sí mismo. Pero vale también para nosotros. El sentido de la existencia de un grano de trigo destinado a la siembra está en ser sembrado, morir en el surco y multiplicarse en una espiga repleta de nuevos granos. Si no es sembrado y en consecuencia no muere, se conserva, pero esa conservación no tendrá sentido ni dará fruto alguno. Asimismo nuestra vida tiene sentido desde la donación, desde la entrega, desde el gastarla y desgastarla hasta morir y dar un fruto abundante. No tiene sentido que intentemos reservarnos, cuidarnos…para poder así vivir muchos años. No se trata de añadir años a nuestra vida, sino vida a nuestros años. Vivir la vida intensamente, desde el amor, desde la entrega generosa, multiplicándola en fruto abundante, Y vivir los años que Dios quiera, sin intentar acortarlos ni alargarlos por nuestra parte.

Hemos de morir para resucitar, para renacer a una nueva vida abundantísima. Esta muerte no es instantánea. El grano muere poco a poco. La muerte a uno mismo ha de realizarse desde una asimilación personalizada y profunda de mi seguimiento de Cristo. De la nueva realidad descubierta. Es como un puzzle que se recompone. Aparecen piezas nuevas y piezas que sobran. Ha de significar la recomposición de nuestra escala de valores. Hay que ordenar la escala. Y aplicar a nuestra vida los criterios de la nueva ordenación. Y si ya está ordenada, poner la adecuada intensidad. No hay que hacer quizá grandes rompimientos. Sobre todo es un tema de trabajo interior de ir estructurando, ajustando y poniendo el énfasis en los aspectos más nucleares.

Se trata sobre todo de ir construyendo la casa de la vida sobre roca firme.

24«Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: 25 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. 26 Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: 27 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.» (Mt 7, 24-27)

Nuestro fundamento es Cristo, es el centro de nuestra vida.

33 Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. (Mt 6, 33)

Hemos de purificar la intención. Por ejemplo a la hora de dar testimonio. Podríamos caer en la tentación de hacer cosas heroicas para explicarlas después. La conversión supone purificar la intención continuamente. Renovarse interiormente incesantemente, es decir, sin cesar. Hay que arriesgar. Si se quiere el tesoro o la perla, hay que venderlo todo. Si se quiere el ciento, habrá al menos que dar el uno10.

Podemos ser muy macos con muchas seguridades humanas. Después de arriesgar, no tendremos tantas seguridades humanas, pero tendremos las seguridades divinas (ciento por uno).

El cómo, el cuándo, el dónde

Este proceso de conversión dura toda la vida. Es un proceso creciente que se alimenta de la integración desde la fe de todas las experiencias, de todo cuanto acontece a lo largo de la existencia. En el camino de la vida nos encontraremos con todo tipo de ingredientes: alegrías, penas, cruz, salud, enfermedad, desierto, oasis, éxitos, fracasos…Nuestra vida se puede enmarcar e iluminar desde los misterios del rosario, que son los misterios de la vida de Cristo, misterios de Gozo, de Dolor y de Gloria.

La conversión no se puede identificar con cosas duras, posturas difíciles, muy sacrificadas. La conversión no está reñida con la alegría. Al contrario, un proceso de conversión creciente da sentido, da plenitud, da satisfacción, llena la vida de alegría.

En primer lugar hay que evitar el peligro del activismo. El peligro de la acumulación indiscriminada de actividad. No se produce más fruto porque se trabaje más, sino porque se deja actuar más a Dios. A menudo estamos más pendientes de las cosas del Señor que del Señor de las cosas. Es otra vez la cuestión del clima. Por muchos instrumentos y técnica que tengamos, la fertilidad de una tierra árida y fría no es comparable con la de un país tropical. El clima es determinante. Hemos de procurar el clima adecuado para la conversión.

Examinemos un día en la vida de Jesús. (Mt 1, 21-39)

21 Llegan a Cafarnaún. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.

23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: 24«¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» 25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» 26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. 27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.» 28 Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

29 Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella.31 Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.

32 Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; 33 la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. 34 Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.

35 De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. 36 Simón y sus compañeros fueron en su busca; 37 al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» 38 Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.» 39 Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Cuando todos le buscan, Él se retira a orar. Debía ser una vida bien ajetreada la de Jesús. Pero él busca los ratos de tú a tú con el Padre.

El cómo, el cuándo, el dónde o lo que es lo mismo, los caminos, las posibilidades, los lugares de la conversión engloban muchos aspectos, en definitiva todos los aspectos que configuran nuestra existencia. Para nuestra reflexión, nos fijaremos en tres bloques: desierto (oración, soledad y silencio), el dolor y la cruz, y finalmente, los gozos y la gloria.

Desierto: oración, soledad, silencio

El hijo pródigo, se convierte cuando entra dentro de sí, cuando reflexiona, cuando medita.

La soledad es imprescindible para el cara a cara con uno mismo y con el Señor. En la soledad se esfuman las apoyaturas superficiales y se destapa nuestro interior. Jesús busca esos momentos de soledad, de intimidad con el Padre.

En el cara a cara no podemos escondernos. Por eso no basta el rezo comunitario. Para celebrar y vivir a fondo la Eucaristía, es necesario tener oración personal.

Silencio: Dios se nos revela cuando conseguimos hacer silencio interior. El silencio posibilita la reflexión profunda y nos ayuda a ser más conscientes de la presencia de Dios, nos capacita para la comunicación profunda con los hombres y sobre todo con Dios. El silencio oxigena la mente y el corazón. En los grandes momentos de la vida, ya sean alegrías o penas, suelen sobrar las palabras, y el silencio acostumbra a ser el modo más elocuente de relación.

El desierto no es meta, sino lugar de paso. En el desierto tiene lugar la alianza, al desierto va Jesús a prepararse para la vida pública, al desierto se retira Pablo antes de su ministerio apostólico.

Desierto es interrumpir la actividad, en beneficio de la contemplación. Es por tanto sobre todo un estado interior.

En la historia de la salvación siempre aparece el desierto antes de cualquier acontecimiento salvífico.

Ya que no podemos desplazarnos al desierto geográfico, que sería una ayuda externa, hemos de concebir el desierto y plantearlo como estado, como situación, como el clima adecuado para el encuentro con Dios.

Dolor y cruz

Hemos llegado a un grado tal de avances técnicos y de bienestar en las sociedades de occidente, que nos cuesta hacernos a la idea de las incomodidades que sufren habitantes de otras partes del mundo o los occidentales de hace sólo unas décadas. Por eso cada vez hay menos capacidad de sacrificio, menos capacidad de esfuerzo y sobre todo menos capacidad de sufrimiento. En general se huye del dolor y de la cruz como del demonio. Nos hemos vuelto muy cómodos. Hasta en los ambientes cristianos suena un tanto extraño hablar de ascética. Sin embargo, el dolor y la cruz tarde o temprano se hacen presentes en nuestra vida de manera inexorable. Sin embargo, las palabras de Jesús si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga (Lc 9, 23) no han perdido actualidad.

La cruz es un misterio, un misterio de amor. La vida de Cristo no termina en la cruz, sino que continúa en la resurrección. El discípulo debe seguir al Maestro. No debemos pretender resucitar, sin pasar por la muerte, o dar un fruto abundante sin morir en el surco. Lo que más rompe los esquemas humanos es que Dios mismo asume el dolor humano en su Hijo y lo convierte en instrumento de salvación. Jesucristo me declara su amor infinito con el lenguaje del dolor. Puedo encontrar muchas personas dispuestas a sustituirme en el éxito, en la victoria, en el disfrute. Pocas encontraré dispuestas a sustituirme en el dolor, esas son las que me quieren de verdad.

La vida cristiana es seguimiento de Cristo. No puedo ser cristiano si no cargo mi cruz de cada día y le sigo. El dolor y la cruz están presentes en la vida. Tengo dos opciones: o me rebelo y no cargo con la cruz, es decir, no asumo la realidad de mi vida en lo que tiene de desagradable, de dolorosa y crucificante, con lo cual ni avanzo ni puedo madurar; o cargo con la cruz de cada día, aunque me cueste y me duela, y sigo al Maestro. Cargue la cruz o no la cargue, está presente en mi vida. Si no la cargo, me bloqueo y no crezco; si la cargo, sigo a Jesús, y uniendo mis sufrimientos a su pasión, soy corredentor con Él, por gracia suya.

No debemos renunciar a los avances de la ciencia y de la técnica, que son frutos del desarrollo de capacidades que Dios ha dado al ser humano. Pero a la vez, no debemos perder la dimensión y la práctica ascética de nuestra vida. Que cada uno se las ingenie para pensar en las penitencias más saludables para su cuerpo, su mente y su espíritu. Sobre todo hemos de aceptar las que vienen solas sin haberlas buscado. Hemos de dar gracias a Dios. Esas penitencias no buscadas siempre nos servirán como ocasión propicia para unirnos a Jesús y como lugar de purificación y camino de conversión.

Gozos y gloria

También son momentos y lugares de encuentro con Jesucristo y momentos de conversión. Jesús no era un asceta neurótico que rechazara las realidades humanas. Vivía la vida con normalidad. Los evangelios nos muestran cómo acepta la invitación a las bodas de Caná, o de Mateo, Zaqueo y su amigo Lázaro.

Los niños se vuelven más cariñosos con sus padres inmediatamente antes de pedirles algo y acuden también con prontitud cuando tienen problemas. En cambio, si las cosas van bien, suelen ir más a su aire, y se olvidan de los padres. Los adultos también solemos recurrir a Dios en los problemas y dificultades. Pero nuestra vida está en manos de Dios en todo momento, Él continuamente nos está comunicando su vida, con Él podemos encontrarnos en cualquier situación. Por qué no en las alegrías, en los éxitos, en las soluciones, por qué no en los gozos y en la gloria. Nada más bonito que encontrarse con Dios dándole gracias por cada cosa pequeña o grande que se resuelve. Nada más natural que encontrarse con Él en la alabanza por todas las cosas buenas y bellas que hay en nuestra vida, en el mundo, en el universo entero. Nada más cristiano que encontrase con Dios en la alegría, porque precisamente ese ha de ser un estado anímico continuo del cristiano: Estad siempre alegres en el Señor: os lo repito, estad alegres. (Flp 4,4)

Desierto, cruz, gozos, gloria…Nuestra vida es un conjunto variado de pensamientos, de vivencias, de trabajos, de esperanzas…Todo ese conjunto me ha de servir para el encuentro con Dios, para mi conversión personal. No se trata de inventar ahora cosas espectaculares o de dejar las actividades actuales, si éstas no son contrarias a la voluntad de Dios. Se trata de que todos nuestros actos estén orientados a la conversión, a la santificación personal. El trabajo, el estudio, la oración, los hobbies. Todo ha de estar orientado a la gloria de Dios, al rendimiento de los talentos que Él nos encomienda, a nuestra santificación. Seguramente habrá que buscar proporcionalidad para armonizar bien la vida, y hacer que nuestras actividades ganen en calidad.

A base de poner amor, de purificar la intención. No buscándonos a nosotros mismos.

Hemos de dedicar un tiempo explícito a la oración que nos ayudará al resto del día. Eso nos da presencia de Dios.

Como la vida misma. Como en los misterios del Rosario.

No podemos evadirnos del dolor, pero el camino de nuestra vida acaba en la gloria.

Un camino largo, con dificultades y altibajos

La conversión dura toda la vida. No hay que agobiarse comprobando si estamos en las primeras o en las terceras moradas. Lo que importa es el final. No hemos de desanimarnos. Hemos de tener mucha esperanza, porque depende de Dios. A veces queremos correr más que Dios, las más de las veces queremos ir más despacio. Se trata de ir al ritmo de Dios. No funcionar a piñón fijo, y estar atentos al Espíritu Santo.

El comienzo de la conversión puede ser fulgurante o sosegado, como una especie de enamoramiento. Pero lo podemos delimitar en líneas generales. Seguramente en el comienzo de la conversión cuesta poco la oración y cuestan poco los sacrificios.

Luego se da un compromiso más concretado. Y ese compromiso produce cambios. Se puede distinguir un antes y un después. El cambio de vida es la demostración palpable de la conversión que se ha iniciado. Se trata de dejar que la fe ilumine nuestra inteligencia, nuestra memoria y nuestra voluntad. No se trata de salir de los ejercicios diciendo voy a ser el mejor, sino más bien voy a ponerme en manos de Dios.

Al cabo de un tiempo, puede llegar el desánimo. Que se tengan altibajos que no se vean frutos ni avances. Se puede pasar a una situación de sequedad que haga que nos vuelva a costar todo como antes. Puede que en medio de las contradicciones lleguemos a pensar ¿vale la pena tanto sacrificio?

Como el pueblo de Israel en el desierto. Dios libera al pueblo a través de Moisés con signos prodigiosos, y a la primera de cambio empiezan a acordarse de los puerros...

5 ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! (Nm 11, 5)

Vivieron momentos muy bajos. Llegaron a aburrir a Moisés. Así nos puede pasar a nosotros. No es extraño que tengamos crisis, aunque quizá más interiores:

14 Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. 15 Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. 16 Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; 17 en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí.18 Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, 19 puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. 20 Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. (Rm 7, 14-20)

Hemos de tener una asimilación e integración de esta vida de conversión al ritmo que marque el Espíritu Santo con paciencia y confianza.

Examinemos los pasos de la vida de Pedro.

1. Llamada tras la pesca milagrosa

1 Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios, 2 cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes. 3 Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.

4 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.» 5 Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» 6 Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.

8 Al verlo, Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.» 9 Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. 10 Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.» 11 Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron. (Lc 5, 1-11)

Pedro impulsivo, auténtico. Sin duda le debió decir a Jesús que de día no se pesca, que él sabía más, pero... acepta salir de nuevo, y ocurre el milagro. Se da cuenta de la superioridad de Jesús y cae a sus pies y sigue su llamada. Se trata de un milagro en una materia en la que Pedro era competente así que debió impactarle más.

Es un esquema de conversión fulgurante: lo deja todo y le sigue.

2. Confesión en Cesarea de Filipo.

A mitad de la vida pública de Jesús, después de un tiempo de convivencia, de ser testigo directo de diferentes milagros, de enseñanzas generales, de clases particulares con Jesús, están en Cesarea de Filipo, y Jesús pregunta:

13 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» 14 Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» 15 Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» 16 Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» 17 Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. 19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» 20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo. (Mt 16, 13-20)

Pedro responde con acierto y recibe la felicitación de Jesús y es constituido como Primado.

3. "Ideas propias" sobre el Reino y ambiciones en el seno de los 12.

Pero aunque ha sido felicitado por el Maestro y parece ir bien encaminado, Pedro tiene todavía sus ideas propias, sus planes de futuro, y enseguida, cuando Jesús hace el primer anuncio de la pasión,

21 Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. 22 Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» (Mt 16, 21-22)

No sólo tiene sus propias ideas de lo que es el Reino de Dios. Llega a reprender a Jesús. Se atreve a corregir al maestro.

Más tarde se suscitan problemas entre los apóstoles a causa de los primeros puestos.

20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. 21 Él le dijo: «¿Qué quieres?» Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino.» ...

24 Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. (Mt 20, 20-21; 24)

Los otros diez se molestan con la petición de los zebedeos, que ponen a su madre por delante en la petición de cargos seguramente porque quien más quien menos tenía sus pequeñas aspiraciones. Seguramente Pedro sería el más indignado porque era el único con cargo asignado y ese cargo era además el principal.

4. Última Cena y negaciones.

Luego en la última Cena, Jesús anuncia la tragedia que va suceder y Pedro...

30 Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. 31 Entonces les dice Jesús: «Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. 32 Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea.» 33 Pedro intervino y le dijo: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.» 34 Jesús le dijo: «Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.» 35 Dícele Pedro: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré.» (Mt 26, 30-35)

Y efectivamente, Pedro le niega tres veces esa misma noche:

69 Pedro, entretanto, estaba sentado fuera en el patio; y una criada se acercó a él y le dijo: «También tú estabas con Jesús el Galileo.» 70 Pero él lo negó delante de todos: «No sé qué dices.» 71 Cuando salía al portal, le vio otra criada y dijo a los que estaban allí: «Éste estaba con Jesús el Nazoreo.» 72 Y de nuevo lo negó con juramento: «¡Yo no conozco a ese hombre!» 73 Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «¡Ciertamente, tú también eres de ellos, pues además tu misma habla te descubre!» 74 Entonces él se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre!» Inmediatamente cantó un gallo. 75 Y Pedro se acordó de aquello que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.» Y, saliendo fuera, lloró amargamente. (Mt 26, 69-75)

5. Examen de amor y confirmación en la misión.

Después de la pasión, se produce el examen de amor a Pedro:

15 Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.» 16 Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.» 17 Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». (Jn 21, 15-17)

Pedro ya no se compara con los otros, aunque Jesús le pregunta en tono de comparación. Responde con humildad.

Y Jesús le confirma en su misión.

Pedro, que ha convivido con el Maestro tres años, que ha escuchado su doctrina y sus explicaciones íntimas, que ha visto signos prodigiosos… tiene sus altibajos. Y en momentos de miedo y confusión, llega hasta a negar tres veces a Jesús. ¡Cómo nos vamos a sorprender de nuestras carencias, de nuestros altibajos y caídas! La conversión verdadera de Pedro seguramente se produce en la mirada de Cristo después de las negaciones. Mirada de compasión y de comprensión hacia su flaqueza. Mirada de llamada de exhortación a seguir adelante a pesar de todo.

Pero lo más importante es el final de la trayectoria. Y la trayectoria de Pedro acaba en una confesión tan rotunda de su Maestro y Señor que quedará sellada por el martirio. Pedro dará la vida en el seguimiento y confesión de Cristo. Ojalá nuestra trayectoria quede sellada también por una confesión creciente del Señor en la forma y lugar y el momento que Él disponga.

Un camino fructífero desde la unión con el Señor. Un camino recorrido en familia.

No hemos de esperar a ser santos para empezar a hacer apostolado. Ya hemos visto cómo el Señor nos ha llamado, nos ha abierto su corazón, su intimidad, y nos ha enviado.

16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca;

de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. (Jn 15, 16)

A cada uno, en su circunstancia concreta, con sus nombres y apellidos. El Maestro elige y envía a una misión para dar un fruto duradero. Condición imprescindible será vivir unidos a Él, como los sarmientos a la vid. Una unión que será eficaz, gozosa, dinámica en la entrega, fiel, y que nos mantendrá en su amistad.

Y ¿cómo es la misión a la que nos envía Jesús?. Sin duda la misión más grande:

19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 19-20)

Ya es el colmo del amor. No sólo nos redime, nos salva, nos da una nueva vida, nos proclama la Buena Noticia, nos ofrece el tesoro…Si eso transforma y llena de plenitud nuestra vida, el colmo del amor, el detalle sublime es que nos llame a colaborar con Él en su obra salvadora, que haga de nosotros voceros de su Buena Noticia, trabajadores de su Reino, colaboradores en la transformación de este mundo nuestro.

Esta misión comenzó hace casi dos mil años, pero como dice Juan Pablo II en la Redemptoris Missio, la evangelización es una tarea inacabada, que se encuentra en los comienzos, una misión a la que nos hemos de aplicar con todas las energías. Hemos de evangelizar. Sólo conoce a Jesucristo un tercio de la humanidad.

La plenitud de la revelación está en Cristo. Por tanto, hemos de tener una gran inquietud apostólica, desde el respeto, pero desde el convencimiento profundo de que hemos de anunciar a Jesús con la palabra y con la vida.

El cumplimiento de esta misión evangelizadora, de la extensión del Reino de Dios no se puede hacer de cualquier forma. Llamados, amados, enviados. Sólo podemos dar fruto desde la unión con Cristo, sólo podemos dar fruto desde la conversión continua. Lo que necesitamos hoy día en la Iglesia no son tantas técnicas de apostolado o tantos planes pastorales, que también unas y otros son necesarios, pero sobre todo necesitamos conversión, conversión profunda, del corazón, que se vea, que se note y llame la atención, que interpele sus vidas y les haga preguntarse muchas cosas. Este es un mundo en el fondo sediento de Dios e inquieto por encontrarlo, un mundo de Samaritanas y Zaqueos, pero a la vez un mundo secularizado y materialista. Para evangelizarlo, necesitamos convertirnos. Tiempos recios que requieren apóstoles recios, y esa reciedumbre va pareja a la conversión. Tiempos de grandes apóstoles, como Pedro y el resto de los 12, que después de la conversión, dieron su vida por el Señor.

Tendremos que confiar mucho en Dios, en muchas ocasiones echar las redes como Pedro tras la indicación de Jesús y en contra de toda lógica humana. Tendremos que armonizar aparentes "contradicciones" en nuestro caminar: hacer producir al máximo los talentos recibidos y buscar los últimos lugares; esforzarnos como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios; estar implicados a fondo en el mundo pero no ser del mundo; sentirnos más fuertes cuanto más débiles seamos, dejando que resida así en nosotros la fuerza de Cristo…Toda nuestra vida irá encajando y armonizándose en la medida que vayamos creciendo en unión con Cristo, en la medida que nuestra conversión vaya en aumento, en la medida en que vayamos siendo dóciles a la acción del Espíritu Santo.

Este es el camino que hemos de recorrer, y no de forma individualista, sino en familia y en comunión, en Iglesia. Jesús forma un grupo, una pequeña comunidad. Y no es que tengamos que vivir comunitariamente porque hay que recuperar las esencias del cristianismo de los primeros tiempos, o porque lo necesitemos para poder sobrevivir como creyentes o porque sea más eficaz operativamente para el apostolado. Nuestra referencia comunitaria última es la Santísima Trinidad, la comunidad trinitaria. El hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios, que no es un ser solitario, sino que es comunidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso el ser humano sólo se puede realizar desde la comunidad, desde la relación personal.

La comunidad ha de vivir la unidad, la comunión profunda en el amor y en la vida de Dios. Sólo así podemos ser creíbles en nuestra evangelización: Un Señor, una fe, un Bautismo, un Dios y Padre. Hasta tal punto es fundamental la unidad, que se convierte en condición indispensable en el apostolado. Jesús mismo lo pide al Padre en la Última Cena:

Para que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado.
(Jn 17, 21)

Estos tiempos asistimos a los esfuerzos —titánicos— que está haciendo el Papa para restaurar la unidad. Si presentamos a Cristo dividido, no podemos ser creíbles.

Finalizamos aquí la última meditación de este Retiro que culminará después en la Celebración de la Eucaristía, actualización del sacrificio redentor de Nuestro Señor. Demos gracias a Dios por su amor. Por su amor creador, por su amor redentor, por su amor santificador. Por la alegría del Evangelio, de la Buena Noticia que nos ha dado. Porque nos invita a vivir su Reino, su vida, su amor. Porque nos envía a como mensajeros de amor, de paz, de esperanza. Porque nos acoge y comprende en nuestros altibajos y nos anima en nuestras caídas… En fin, porque un día lo podremos contemplar cara a cara reunidos todos en el banquete del Reino. Hasta entonces, no pongamos los medios a medias. Digamos como María un sí rotundo, valiente, con todas las consecuencias, y miremos de seguir al Señor con el vuelo más alto, como san Juan de la Cruz: Volé tan alto, tan alto, que a la caza le di alcance.